Por Óscar Colorado Nates*

He conocido fotógrafos que tienen talento, innegablemente, pero que sienten saberlo todo y se niegan a aprender más. Suelen ser sordos a cualquier cosa que no sea su opinión. Entonces se les aplica aquel principio socrático del “yo sólo sé que no sé nada” y los que no saben nada son, paradójicamente, quienes creen saberlo todo. En ese momento el camino terminó: Dejan de crecer. Trabajan, siguen haciendo fotos, pero se quedan estancados en una fotografía estereotipada, formulista, de calendario. Repiten una y otra vez los temas y tratamientos más trillados. Y en el proceso se consideran a sí mismos grandes fotógrafos. Y ojo, no hablo de aquellos fotógrafos talentosos que reconocen su necesidad de aprender, trabajar y crecer, sino de los que asumen que su capacidad innata les convierte en grandes artistas. El fotógrafo soberbio, vanidoso, sabelotodo podría ser mucho más de lo que imagina pero se convierte, irónicamente, en su propio enemigo.

Se trata, entonces, de un fotógrafo al que se le puede aplicar aquella idea zen de que  “no se puede poner agua en un vaso lleno”. Y no es que el vaso de estos fotógrafos esté lleno, sino que ellos mismo se niegan a que recibir una gota más. Decía San Agustín que la soberbia no es ser grande, sino estar hinchado. Y eso le pasa a los fotógrafos sin substancia, sin una búsqueda verdadera, sin seriedad, sin trabajo, sin aprendizaje pero que se perciben a sí mismos grandes: A fuerza de alimentar sus egos se han hinchado.

Hay un grupo de fotógrafos que es, paradójicamente, el más interesante: el de los que no tenemos talento. Nuestras fotografías son insípidas. No son fotos plagadas de errores, pero tampoco destacan en algo. A veces somos tremendamente dispersos: nuestras fotos son de todo y de nada. Son imágenes anodinas, que no tienen pena ni gloria. Sin embargo, un día, el menos pensado, ese grupo de fotógrafos al que pertenezco podemos sorprender con una gran foto o un cuerpo de obra fenomenal. Y es que el trabajo fotográfico, la constancia y la humildad de saberse pequeño impulsan, todo el tiempo, el crecimiento.

Esto, en verdad, creo que ha de darnos mucho consuelo a los fotógrafos que estamos buscando respuestas a través de la cámara. Es más importante la laboriosidad, la paciencia, la constancia, el orden, perseverancia, la resistencia, o la humildad que el tener “un gran ojo”. Aquí la fábula de la tortuga y la liebre se hace patente.

Las virtudes son las que convierten a un fotógrafo mediano en un gran fotógrafo.  Trabajo, constancia, paciencia… ¡Humildad! La humildad es el gran poder del fotógrafo. Es más importante trabajar que atenerse al talento. Lee Friedlander hizo centenares de portadas de discos para artistas del Jazz; Diane Arbus trabajó la fotografía de moda junto con su esposo antes de encontrar su grandes temas; Garry Winogrand fue fotógrafo editorial durante años. Ninguno de ellos salió de la nada, inspirados por un soplo divino.

El talento no depende de uno: el trabajo sí. Y eso se aplica a todo en la vida, no solamente a la fotografía.

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*Óscar Colorado Nates es crítico, analista y promotor de la fotografía. Titular de la Cátedra de Fotografía Avanzada en la Universidad Panamericana (Ciudad de México). Autor de libros como Instagram, el ojo del mundo, Fotografía de Documentalismo Social, entre otros. Conductor del programa de radio sobre fotografía   Miembro de The Photographic Historical Society (Rochester, NY) y creador de , blog de reflexión fotográfica líder en Iberoamérica.

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