¿Para ustedes qué es ser elegante? Ciertamente la palabra tiene muchas connotaciones, y se le puede interpretar bajo distintos parámetros,  aunque hay ciertos cánones que podemos seguir y  están definidos y establecidos ¿o no? este término puede tener interpretaciones múltiples, inclusive nos podemos dar el lujo de incluso jugar a favor o en contra según nos convenga.


El buen gusto y la elegancia parecen sinónimos, pero ¿lo son en realidad? La presencia y la imagen pública también podrían entrar en el panorama y de cierto modo  guiarnos hacia la mejor versión de nosotros mismos. Para mí, este tema es fundamental y más que hablar de esos dos conceptos hoy me atrevo a escribir sobre cómo lograr la mejor versión de nosotros mismos sin llegar al limite de lo fantasioso.


Todos venimos a esta vida a evolucionar, a convertirnos en mejores seres humanos, y a superarnos constantemente, a aprender de lo bueno y de lo malo, y no, esta columna no va dirigida a la superación personal, ni mucho menos, pero sí a la superación del estilo, y a encontrar nuestra propia definición de elegancia: aquella que se acople a lo que somos en esencia, y que nos permita catapultar nuestra imagen hacia el éxito que también merece que lo autodefinamos.


Para mí, la elegancia y el buen gusto empiezan con una palabra: coherencia. Ciertamente el concepto ha cambiado, como la moda misma lo ha hecho, como todos lo hacemos a lo largo de nuestra vida, y en la época en la que vivimos no podemos regirnos bajo los estándares del Manual de Carreño, al menos no en un estricto sentido que nos llevará a la meta ‘directo y sin errar’. Los ‘estereotipos’ de belleza han mutado, la moda se ha democratizado, lo que sí seguirá constante por los siglos de los siglos es la educación y es que el estilo, la educación en conjunto con la cultura y la congruencia deben ir ligados para obtener los resultados deseados. Así como el dinero no compra la felicidad verdadera, tampoco compra la educación y la distinción, aunque sí paga los libros que debemos leer y es el capital que invertimos para catapultar la imagen que deseamos proyectar. Las marcas, y los nombres no son sinónimo de elegancia, no debemos disfrazarnos de quien no somos u ocultar nuestras carencias con logos: quien se conoce a si mismo desde el interior, siempre se podrá reconocer en el exterior. El buen gusto no radica en copiar una fórmula de estilo y multiplicarla, no radica en disimular nuestros verdaderos impulsos, pero sí en pulir y en proyectar la mejor versión de nosotros mismos utilizando lo que más nos favorece, lo que nos hace sentir cómodos, lo que resalta nuestros atributos y disimula nuestras áreas de oportunidad. La presencia habla de la proyección de quienes somos en realidad, y no quienes pretendemos ser.

La elegancia  como estandarte del buen gusto, ése que se adquiere mediante la madurez de la imagen y la evolución del estilo personal hasta la fidelidad que nos merecemos hacia nosotros mismos.

Con cariño, Gina.   

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