El parto

Por: Yolanda Pérez Gutiérrez

Hoy me di cuenta que esto de correr un maratón es como tener un hijo. Te preparas para la ocasión, física y psicológicamente. Mejoras tu alimentación y emocionada esperas a que llegue el gran día.

Empiezas con una gran energía ¡Por fin estás allí! Recorres los primeros kilómetros y entre el entusiasmo y las porras lo ves fácil. Pasan un par de horas de ritmo constante, empiezas a sentir un pequeño desgaste, nada de qué preocuparse, ya estás a la mitad del camino ¡ánimo! gritan todos. Sigues esforzándote aún con una sonrisa en la cara. Después de más de tres horas por fin llegas al kilómetro treinta y dos (32km), la sonrisa desapareció hace un par de kilómetros, tu sistema completo empieza a pedir auxilio. En momentos aparece la desesperación, cada paso duele, sabes que la meta todavía está lejos, uno-dos, uno-dos, inhala, exhala, respira profundo y no desesperes. Te dices que esto es una locura y que en la vida no lo vuelves a intentar. La gente eufórica echándote porras y tú rogando para que se termine el martirio. Cada paso es un golpeteo que te cala hasta la médula y sabes que no debes parar aunque sería maravilloso un descanso. Más agua, un gel, musiquita para distraerte del dolor, cada vez más gente en las orillas echándote porras, no desfallezcas solo faltan 5km, la sensación no mejora, aparte de los pies te duelen hasta la pestañas… cinco, cuatro, tres,  solo faltan dos ya casi estás allí, recuperas el ánimo, ¡uno! estás a un kilómetro de la meta, aceleras el paso, todo lo que tenía que reventar se revienta… uñas, ampollas, ego, allí está la meta. Y en un sprint que te rompe el alma ¡la cruzas!.

Te duele todo pero un fuego arde en tu corazón, el de la meta alcanzada. Recibes tu medalla la besas y la admiras, te tomas un par de Advil para aminorar el dolor y orgullosa te tomas la foto con ella, presumes tu tiempo, celebras. Pasan algunas semanas y alguno de tus amigos te invita a que te inscribas al siguiente maratón estrella, de la última vez sólo recuerdas la deliciosa sensación de haber cruzado la meta y de la hermosa medalla que cuelga en el medallero. La volteas a ver orgullosa y contestas… ¿Cuándo dices que se abren las inscripciones?

¿Cuándo inicia y donde finaliza el maratón?

Por: Jesús Esteva

Desde el agotamiento físico germinan pensamientos, frutos de la reflexión de muchos meses de esfuerzo. Es momento de cosechar sentimientos que nacieron en esos kilómetros donde el cuerpo cede ante la mente. Claroscuros de alegrías y tristezas, de euforia y cansancio.

El maratón como metáfora de vida, mostrándonos que el dolor es soportable cuando no se le asocia sufrimiento, que hay que aprender a manejar la demora, que la juventud y la fuerza física con el tiempo y la distancia se convierten en sabiduría, que para descubrir quiénes somos hay que liberar amarras y emprender viajes a lo desconocido, que todo se resume en la intención, que nuestra decisión es inspiración.

En fin, río revuelto de vivencias que poco a poco va transformándose en agua cristalina y apacible en cuyo reflejo nos descubrimos y respondemos con hechos las preguntas que hacemos a la vida: ¿qué buscamos? ¿cuál es el sentido? ¿qué amamos?.

Recuerdos del km 30 donde la mirada del corazón leyó "Creo en Dios, porque tengo el mejor Papá del mundo!" me llevan a ese lugar donde nacen las lágrimas, donde el alma estruja al pecho, y se revela el amor. Un amor puro, desinteresado, incondicional. El amor cuyo sentido último es dejar en libertad.

Me vienen a la mente poemas y frases: "¿serás amor un largo adiós que nunca acaba?, vivir desde el principio es separarse... Te quiero tanto como me dueles... No quiero que te vayas dolor, última  forma de amar" y pienso: "Creo en Dios porque tengo la mejor hija del mundo".

La emoción inunda el alma, el aire falta, la mirada fluye, la memoria recuerda: "no son lágrimas, te estoy resumiendo el mar" y comienzo a navegar las palabras de Baricco: "para que nadie pueda olvidar lo hermoso que sería si, para cada mar que nos espera, hubiera un río para nosotros. Y alguien —un padre, un amor, alguien— capaz de cogernos de la mano y de encontrar ese río —imaginarlo, inventarlo— y de depositamos sobre su corriente, con la ligereza de una sola palabra, adiós. Eso, en verdad, sería maravilloso. Sería dulce la vida, cualquier vida. Y las cosas no nos harían daño, sino que se acercarían traídas por la corriente, primero podríamos rozarlas y después tocarlas y sólo al final dejar que nos tocaran. Dejar que nos hirieran, incluso. Morir por ellas. No importa. Pero todo sería, por fin, humano. Bastaría la fantasía de alguien, un padre, un amor, alguien. Él sabría inventar un camino, aquí, en medio de este silencio, en esta tierra que no quiere hablar. Camino clemente, y hermoso. Un camino de aquí al mar."

El maratón no es una distancia, es una forma de entender la vida. Inicia cuando siembras la intención y termina... no sé aún donde termina, creo que es ese km donde se te quiebra la voz, donde el mar nace en tu mirada, donde la pasión se transforma en palabras, donde tocamos un pedacito de eternidad.

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