La primera vez que nos encontramos, Víctor Villaseñor me invitó a un delicioso burrito en uno de esos restaurantes de comida rápida en donde todo el mundo pierde rango y distinción. Recuerdo que era verano y el viento mecía las palmeras en las playas de Oceanside, en California. Hombre de sonrisa amplia y canas resplandecientes, Víctor se había convertido en un personaje famoso en su ciudad, en donde sus habitantes le seguían con la mirada y discretos cuchicheos.

Su estampa era fácilmente reconocible con ese sombrero de media ala y sus camisas hawaianas.

Después del almuerzo, nos dirigimos a su casa. Una amplia residencia con jardines y miradas hacia el Océano Pacífico. La casa tenía una cocina grande y un estudio de enormes ventanales que dominaban desde lo alto esa propiedad que había pertenecido a sus padres. En el patio, había una casa desmontable que Víctor le había puesto a su hermana para que ésta la utilizara como oficina.

Desde ahí, su hermana le ayudaba a mantener su agenda al día, con entrevistas, conferencias o presentaciones en ferias del libro en distintos puntos de Estados Unidos.

Una vez familiarizados el uno con el otro, Víctor me hizo un recorrido por su casa. La parte más sorprendente que me mostró fue el garaje en donde se acumulaban una montaña de cuadernos, archivos de sus escritos y cajas llenas de cartas dirigidas a las editoriales cuando aún comenzaba su carrera como escritor.

Fue ahí donde me hizo la revelación más sorprendente. Toda esa montaña de cuadernos y borradores habían sido su difícil ascenso al Gólgota. Durante años, redactó y corrigió, una y otra vez, los originales de los libros que casi siempre le rechazaban las editoriales.

Pero Víctor Villaseñor nunca se dio por vencido:

"La experiencia del rechazo en mis primeros 25 borradores, fue desoladora . Cuando las editoriales me devolvían mis textos, sin siquiera hacerme un comentario, me iba a la playa y me

emborrachaba con Tequila. Y así, hasta que después del rechazo número 100 me acostumbré a las negativas. Pero no me di por vencido y al final, tras el rechazo número 265, conseguí al final publicar Macho, mi primera novela...

"A partir de ahí, los críticos literarios comenzaron a elogiar mi obra. Las palabras que tanto trabajo me costaron dominar, para convertirme en la voz de mis antepasados, al fin comenzaron a fluir y a interesar a las editoriales…"

A sus 75 años de edad, Victor Villaseñor, nunca terminó la escuela secundaria. Su bajo rendimiento en la escuela, su dificultad a la hora de aprender a leer y a escribir le valieron el

mote de "el burro". Sin posibilidad de salvación, una larga lista de maestras y profesores le decían que era un "retrasado mental" y le convirtieron en blanco de sus prejuicios raciales; de sus continuos castigos y humillaciones.

Tal fue el ambiente de rechazo y maltrato que Víctor Villaseñor llegó incluso a maquinar la forma más brutal de asesinar a sus maestras y profesores. En su mente infantil, imaginaba como los desollaría en vida para hacerles pagar su crueldad y su humillación. La providencia y un viaje de la familia a México, evitaron que Villaseñor llevara adelante sus planes de venganza. Con el tiempo, la literatura se convertiría en su puerta de salvación.

Tendrían que pasar casi 40 años para que Victor pudiera descubrir el origen de todos  sus males. Fue durante una visita rutinaria al doctor cuando el objetivo principal era consultar y

tratar de saber cual era el origen del problema de aprendizaje de sus dos hijos en la ciudad de San Diego. La consulta se extendió, por defecto, al propio Victor quien descubría muy tarde que el nombre de su mal se llamaba dislexia:

"Recuerdo que cuando terminé el examen, la doctora vino hacia mi con los ojos llenos de lágrimas. Me dijo que era un disléxico total. Que era uno de los peores casos que había visto en su vida. Por ello, consideraba como un milagro el hecho de que yo hubiera conseguido

convertirme en escritor…"

Aunque Víctor Villaseñor es bilingüe su obra ha sido escrita en inglés. Los críticos literarios de diarios como Los Angeles Times y The New York Times, entre otros, le consideran como como el nuevo John Steinbeck de la literatura americana. Sus libros; "Lluvia Dorada", “Trece Sentidos", "Macho" y "Burro Genius", se han convertido en fuente de inspiración para las nuevas generaciones de mexicano-americanos.

Villaseñor es un hombre que nació y creció en el seno de una familia de inmigrantes de origen mexicano:

"De niño, yo creía que Dios era mexicano. Que era bajo, moreno y chaparro. Que comía tacos, le gustaban las rancheras y que bebía Tequila. A mi madre, la consideraba la mujer más hermosa del mundo. Con unos ojos grandes, una boca carnosa y un pelo negro y largo hasta la cintura. Pero todo eso terminó el día en que me llevaron por primera vez a la escuela. Mi mundo comenzó a derretirse. Y sólo tenía 5 años…

"Recuerdo que la maestra nos tenía aterrorizados al pequeño grupo de mexicanos que íbamos por primera vez al Kindergarden (en Carlsband, California). Y es que no le gustaba que hablásemos en español. Así es que, durante el recreo, los pocos mexicanos que estábamos en nuestro primer día nos juntamos y comenzamos a hablar. En eso llegó la maestra y nos grito que !!!nada de español!!!... !!!Only English!!!... !!!Only english!!!, ¿no entienden estúpidos mexicanos?, nos dijo.

"Recuerdo que fue tanto el terror, que me oriné en los pantalones. Y para colmo, uno de mis compañeros, Ramón, le respondió a la maestra. Le dijo que no era su madre y que no le podía gritar, ni insultar. Entonces, la maestra se enfureció y le dió una bofetada. Pero Ramón no se achicó y le grito que fuera y que chingara a su madre. La profesora le dijo que conocía sus cochinas palabras mexicanas y le abofeteó hasta que le sacó sangre de la boca.

"Ese fué mi primer día de clases en la escuela y mi primera lección de inglés…"

Hoy, cuando personajes como Donald Trump le exigen a Jeb Bush, su adversario en la lucha por la nominación presidencial, que no hable en español, sino que sólo lo haga en inglés cuando se dirija a sus simpatizantes, no puedo dejar de pensar en ese milagro del bilingüismo que se llama Víctor Villaseñor.

Un escritor de orígenes mexicanos, que padeció el racismo y el maltrato de sus profesores por hablar en español y que luchó lo indecible contra una maldición en forma de dislexia, hasta hacer realidad su sueño de convertirse en uno de los mejores escritores de habla inglesa.

Para mí Villaseñor no sólo es un milagro. Sino uno de esos mártires del Only English que abundan en Estados Unidos y que son la prueba viviente de un proceso de gloriosa asimilación y enriquecimiento dentro de ese crisol de razas, culturas y tradiciones en la Unión Americana.

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