Atravesamos bruscos cambios en política educativa. El retiro del apoyo a las estancias infantiles, y el recorte presupuestal al programa de inglés (en un 51.6%), son algunos ejemplos. Vendrán muchos más, pues el Congreso de la Unión actualmente discute la iniciativa de reforma educativa, propuesta por el presidente de la República en diciembre de 2018. Por ello, es momento de abogar por lo que es vital que permanezca.

Empiezo por las Escuelas de Tiempo Completo, programa que inició en el sexenio de Felipe Calderón, y que se mantuvo durante el mandato de Enrique Peña Nieto. A la fecha, en el país se tienen 25 mil 134 establecimientos escolares incorporados. Consiste en que dichas escuelas amplían su horario de trabajo: para primaria, en lugar de 4 horas y media, se imparten 6 horas y media, o un poco más, si también se ofrecen alimentos.

Atendiendo al caso concreto de primaria, es muy importante contar con este tiempo ampliado, pues en 4 horas y media se limita bastante lo que se puede enseñar, tanto en contenidos como en convivencia y actitudes. Hay quienes dicen que es extenuante trabajar un horario tan largo, y en efecto lo es si destinamos todo el tiempo a transmitir conocimientos teóricos, pero precisamente las escuelas con esta jornada permiten incluir actividades lúdicas, deportivas y artísticas, que son indispensables para una formación integral en los niños.

Además, existe el beneficio hacia los padres y madres, que encuentran más acoplamiento con los horarios de una escuela de tiempo completo, debido a su trabajo. Considerando que la educación es un interés y derecho de toda la comunidad, es imprescindible tomar en cuenta a las familias.

Por supuesto, al trabajar más tiempo, también el salario de los maestros mejora y, por ende, con este programa se cuenta con menos profesores con la necesidad de encontrar un doble empleo, que ocasiona agotamiento físico y mental, y menos tiempo de concentración en la labor con los alumnos.

Las Escuelas de Tiempo Completo deben permanecer, y es momento de decirlo, porque se estableció un recorte presupuestal del 9.4% para este programa en el 2019, siendo que es de los que más requieren apoyo, debido a las carencias de infraestructura y muchas otras que aún prevalecen.

Además, sucede algo muy curioso: en Colima, desde enero, los maestros que trabajan en esta modalidad no están recibiendo el pago por las dos horas adicionales que laboran. No se dice cuándo se va a pagar, pero el gobierno local anunció que el retraso se debe a cuestiones de las reglas de operación, que el Gobierno Federal debe resolver.

Esta ya marcada demora levanta aún más sospechas acerca de la voluntad gubernamental para que las Escuelas de Tiempo Completo permanezcan. Por ello, exigimos tanto el pago expedito de los sueldos debidos, como la garantía de que se continúe con el programa, que permite abonar tanto a la calidad educativa.

Adicionalmente, quiero externar otros dos puntos: los maestros de Inglés y el examen de ingreso al Servicio Profesional Docente también deben quedarse. El inglés nos hace ciudadanos del mundo, y el contar con maestros especiales para impartir la asignatura permite al docente destinar el tiempo de dichas clases para trabajar con alumnos con necesidades educativas especiales y organizarse en sus tantas otras tareas administrativas. Por su parte, el examen de ingreso al magisterio asienta un mecanismo de selección transparente, salvaguarda el mérito y nos blinda de prácticas corruptas como la venta y donación de plazas, como lo expuso la UNESCO en la Cámara de Diputados el 13 de febrero pasado; es cierto que los procesos pueden perfeccionarse, pero no suprimirse.

Queremos una ciudadanía capacitada para enfrentar al mundo bilingüe y globalizado, y requerimos un magisterio profesional, preparado, y un servicio docente basado en el mérito.

No podemos permitir que estos programas se vengan abajo. Cuando se dice que la calidad educativa es fundamental, salvaguardarlos se vuelve necesario para que tal afirmación sea congruente.

sofiglarios@hotmail.com

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