Mi encuentro con el río Mekong no pudo ser más decepcionante: aguas mansas de un gris casi turbio y una ribera bañada de arena de construcción y maquinaria pesada. Me consuela pensar que no todo el río luce igual, al menos por el momento.

A finales de diciembre del año pasado, tuve la oportunidad de ir a la sureña provincia de Yunnan. Su nombre significa “Nube del sur”, y en un punto de su vasta geografía, comparte frontera con Tíbet.

Desde aquellas praderas altas donde habitan etnias de cultura tibetana baja el río Lancang, mejor conocido como Mekong. Lancang es su nombre en chino, pero es más famoso en todo el mundo como el río Mekong, el responsable de bañar con sus aguas los arrozales de Myanmar, Laos, Camboya, Tailandia y Vietnam; el que da sustento a los pescadores y se desbarata en un delta de infinitas ramificaciones en Vietnam; el que ahora ve languidecer sus aguas en aras del progreso y la modernidad

Al Mekong se le conoce como “el tazón de arroz de Asia”. La producción de arroz de los países bañados por sus aguas alcanzó en 2014 los 100 millones de toneladas, más o menos un 15 por ciento del total mundial. Y el arroz se cocina de mil formas distintas en esta parte del mundo, se muele, se transforma y se mezcla con los ingredientes locales, para dar como resultado delicias como los llamados “mi xian”, fideos de arroz, que se sirven con sopa picante. También está el “bo luo fan”, arroz con piña, servido en la misma piña a manera de cuenco. Y algo que me recordó México y me hizo sonreír: arroz con platanos fritos.

En la pequeña ciudad de Xishuangbanna, a orillas del río Mekong se construyó una especie de “pueblo turístico” llamado Gaozhuang. Ahí nos hospedamos, y por las noches se desarrollaban los mercados nocturnos al más puro estilo Tailandés. Pero el río ha quedado casi borrado del mapa. El desarrollo turístico está destinado a crecer. A las 6 de la mañana nos despertaba el ruido inclemente de un hotel en construcción justo frente al nuestro (mucho más eficiente que cualquier despertador).

La construcción de presas hidroeléctricas es lo que está cambiando drásticamente la estampa del Mekong, y no sólo eso, sino la vida de las miles de especies animales y vegetales de las que es hogar. Y por supuesto, también altera la vida humana.

Del lado chino del Mekong, hay cinco presas hidroeléctricas, y el resto de los países por donde pasa el río planean construir 11 más. Se estima que en 20 años, el Mekong va a ir de Tiben sólo hasta Pnom Penh, y ya. No más delta, no más ramificaciones y pequeños ríos con mercados flotantes y pescadores.

En Xishuangbanna no los van a extrañar. El mercado nocturno es apenas una imitación de algo folclórico, para atraer turistas, y nada más. La villa turística de Gaozhuang, con sus construcciones de madera, elefantes tallados en piedra y pavorreales, no logra transmitir es sentimiento de estar en un pequeño pueblo típico del sur de Asia. Quizá porque justo frente al desarrollo turístico, yace el río que de tan apacible, parece muerto.

El de las presas hidroeléctricas es un plan a largo plazo. Tan sólo ahora se lleva a cabo la construcción de una, en el lado chino, la de Wononlong, de unos 300 metros de largo y más de 100 metros de alto. No son enchiladas, requieren su tiempo, y mucho esfuerzo.

China es cabeza de león en todo este asunto de las presas del Mekong, pues siendo la segunda mayor economía del mundo, puede, con menos dificultad que sus vecinos, reubicar a la gente de los pueblos pequeños que se vea afectada por la construcción de las presas, y el asunto de la pesca, no es siquiera su prioridad.

Pero para países más pequeños y económicamente deprimidos, como Camboya, Mianmar, Laos o Vietnam, el asunto podría ser un Catch 22, un callejón sin salida.

Por un lado, las presas hidroeléctricas generarían la suficiente electricidad para abastecer a buena parte de su población, por otro, la construcción de dichas presas podría bloquear la migración de alrededor del 70 por ciento de las especies de pesca comercial en el Mekong. Esas mismas personas que se beneficiarían de la electricidad, se quedarían sin su mayor fuente de proteina.

Me queda claro que si quiero ver una estampa más folclórica, de mercados flotantes, con mujeres en canoas portando sus sombreros cónicos para protegerse del sol, al tiempo que ofrecen frutas multicolores, tengo que ir al delta, mientras exista. Y entre más rápido lo haga, mejor.

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