Andrés Manuel López Obrador se equivocó. Lo hizo al ponderar y considerar –equivocadamente- de mayor prioridad el combate a “la corrupción” (general y abstracta, sin nombres, causas o consecuencias) y defender “la honestidad en la vida pública” (esa que apela al voluntarismo individual) que la defensa de los derechos de la comunidad LGBTTI. Esto no significa que Andrés Manuel López Obrador esté en contra per se de los derechos de las personas de la comunidad LGBTTT (pese a su conocido conservadurismo personal respecto al tema). Tampoco significa que lo esté Morena como partido político, ya que estatutariamente han establecido que luchan porque se reconozcan los derechos y atiendan las diferencias por orientación sexual, identidad cultural y de género. Sin embargo, debido a que el partido político que él fundó (hoy, la cuarta fuerza política nacional) incorpora su discurso, su narrativa histórica y los símbolos a los que él recurre casi de manera simbiótica (recordemos el slogan de campaña “AMLO es Morena”), las implicaciones que sus declaraciones individuales tienen sobre lo público son mucho mayores. 

Lo problemático en este caso es que Andrés Manuel López Obrador rompió la racha ganadora que había alcanzado con la estrategia populista de comunicación al no poder, no saber o simplemente no querer abrir nuevos frentes de confrontación hacia el establishment distintos a los de “la corrupción” y la “honestidad”. Esto debido a que la complejidad de los problemas de lo público y sus repercusiones sociales en nuestro país rebasa ya –y por mucho- a las ramplonas simplificaciones conceptuales con las que Andrés Manuel López Obrador ha trabajado desde 2006. Su discurso político es tan importante como el programa de Morena. Si bien Morena reconoce la defensa de los derechos (en este caso sexual y de la mujer), Andrés Manuel difícilmente habla de una agenda de este tipo. Con Morena ocupando ya posiciones de representación popular en los poderes legislativos y en delegaciones del Distrito Federal, amparadas por el voto de miles de personas, esta definición ramplona de sus causas y luchas (así como la dicotomía entre el discurso del líder moral y la plataforma programática del partido) puede resultar con consecuencias graves a futuro.

Decir que la defensa de los derechos de la comunidad LGBTTT no es prioridad frente al combate a la corrupción que sí lo es, es suponer que la lucha política obedece a una lógica lineal y no a una múltiple y dinámica. Andrés sigue proyectando la idea de que él opera bajo las reglas de: Será lo que yo diga, como yo lo diga y cuando yo diga, o no será. Una exitosa estrategia populista se sostiene en discursos y narrativas basadas en una lógica de equivalencias, es decir, en la construcción de una idea de realidad en donde distintas personas (subjetividades) reconcilian sus diferencias y asumen una posición común. Todo esto a partir de la construcción de un discurso político y una comunicación que redefine las coordenadas dentro de las cuales se lucha. López Obrador apela a discursos monotemáticos con los cuales espera generar lazos de solidaridad y compromiso político a partir de intuiciones compartidas de los ya convencidos. Su respuesta en la entrevista de radio revela lo deficiente de su estrategia de comunicación al herir las susceptibilidades de amplios sectores de la población (¡y con razón!) que podrían identificarse con sus causas y sus proyectos, pero no lo harán en tanto que López Obrador siga descartando agendas políticas de acuerdo a su particular escala de valores.

El discurso del “pueblo bueno” no puede ser la única idea de realidad que Andrés Manuel quiera construir. Es necesario que también hable de derechos. Y hable cómo la mafia en el poder y la corrupción que impera en el país ha construido un sistema de reglas, de discursos, de símbolos y ritos que excluye y margina a gran parte de los ciudadanos. Que abra los frentes de lucha, que ofrezca posiciones claras y distintas que inviten a sumarse a su causa. Y si tropezó, que corrija. Si no, lo que vemos en Andrés es un liderazgo de la izquierda partidista tan conservador que poco alcanzaría para lo que ofrece.

Ese es mi reclamo. Hace falta entrarle al debate público con más imaginación y arrojo y menos verdades auto reveladas y falsas ínfulas de superioridad. Que tenga el valor de ser claro y no evadir la agenda de derechos.

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