...al fin que ya te di

mi cariño, mi fe, mi vida entera...

Encuentro difícil que alguien pueda salir inmune de una cinta como Carmín Tropical. En este, su segundo largometraje, el mexicano Rigoberto Perezcano (notable ópera prima Norteado, 2009), mezcla géneros, tensa emociones, juega con nuestra expectativa mediante una historia filmada con ritmo, belleza y destreza, para finalmente dar un certero tiro de gracia al público en un cierre tan sorprendente que se quedará en nuestra memoria por mucho, mucho tiempo.

En pocos minutos, la puesta en imágenes de Alejandro Cantú nos sitúa en el ambiente ominoso de un thriller noir con todas las de la ley: un crimen sin resolver, una narración cronológica ambigua, un romance en ciernes, narración en off, tensión sexual y el repetitivo, doloroso, constante recuerdo de un pasado arrebatado con violencia.

Desprovisto de todo atisbo de sordidez, Perezcano nos presenta a Mabel (impresionante José Pecina), una chica muxe que regresa a su natal Juchitán (pueblo del que huyera años atrás) para investigar la muerte de Daniela, una amiga de quien sabemos -mediante una sucesión cronológica de fotos- no sólo sobre su transformación de hombre atrapado en cuerpo de mujer a muxe, sino también de su atroz asesinato en lo que muy probablemente sea un crimen de odio.

Con ese brutal inicio, el director pareciera jugar con los géneros, filmando las acciones cual si se tratara de un documental, haciéndonos dudar por un instante si estamos frente a una ficción o el recuento de un crimen real.  Si bien la película tiene una innegable agenda respecto a la tolerancia y la homofobia criminal, el filme nunca busca crear “conciencia” o hacer “denuncia”, así como tampoco ahondar (para bien o para mal) en el modo de vida de los muxes. Lo que interesa a Perezcano es crear atmósferas densas, llenas de pasajes oníricos en imágenes repetitivas; un ambiente enrarecido en el cual Mabel se convertirá en improbable detective impulsada por el simple deseo de conocer la verdad, un acto último de redención en su búsqueda por acallar a sus propios demonios.

Siempre con el suspenso a flor de piel, Carmín Tropical presume de una efectividad absoluta en el manejo de sus atmósferas (me atrevo incluso a anotar ciertas reminiscencias con Silence of the Lambs o Se7en), en la manipulación de las emociones y en la elegantísima resolución final donde, nosotros, el público, quedamos marginados, sorprendidos, inevitablemente afectados por la combinación de imágenes, la música y la letra de un clásico de Álvaro Carrillo que nos hace suplicar, rogar por un poco, tan sólo un poco más….


Twitter: @elsalonrojo

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