Por Pedro Tzontémoc *

Caminar, caminar, caminar, siempre hacia arriba, hacia el cielo, hacia la sima del monte Sinaí. Esperamos a que el sol bajara un poco para poder comenzar a subir.

El camino me atrapó, subo solo y sin detenerme hasta que los escalones que serpentean entre las siete puertas aparecen frente a mí.

El paisaje es alucinante, no nos permite hablar: las montañas a lo lejos, el desierto a nuestros pies, el cielo rozando nuestras cabezas, el cometa al que la vanidad humana bautizó como Halle-Hopp está tan cerca que casi lo podemos tocar, su presencia en el cielo es dominante ni siquiera la luna cuenta tanto en esta inmensa oscuridad.

Plantear la idea de que siempre se siguen los pasos de alguien, en algunas coacciones tenemos la dicha de saber quien nos precedió, en este caso es Moisés. Hablar sobre la idea de las representaciones divinas a la manera de comics para que la humana mente humana pueda entender el mensaje de los dioses.

No éramos los únicos que subíamos al monte, cientos de personas, cada una sola consigo misma, hacía el recorrido: viejos vestidos de negro avanzaban sin cesar, sin prisa pero sin pausa, como sólo se puede andar por la vida una vez que se alcanza la sabiduría producto del cúmulo de experiencias.

Dormimos en la sima, al intemperie, rodeados de cantos religiosos que no dejaban escuchar a dios, el viento frío acariciaba nuestra piel, mi cuerpo calientito se llenaba de alegría.

Al día siguiente, el sol calentaba poco a poco nuestro despertar, conforme aparecía en el horizonte el paisaje iba descubriéndose frente a nosotros. Encuentro conmigo mismo en la inmensidad de mí alrededor, sintiéndome parte del todo y no como una minúscula partícula independiente sino como parte esencial de la composición del universo, sin la cual nada podría ser igual. Caí en cuenta que al igual que Moisés también había recibido los diez mandamientos, mis diez mandamientos.

  • Amarás a dios igual que a todas las cosas porque el todo es uno.
  • Vivirás el presente, el aquí y el ahora, el futuro y el pasado dependen de él.
  • Serás congruente con tus actos y pensamientos.
  • No mentirás.
  • No harás juicios.
  • Harás el amor.
  • Evitarás las tentaciones culminándolas.
  • No te arrepentirás.
  • Serás fiel a tus impulsos escuchando a tu corazón.
  • Serás libre.

Descendemos. No buscaría a nada ni a nadie para reprimir la adoración a un becerro de oro.

 


* Pedro Tzontémoc nace en la Ciudad de México en 1964. 

De formación fundamentalmente autodidacta. Inicia sus estudios de fotografía 1981, considerando de mayor importancia los realizados a manera de pláticas con la maestra Kati Horna.

Ha publicado diez libros y ha realizado diecinueve exposiciones individuales. Ha participado en más de cincuenta exposiciones colectivas en México y el extranjero.

Actualmente coordina la colección luz portátil – Artes de México de libros de fotografía.

www.pedrotzontemoc.com

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