¿Se puede acusar a un director por serle fiel a sus obsesiones? La crítica más común a

Youth, el más reciente largometraje de Paolo Sorrentino, versa sobre su obsesión por “copiar” a Fellini, “defecto” que le achacan sus detractores desde su tercer largometraje, L'amico di famiglia (2006), y que hasta la fecha sigue siendo un comentario recurrente.

Si bien Sorrentino jamás ha negado la influencia de Fellini (al contrario, la asume con toda consecuencia), es también cierto que en este caso las similitudes son, de tan obvias, imposibles de no señalar. Por supuesto, Youth tiene muchos, tal vez demasiados vasos comunicantes con 8 ½ (1963), aquella historia sobre un cineasta que, cansado y sin inspiración, se refugia en un Spa europeo solo para ser inevitablemente perseguido por los recuerdos, particularmente de las mujeres con las que ha trabajado.

En Youth, Fred Ballinger (Michael Caine) es un veterano y famoso compositor que ha decidido recluirse en un Spa en Suiza como forma de retiro. No piensa volver a dirigir su orquesta y su determinación es tal que se da el lujo inclusive de rechazar la invitación por parte de la mismísima reina de Inglaterra para volver a los escenarios.

En el mismo sitio está hospedado su mejor amigo, el cineasta Mick Boyle (Harvey Keitel) -ambos personajes inspirados en la amistad real entre el cineasta Francesco Rosi y el músico Ricardo Muti- quien prepara su más reciente filme. En algún punto, Boyle al igual que Guido (Marcelo Mastroianni) serán acosados por el recuerdo de todas las mujeres con las que hicieron algún filme.

Si, las similitudes son varias, pero más que ser esto una copia de Fellini, lo cierto es que Youth es una copia de Sorrentino hecha por Sorrentino. Con una estética que recuerda demasiado a su filme anterior -ganador del Oscar a mejor película de habla extranjera, La Grande Belleza (2013)-, una cámara siempre etérea (de su director de fotografía de cabecera, Luca Bigazzi) y una fórmula musical muy similar, Sorrentino parece estar homenajeando su propio cine, al grado incluso que Michael Caine, con pelo cano peinado hacia atrás y lentes de pasta gruesos, da la impresión de estar interpretando a Tony Servillo, el extraordinario actor fetiche de Sorrentino.

Pero si en aquella cinta el director napolitano analizaba la belleza -la absoluta y la mundana-, aquí intenta (aunque no siempre con gracia) hacer un comentario sobre la juventud. Todos los personajes en Youth se entienden por su relación con la juventud, ya sea el actor Jimmy Tree (Paul Dano), cansado de su fama juvenil a partir de un papel facilón que hizo para alguna película que todo mundo le recuerda; ya sea la juventud inexperta pero entusiasta del grupo de guionistas con el cual Mick intenta terminar su película (aunque siempre eludan la forma de darle final al relato, como no queriendo afrontar la vejez); o la ausencia de juventud del ídolo Maradona (otro huésped del Spa), quien se niega a aceptar que los mejores años se han ido.

Incluso la hermosa Miss Universo, huésped distinguida del lugar, se dice feliz de haber participado en el concurso, pero no encuentra la hora para dejar todo ello atrás y hacer algo que no dependa de su extraordinaria figura, de su juventud.

La cinta se sostiene a partir de los diálogos (la mayoría de ellas bastante afortunados); Sorrentino sabe sacar jugo a sus protagónicos de tal forma que gran parte del atractivo de la cinta esté en el rapport cómico entre Caine y Keitel, la fragilidad en pantalla de Rachel Weisz (como la hija de Caine, en tremendo monólogo contra su padre), e incluso el cinismo petulante de Paul Dano.

La vejez llega como una cloaca que destapa las miserias de todos: la brillante carrera a costa de la familia, el cineasta que jamás logra hacer la cinta que quiere, la mujer desechada por una más jóven y mejor en la cama (cameo de la actriz pop Paloma Faith), el dios del balompié que depende ahora de un bastón, la actriz diva (cameo extendido de Jane Fonda) que no sólo niega el paso del tiempo sino que se vende a la televisión.

Llena de imágenes alegóricas - a veces excesivas, a veces sorprendentes, a veces ridículas- Sorrentino se engolosina a tal grado en sí mismo que el guión tambalea rumbo al final, el personaje de Michael Caine pierde peso frente al de Keitel, descarrilando gran parte del argumento que ya no encuentra salida excepto en el último fotograma, un dardo que logra conectar en el lugar preciso.

Un clásico reza que la juventud tiene el genio vivo y el juicio débil; eso es lo que ocurre con Youth, es indudable el genio vivo que la sostiene, pero su director carece esta vez del juicio suficiente para saber cuándo detenerse. Ello no la hace una mala película, pero sí en definitiva una obra tal vez menor dentro de su siempre interesante filmografía.

Twitter: @elsalonrojo

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