En Get Me Roger Stone -el documental producido por Netflix y dirigido a seis manos por Dylan Bank, Daniel Di Mauro y Morgan Pehme- sus directores se resisten (ya sea por obviedad, ya sea por presupuesto) a usar Sympathy For the Devil como canción emblema de la cinta.

Y es que, aunque ha sido utilizada hasta el cansancio, no puedo imaginar otra película donde esta cancion no quede como anillo al dedo. En Get Me Roger Stone conoceremos al diablo en persona, un ser que, como bien dicen los Stones, es un hombre de riqueza y buen gusto, que ha estado entre nosotros por muchos muchos años, que ha robado el alma de varios y cuyo juego sigue siendo un enigma fascinante para todos.

Se trata de Roger Stone, un operador político cuyo salto a la infamia sucedió cuando apenas tenía 20 años, al estar involucrado en el escándalo Watergate (aquel que provocaría la caída de Richard Nixon). Para cualquier político, tener ese episodio como parte de su currículum sería material digno de enterrar en la memoria, pero no para Stone, al contrario, con una sonrisa plena, el hombre cuenta a cuadro no sólo lo orgulloso que se siente de haber participado en el Watergate sino que además expone su fanatismo por la figura de Nixon, al grado de ser el poseedor de una extensa colección de memorabilia sobre el ex presidente (fotos, cuadros, figuras y afiches). Es entonces cuando Roger, sin descaro, se quita la camisa y revela (cuál Superman Bizarro) el tatuaje que se mandó hacer: el rostro de Tricky Dick grabado en su espalda.

Guardadas las distancias, sería como descubrir que el Jefe Diego tuviera en la espalda un tatuaje de Salinas.

Siempre pulcro en su vestimenta, no sin un sentido excéntrico de la moda (trajes de colores vivos, bombín y corbata), el documental revela cómo desde aquel episodio y hasta nuestros días, la huella funesta de Roger Stone ha estado presente en la política norteamericana. Cual si se tratara de un perverso Zelig de la política, su mano ha estado involucrada en el ascenso al poder de figuras que van desde Ronald Reagan (cuyo slogan era ‘Make America Great Again’), George Bush (ambos) y, por supuesto, Donald Trump.

Desde al menos 30 años atrás, Stone reconoció en el excéntrico y ególatra millonario de Nueva York al material idóneo para la carrera rumbo a la presidencia. Su actitud arrogante, triunfalista pero mundana le resultaba ideal para ser lanzada como producto presidencial. Mientras los demás veían en Trump a una persona vulgar, sexista, racista, misógina e inculta, Stone reconocía las cualidades perfectas para que el electorado “no ilustrado” se identificara. Este demonio sabe que la política y el espectáculo se mezclan ¿cómo no reconocer en aquel hombre que estuvo 15 años tras un exitoso reality show al candidato perfecto para llegar a la Casa Blanca?

“Más vale pasar por infame que no ser famoso”. Roger Stone es el cinismo hecho estrategia. Ganar, ganar, ganar. No importa cómo. Desde temprana edad supo de las artes de la manipulación, del poder de la desinformación, de la calumnia, del juego sucio. Es un experto en ello. El Watergate, el reconteo de votos en el año 2000, la destrucción del Partido Reformista, el escándalo sobre la nacionalidad de Obama, la supuesta enfermedad de Hillary Clinton, la acusación falsa sobre las 26 mujeres que Bill Clinton habría violado, el escándalo de los e-mails. Todo es parte del estilo de hacer política de Roger Stone, uno que no conoce de límites, donde todo está permitido, donde igual se negocia con empresarios que con dictadores, donde el peor pecado que puede cometer un político no es la corrupción sino provocar bostezos, y vaya, vaya que Donald Trump nos tiene entretenidos.

Get Me Roger Stone es un relato aterrador. Es la constatación de que la política es este fino arte del engaño donde lo último que importa es el bien público, lo que importa es el poder y el dinero. Es también un relato fascinante, porque confirma nuestras sospechas sobre el modo de operar de estos demonios con traje. Los directores de este documental sólo tuvieron que unir los puntos porque Stone, este deslumbrante diablo, está fascinado con contar su historia, con reconocer sin empacho que ha hecho de la política un gran negocio y que no pierde la oportunidad de mentarle la madre a sus enemigos. “Si me odian es porque hice bien mi trabajo”.

Pero mejor aún, Get Me Roger Stone es un documental que arroja luz sobre alguien que hasta hoy parecía indescifrable. Luego de conocer la biografía de este “príncipe de las tinieblas” uno entiende la lógica de Donald Trump (¡tiene lógica Donald Trump!). Uno entiende que siempre se irá por la senda del odio porque “el odio es un motivador más importante que el amor”. Uno entiende que siempre tratará de escapar por la tangente porque, ante el peligro “niega, niega, y vuelve a negar”. Uno comprende sus realidades inventadas, sus tuits de madrugada, sus decisiones estúpidas y criminales. “Lay low, play dumb, keep moving”.

Entender a Stone es entender la forma de hacer política en Estados Unidos. Nuestra tragedia es que muy probablemente sea también la forma de hacer política en México. Y es que frases como “prensa inmunda”, “la mafia del poder”, “yo tengo otros datos”, “es un complot”, parecen sacadas del manual de Stone.

Pareciera pues que ya alguien de este lado del Río Bravo ha gritado: “¡Tráiganme a Roger Stone!”

@elsalonrojo

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