¿Cuál es el fin último del arte sino provocar?, ¿para qué filmar una película, escribir un libro o pintar un cuadro sino para causar una reacción en aquellos que lo miran? En Nocturnal Animals esta concepción del arte como provocación se lleva a niveles de paroxismo cuando un escritor hace de su primera novela un acto de venganza a la vez sutil y perturbador. Se trata, tal vez, de una fantasía (la fantasía de todo escritor o cineasta, hacer de su obra la provocación máxima), pero en todo caso es una fantasía filmada con elegancia y brío, con estética y crudeza, una pesadilla gótica de la cual es difícil escapar sin ser trastocado.

La cinta comienza con una provocación. Un grupo de mujeres, de edad algo avanzada, todas obesas, bailan desnudas en cámara lenta frente a la pantalla. A la distancia la secuencia (que dura varios minutos, o al menos así se siente) parece innecesaria, pero su aporte es claro: probar a la audiencia, generar esta extraña atmósfera (que nos recuerda a Lynch y a DePalma) en la que no sabemos dónde estamos, ¿lo que vamos a ver sucede en el mundo real o se trata de un sueño -una pesadilla- hiper estilizada? El público se incomoda, algunos ríen con el baile de las gordas, como reafirmando su propia seguridad ante sus cuerpos perfectos, otros más simplemente dejamos de comer el sendo bote de palomitas que habíamos comprado.

Si el arte es también una forma de poder, es claro desde esa secuencia inicial que el director, Tom Ford, está al mando, nos tiene secuestrados y escapar no será sencillo.

La ventana se abre y conocemos a Susan (Amy Adams) una artista frustrada que sin embargo ha sabido hacerse de dinero por dos vías: manejando una galería de arte y casándose con un millonario. Su casa parece un mausoleo, con piezas de arte que conviven con el gris de las paredes, los enormes ventanales y esa gigantesca escultura de Jeff Koons junto a la piscina. De improviso le llega un paquete a la mansión, al abrirlo (luego de cortarse con el papel que lo envuelve) descubre que se trata de la primera novela de su exmarido, Edward (Jake Gyllenhaal), llamada Nocturnal Animals. Susan queda intrigada por el paquete, por el título, por esta extraña forma en que su exmarido ha decidido reaparecer en su vida. La seducción máxima en la dedicatoria de un libro.

Aprovechando la ausencia de su actual esposo (quien está de viaje, poniéndole el cuerno con otra), Susan comienza a leer.  La película entonces se vuelve la historia del libro, donde Tom es un padre de familia que tiene que viajar con su esposa  y su hija, en medio de la noche en alguna carretera de Texas. De improviso, un auto se les cierra. Se trata de un grupo de jóvenes que los comienza a agredir y acosar verbalmente. La tensión crece mientras la impotencia de Tom (que en la imaginación de Susan, se trata del mismo Edward, es decir Jake Gyllenhaal) le impide reaccionar quedando como única opción obedecer a este grupo de jóvenes liderado por Ray (Aaron Taylor-Johnson).

El relato dentro del relato se hace cada vez más oscuro, siniestro, tétrico. Es dolorosa la pasividad de Tom (¿de Edward?) ante la burla socarrona del violento Ray que empieza a manosear a su esposa e hija. Y entonces Susan deja de leer, su asombro y su miedo es nuestro asombro y nuestro miedo frente a lo que se ve en pantalla. ¿A dónde va todo esto?, ¿quienes son estas personas?, ¿acaso su marido escribió una historia refiriéndose en realidad a su pasada relación?

La lectura del libro revive memorias pasadas, lo que desata otra película dentro de la película: la historia de cómo es que Edward conoció a Susan, cómo se enamoraron y bajo qué terrible circunstancia se separaron.

Pero a pesar de las pausas, a pesar de lo cruel del relato, Susan no puede dejar de leer y nosotros no podemos separar la mirada de la pantalla. Ford nos tiene atrapados, él tiene el control.

Tom Ford crea esta casa de espejos al borde del abismo con la primera intención de burlarse de todos. Caricaturiza el mundo de Susan, vacuo, superfluo, de seres hermosos vestidos impecablemente. Rompe esta casa de cristal con la realidad cruda, ambigua, de la violencia sin sentido y la justicia que se mueve lenta, con cáncer. Se burla de nosotros al manipularnos con este triple juego de historias, ambicioso y estilizado, no exento de momentos ridículos y hasta novelescos, que mezcla realidades y sueños en un flujo onírico que deja claro que Ford no es un simple advenedizo con dinero que un buen día decidió hacer a un lado su emporio de la moda para dirigir una película. Nos queda claro que Ford es un buen alumno, un buen ladrón, pero también es un autor.

Al final estamos ante un nuevo cine noir. Tragedia, vanidad y venganza narrados con una elegancia absoluta donde la mejor actuación, la de Amy Adams, se expresa en la obsesión de Ford por su mirada: en ese par de ojos de Adams está el asombro y el miedo; está también la fragilidad y el derrumbe para cuando este gran acto de venganza sea consumado. Un libro usado como arma letal. Una película usada como navaja para nuestros ojos.

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