Pocas son las portadas que me han impactado tanto como la que liberó esta semana la revista New York. En ella aparecen 35 de las 46 mujeres que han denunciado públicamente a Bill Cosby por conductas que se consumaron desde finales de los sesenta hasta los noventa del siglo pasado y que van desde el acoso sexual hasta la violación. No es una foto grupal, sino una acumulación de imágenes individuales. Cada mujer tiene su propia historia; pero, en conjunto, cuentan una más amplia: la de Bill Cosby, uno de los cómicos más importantes de Estados Unidos, y la impunidad que le ha permitido violentar a mujeres por más de cuarenta años (la última denuncia, que no forma parte del reportaje de NYMag, ). Es, por lo tanto, también la historia de un sistema que sigue siendo insuficiente para castigar y prevenir la violencia sexual. Precisamente si hubiera sido capaz de lo primero, la portada sería otra; las vidas de tantas mujeres, serían otras. No dejo de pensarlo: ¿cuántas víctimas menos habrían si se le hubiera castigado desde un inicio?

Al mismo tiempo, no me deja de impresionar a qué punto esta portada pudo no haber sido. Que sea casi un resultado de la suerte y no del operar eficiente del “aparato de la justicia”. La conversación que estamos teniendo hoy sobre Cosby se la debemos no a las mujeres que osaron denunciarlo, sino a un cómico —Hannibal Buress— que lo criticó en uno de sus performances en octubre del año pasado. Lo llamó un violador e invitó a su público a investigar los cargos en su contra por si no le creían. Fue la denuncia de Buress la que se viralizó y reabrió la conversación. Y, por primera vez, empezó a haber una reacción negativa en contra de Cosby, no sólo por parte de los medios (que siempre se habían mostrado escépticos ante los testimonios de las mujeres), sino de la misma industria del entretenimiento. Para noviembre del año pasado, TV Land dejó de transmitir los episodios viejos de la serie The Cosby Show y NBC canceló el proyecto que estaba desarrollando con él. Victoria Valentino, una de las mujeres que aparece en la portada de NYMag, fue crítica de esta respuesta: “Una mujer puede vivir treinta años sin que alguien le crea. ¿Pero ahora resulta que basta un hombre? ¿Un hombre que bromee al respecto [para que todo mundo lo crea]?”

Un hombre y lo que se ha interpretado como la misma confesión de Cosby. El 6 de julio de este año, a petición de la Associated Press, un tribunal liberó varios documentos correspondientes al juicio civil que inició Andrea Constand en contra de Cosby en el 2005 –estos son los cargos a los que Buress se refería–. Constand tuvo que recurrir a la vía civil, después de que las autoridades decidieran no ejercer una acción penal en contra de él por “falta de evidencia” (que fue lo mismo que le pasó a otra mujer que ). A la demanda civil, terminaron por sumarse trece mujeres, contando una historia similar a la de Constand: Cosby se presentaba como un hombre de confianza, que las ayudaría de alguna forma con sus carreras; una vez establecido el vínculo de confianza, las drogaba y las violaba, ellas estando inconscientes. El juicio terminó en un acuerdo confidencial entre Cosby y Constand, por lo que nunca se supo qué pasó entre las partes. Hasta ahora.

que se liberó el pasado 6 de julio incluye una transcripción del testimonio de Cosby. En él, admite usar Quaaludes —un depresor del sistema nervioso que seda a quien lo consume— para “tener sexo” con mujeres. Jill Scott, una cantante que había defendido a Cosby en contra de todo los ataques, que finalmente la habían convencido: “su testimonio ofrece EVIDENCIA de actos terribles, que es TODO lo que yo había pedido para creer las acusaciones.” Para el momento en el Scott escribió, más de 40 mujeres lo habían denunciado ya, por lo que recibió amplias críticas junto con otras personas –como Whoopi Goldberg– que insistían en defenderlo a pesar de los múltiples testimonios: ¿por qué 40 mujeres no bastan para creer estas acusaciones? ¿Si 40 mujeres no bastan, qué –si es que algo– sí?

La revista New York incluye, como complemento a la portada, en el que se recuenta la historia, así como fragmentos de cada una de las entrevistas que le hicieron a las 35 mujeres (Andrea Constand es una de las faltantes).  Los testimonios que se incluyen en el reportaje son cortos: son apenas uno o dos párrafos relatando, principalmente, el ataque. Es impresionante la similitud en las historias. Todas ocurrían en un contexto en el que una persona podría asumir es de confianza (aunque eso es lo terrible de casos como éste: llevan a la conclusión de que son pocos los espacios seguros). Algunas eran mujeres que ya tenían una relación con Cosby: de amistad, de noviazgo o de mentor. Otras, estaban en su primera o segunda cita con él. Otras estaban en un contexto laboral, buscando su ayuda para lanzar sus carreras (como actrices o modelos). Él era un hombre famoso por ser paternal, moralmente bueno, incluso. Era el "padre de América". ¿Cómo no confiar en él?

Algunas de las mujeres dicen haber sido atacadas directamente: lo describen a él simplemente tomando posesión de sus cuerpos, sin preguntar. De éstas, algunas lograron detenerlo y escapar. Otras no. La gran mayoría, sin embargo, narran que las drogó. Algunas tienen imágenes de él encima de ellas -imágenes borrosas, adquiridas entre sueños-, pero son las más las que simplemente narran despertar, horas o días después y encontrarse desnudas, con él en bata, en la cama, como si nada. Muchas de ellas fueron drogadas sin que lo supieran: él les ofrecía una copa de vino o un capuchino que terminaba por tumbarlas. Otras, ingirieron las pastillas creyendo que era un remedio para su dolor de cabeza o menstrual. Y luego hay algunas –las menos– que sí ingirieron la pastilla, a sabiendas de que era una "droga recreativa". Ello, sin embargo, no anula la atrocidad de lo cometido por Cosby: precisamente por los efectos de la droga es que ellas no pudieron haber consentido al acto sexual. ¿O cómo se consiente a algo cuando se está inconsciente?

Claro: el problema es que hay muchas personas que leerán los testimonios y seguirán enfocándose en todo menos en la culpa de Cosby. Lo imagino perfecto: "Mujeres idiotas, ¿pues a qué creen que iban con él si no a coger? ¿Qué más puede querer un hombre? Debieron de haberlo sabido." Lo que no me deja de espantar de quienes piensan así es la imagen que dibujan de los hombres y del valor que le dan a las mujeres: los hombres solo quieren una cosa de las mujeres (cogérselas). Ingenuas aquellas que crean que quienes son o lo que piensan o lo que quieren sea relevante. Idiotas aquellas que crean que un hombre les dará lo que le da a otros hombres: su apoyo, su amistad, su consideración, su respeto. Imbéciles que se creen su igual, cuando solo son, en el mejor escenario, un interés amoroso, en el peor, un objeto sexual. Lo segundo que me parece terrible de quienes opinan así es a qué grado son capaces de no condenar lo que él hizo. Idiotas ellas por exponerse a un hombre que cometió monstruosidades; pero: ¿condenar al hombre que cometió esas monstruosidades? Eso si existe un acuerdo en cuanto a que lo que cometió fue un acto de violencia (un crimen, incluso)…

Precisamente este caso es paradigmático porque, una vez más, demuestra cómo no se puede entender a la violación solamente como algo que perpetra un extraño, en la oscuridad de la calle, con violencia física que deja huellas. Aquí tenemos a un conocido, en un contexto de confianza, en espacios “seguros” –su camerino, su casa, la de ellas, hoteles–, sin la más mínima violencia física. Claro: ésta no era necesaria, ya que se aseguraba de que las mujeres quedaran reducidas a objetos inmóviles. Hasta la fecha, Cosby niega haber cometido un crimen. En su testimonio del 2005, sostenía lo mismo: lo que él tenía era sexo. Él sabía perfectamente bien “leer” a las mujeres. Por supuesto que todo había sido consentido. ¿Cuántos hombres no pensarán así? ¿No operarán así? ¿Cuántos hombres no están en una fiesta y le sirven a una mujer uno tras otro tras otro trago con la esperanza de que “así afloje”? (Cosby afirmó que darles Quaaludes era como darles alcohol: algo normal, ¿no?) ¿Cuántos creerán que está bien penetrar sexualmente a una mujer inconsciente? (¡Pues si antes me coqueteó! ¡Claro que quería!) ¿Cuántos no utilizan su posición de poder –político, económico, social– para relacionarse sexualmente con mujeres? ¿Cuántos no las “ayudan”, creyendo que eso les garantizará tener acceso sexual a ellas? ¿Cuántos no operan con el dando y dando? ¿Cuántos no están dispuestos a “cobrarse” esos “favores” o hacer valer ese “débito carnal”, incluso cuando hay una resistencia inicial? ¿Cuántos les dicen a las mujeres que “les deben”, calculando que eso las “hará entrar en razón”? ¿Cuántos simplemente “se las cobran” y lo hacen creyendo que tenían derecho a ello? De estos, ¿qué pensarán de la historia de Cosby? ¿De quienes lo condenan? ¿Les hará pensar en sus propios actos? ¿Los incomodará? Tan importante es lo que pasó con ellas, como lo que pasa con ellos: los Cosbys del mundo. Después de todo esto –de los testimonios de las víctimas, de este gran diálogo que se está suscitando–, ¿seguirán defendiendo su “sexualidad”? ¿Se percatarán de la violencia que conlleva esta forma de actuar? ¿Buscarán cambiar?

No dejo de pensar en la silla vacía que aparece en la portada: el lugar reservado para las víctimas que faltan, las que no han podido hablar aún por los costos que representa hacerlo. La silla vacía como metáfora todo lo que está mal con el sistema: de cómo éste garantiza que, a pesar de las leyes que dicen condenar la violencia sexual, sea casi imposible que una víctima denuncie sin acabar pagando un precio altísimo por ello. Lo que me conmueve es que la silla, en el contexto de la portada, también es una invitación: después de todo, a lado de ella, no hay más que asientos ocupados por mujeres que sí levantaron su voz. Únete, sugiere la silla vacía, hay un lugar para ti. Esa es otra de las virtudes de la portada: nos recuerda cómo la denuncia no necesariamente tiene que ser tan catastrófica. Puede convertirse en una oportunidad para formar un lazo, hasta una comunidad —como la han formado estas mujeres al conocerse—. Puede ser una oportunidad para generar un impacto en el mundo, cambiando la conversación y la reacción que se tiene ante la violencia sexual.

Por eso la portada es tan terrorífica, como lo es esperanzadora. Representa los costos de la misoginia institucionalizada –son, después de todo, 35 mujeres que fueron violentadas impunemente a lo largo de más de 30 años por el mismo hombre–, al mismo tiempo en el que ofrece la posibilidad de trascenderla: las mujeres, finalmente, alzaron la voz. ¿Nos uniremos a su llamado?

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