Por Pedro Tzontémoc *

El viaje, nuevamente, como una actividad reveladora, mística en la que viene de la experiencia externa para manifestarse en el interior de cada viajero comprometido y abierto a las señales y percepciones que le impone el viaje mismo.

El canto de las sirenas que no cesa y que nos seduce con su promesa de conocimiento, de placer, de experiencia e, incluso, de inmortalidad. En tanto cedamos a esta tentación irresistible, en tanto no nos amarremos al mástil del sedentarismo y mucho menos tapemos nuestros oídos con la cera de la obstinación, de la ceguera, accederemos al paraíso que se conquistó con el simple acto de morder una manzana.

Ese paraíso que está al alcance de nuestra mano y que para vivirlo sólo hace falta quererlo vivir sin el remordimiento del pecado original, sin la culpa del gozo, sin el miedo a la libertad que nos ofrece vivencias nuevas e irrepetibles que los viajes, dentro y fuera de nosotros mismos, se nos otorgan.

Para un fotógrafo, cazador e intérprete de realidades, el viaje significa la potencialización de la mirada. Imágenes poderosas que renuevan nuestra visión de la cotidianidad cercana que generalmente es nublada por la costumbre de mirar siempre lo mismo y sin embargo siempre tan diferente. Viajar enseña a la mirada a viajar siempre, aún y cuando se esté en un mismo lugar.

El viaje puede realizarse en varias direcciones: norte, sur, este y oeste, pero siempre haciéndolo coincidir en el punto de intersección de los ejes X, Y y Z, es decir, en el centro de nuestra percepción, el eje de nuestro propio viaje interior.

Viajar al extremo sur del continente americano, al sur no fue un desplazamiento en línea recta, aunque en realidad nunca lo sea, pero viajar desde mi hemisferio norte habitual hasta el sur del sur, evidenció otra dirección cardinal: el eje vertical. Mirar hacia arriba, a un cielo distinto de estrellas nuevas y referencias astronómicas distintas donde no existe la estrella polar, punto fijo de ubicación y “perder el norte”, perderse en lo desconocido…

Otro eje, el horizontal, también exigió la atención durante el recorrido desde la Patagonia hasta la melancólica capital uruguaya. Un interminable horizonte que corta, que hiere, que divide la cúpula celeste, media naranja azul, de la otra media naranja amarilla que es la pampa argentina en el otoño austral de 2001.

Cada una de las vivencias, traducidas en imágenes. Imágenes que responden a una percepción personal de cada encuentro, de cada instante vivido plenamente en el itinerario, a veces absurdo y ciego, marcado por la intuición y la casualidad que vienen a ser lo mismo cuando no se es consciente enteramente de la primera y el entonces proceso de revelado del material fotográfico que revela, simultáneamente, la cotidianidad recuperada, enriquecida por las experiencias previas. Las imágenes capturadas y cautivadoras del viaje adquieren otra dimensión.


* Pedro Tzontémoc nace en la Ciudad de México en 1964. 

De formación fundamentalmente autodidacta. Inicia sus estudios de fotografía 1981, considerando de mayor importancia los realizados a manera de pláticas con la maestra Kati Horna.

Ha publicado diez libros y ha realizado diecinueve exposiciones individuales. Ha participado en más de cincuenta exposiciones colectivas en México y el extranjero.

Actualmente coordina la colección luz portátil – Artes de México de libros de fotografía.

www.pedrotzontemoc.com

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