Leí sobre la conciliación entre la vida familiar y la laboral en Estados Unidos. Uno de los primeros estudios a los que hace referencia me parece interesante. Según , el 56% de los trabajadores/as con hijos encuestados se sienten insatisfechos con el arreglo laboral actual por cómo impacta su vida familiar. El estudio deja en claro que esta “insatisfacción” no es solo de las mujeres. Lo que más le preocupa a los padres es la posibilidad de balancear su vida familiar y laboral (52%), seguido de su capacidad para ahorrar para los estudios universitarios de sus hijos (48%). Lo que menos les preocupa es conseguir una promoción en el trabajo (37%). El 46% de los padres afirman que lo que más los agota y los lleva a un punto de quiebre es la falta de tiempo familiar.

Uno de los problemas que señala el estudio, sin embargo, es que existe una discrepancia entre lo que los trabajadores afirman y lo que los «gerentes» encuestados saben. Mientras que los primeros insisten en lo difícil que es tener una vida familiar, los segundos creen que todo está en orden y que la empresa apoya a sus trabajadores en este tema. Esto, conforme a la lógica del mismo estudio, no sorprende: el 77% de los trabajadores se rehúsan a levantar la voz en sus empresas para comunicar su insatisfacción.

De acuerdo a que cita el artículo, se encontró que en un despacho que le ofrece a sus trabajadores hasta 6 semanas de licencia paternal, el 90% de los trabajadores piden solo 2 semanas. ¿La razón? Según los entrevistados, les da miedo que se genere una percepción de que no están tan comprometidos con sus trabajos. Esta es una constante que he leído: una de las razones por las cuales los hombres no se involucran en una mayor medida en la crianza de sus hijos es porque sienten que no pueden hacerlo sin algún tipo de castigo laboral. Y sí, se entiende: ¿qué sería de las empresas si de repente todos sus trabajadores exigieran salir a tiempo para recoger a sus hijos de la escuela? ¿Si todos, cada que un familiar se enfermara, exigieran tomar el día para cuidarlo? ¿Si pidieran las horas para asistir a cada festival? ¿Se imaginan? ¿Qué clase de mundo sería ese? (Sí. Uno mejor.)

Claro: lo que no deja de llamar la atención es por qué, sin embargo, los hombres pueden costear quedarse callados. A mí no me gusta quejarme; pero cuando tengo que hacerlo porque mi vida —o la de mis seres queridos— está en juego, lo hago. Quizá los hombres tienen el deseo de estar involucrados en su vida familiar, pero el problema es que es eso: un deseo, no una necesidad. Al menos no se ha articulado como tal; o no en los mismos términos en los que las mujeres trabajadoras lo han hecho. Si no hay quien cuide a mis niños más que yo, ¿cómo diablos es compatible eso con trabajar? No lo es. Necesito que el mundo laboral se adapte a mis necesidades para que yo pueda ingresar a él. Necesito una guardería o no podré trabajar. No es una cuestión de gustos o de un «plan de vida». Es una necesidad. ¿Tienen la mayoría de los hombres esta necesidad?

Si la respuesta es «no», vuelve a importar entender por qué. El artículo multicitado apunta a otro fenómeno: estadísticamente, las mujeres casadas ganan menos; los hombres casados, ganan más. En las primeras, el que estén casadas se interpreta como una señal de que pronto dejarán todo para tener hijos; en los segundos, el mismo hecho se interpreta a la inversa: como van a tener hijos, se comprometerán más en el trabajo. Pensemos en una pareja heterosexual promedio: aunque ambos trabajen, estadísticamente es más probable que él gane más que ella. Si la pareja quiere que alguno de los dos se quede a cuidar a los niños, ¿quién conviene que se quede? Lo que se asumía que pasaría, se acaba por convertir en una realidad: ella es la que se queda en casa y él se queda a trabajar.[1]

El punto, se insiste, es notar que esto es producto de una serie de factores institucionales y sociales que distribuyen los costos y beneficios del cuidado de los hijos de manera inequitativa. No es una cuestión de meras «preferencias», sino de cómo todo confluye para que la gente pueda, de hecho, tomar ciertas decisiones. Y la pregunta es esa: ¿cómo repartir esos costos (porque parece que los beneficios no importan tanto) para que existan las suficientes voces dispuestas a exigir un cambio radical del sistema?

[1] Esta es una presuposición que la misma ley mexicana sigue incorporando, por cierto. La Ley del Seguro Social sigue asumiendo que solo la mujer trabajadora, el trabajador viudo o el divorciado necesitan guarderías (y el que se ha quedado con la guardia y custodia). Sí: tal cual la ley asume que el único supuesto en el que un hombre necesita (y tiene derecho a) servicios de cuidado para sus hijos es cuando no tiene una esposa. Porque ¡para eso son! Bendito sea .

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