Los Ángeles

Barack Obama está molesto. Apenas va iniciando el discurso que trae preparado —bien articulado, cada palabra en su lugar, como de costumbre—, cuando es interrumpido a gritos por una voz al fondo del salón. “¡Presidente Obama! ¡Presidente Obama!”, se alcanza a escuchar fuera de cámara. Obama reacciona sin ápice de paciencia, tajante; levanta la voz, hace un gesto con la mano.

—¡No! ¡No, no, no, no, no! Escucha: estás en mi casa. ¿Y sabes qué? Es una falta de respeto que te inviten a la casa de alguien…

La voz continúa oyéndose. Palabras entrecortadas hacen alusión a indocumentados, tortura y centros de detención.

—No vas a obtener una buena respuesta si me interrumpes de esta manera —continúa Obama—. Lo siento… no, no. Deberías avergonzarte.

Un exasperado mandatario pide que saquen del salón a quien lo ha interrumpido. Detiene su discurso, destinado a celebrar el mes del Orgullo LGBT (Lesbian, gay, bisexual, transgender). Es el miércoles 24 de junio y esta reunión, a la que cada año convoca la Casa Blanca, agrupa a los principales líderes y activistas de este movimiento en Estados Unidos. En esta ocasión la celebración es particularmente importante: en unas horas la Suprema Corte de la nación emitirá un veredicto histórico que legaliza el matrimonio igualitario. Mientras los gritos siguen, Obama trata de mantener el gesto suave, pero lanza una mirada filosa; pide que los guardias se apresuren a escoltar a la señalada afuera del ala este de la residencia presidencial.

Jennicet Gutiérrez sonríe con una mezcla de picardía e incredulidad cuando recuerda el episodio. Pasó más de una semana y desde entonces su vida ha dado un vuelco. Le han llegado mensajes de apoyo y solidaridad, y también de odio; trata de ignorar los segundos. Sentada en una mesa pequeña del apartamento que comparte con una roommate en el modesto barrio de Van Nuys, en la ciudad de Los Ángeles, Jennicet se emociona al hablar de ese momento.

“Sentí una fuerza que me vino desde adentro, era algo que estaba destinado. La Casa Blanca tiene unas reglas de acceso muy estrictas; por eso se me hizo muy significativo que siendo una mujer indocumentada transgénero, mexicana, me dieran ese acceso. Llegué ahí con todas las experiencias que he vivido, el dolor de mis compañeras, y al escuchar el discurso del presidente, hablando de mucho progreso de la comunidad LGBTQ y pintando todo color de rosa, salió. Yo no le estaba cuestionando ese progreso; sólo quería recalcarle una realidad que ni mi propia comunidad quiere ver: la discriminación, el abuso que mis compañeras están viviendo en los centros de detención”.

Jennicet le gritó a Obama que no puede haber progreso para la comunidad LGBTQ si un sector, las mujeres transgénero indocumentadas, siguen sufriendo discriminación.

Gritó porque quería compartir la historia de las 75 personas transgénero que cada noche duermen en centros de detención de inmigración solicitando asilo político, y que son víctimas de violencia; de ellas, 90% son mujeres. Pero sobre todo, Jennicet le gritó al presidente reivindicando, asegura, su dignidad de mujer.

Identidad

“Soy una mujer inmigrante, mexicana, indocumentada, transgénero”. Con cinco palabras, Jennicet Eva Gutiérrez, de 29 años, originaria de Jalisco, describe su identidad. Llegar a este punto no le fue fácil. Hace 15 años llegó a Estados Unidos en un proceso de migración familiar que tomó tiempo; de todos sus hermanos es la única que continúa indocumentada. Conserva en la memoria episodios agradables de su infancia en México, pero también la lucha por aceptarse como era. La migración no facilitó las cosas; la falta de documentos, de dominio del idioma y el choque cultural hicieron que la adaptación a su nuevo país resultara difícil. Tuvieron que pasar más de 10 años, dice, para encontrar su voz.

El proceso no hubiera sido posible sin el apoyo de su familia y de la comunidad que la acogió. Conoció a Bambi Salcedo, una connotada activista transgénero del sur de California, presidenta de la organización TransLatina Coalition, y en 2014 dejó su trabajo en un hospital para dedicarse de tiempo completo al activismo con el grupo Familia: TransQueer Liberation Movement.

Según esta organización, la vulnerabilidad de la comunidad transgénero en EU es un asunto pendiente en la lucha por los derechos LGBTQ. En lo que va de 2015 han sido asesinadas nueve personas transgénero en el país, la mayoría chicas pertenecientes a alguna minoría racial. Una estadística más amplia, publicada en abril de 2015 por el Think Tank Center for American Progress, indica que una de cada tres personas transgénero pertenecen a una minoría racial; pero en el caso de las transgénero indocumentadas la cifra alcanza 98%.

“Lo que quiero demostrar es que hay una violencia que nos conecta a las minorías en este país, y que mucha gente no quiere ver las conexiones. Piensa que porque esta persona es afroamericana, esta es homosexual, esta es transgénero, a ellos no les afecta”, explica Jennicet. “Quiero que la gente vea esa conexión y cómo el sistema nos mantiene divididos”.

Alta, de piel morena tersa, cabello negro largo y brillante, figura curvilínea y ojos chispeantes, Jennicet prefiere no compartir el nombre con el que fue registrada al nacer.
“Creo que he encontrado esa voz y que mucha gente se ha identificado con ella; así es como tuve el valor de ir a la Casa Blanca y enfrentarme al hombre más poderoso del mundo. Encontré la fuerza y el valor para denunciar públicamente lo que mis compañeras transgénero están pasando. Fue un proceso fuerte para decir ‘estoy lista y voy a luchar por mis derechos’”.

Más que un papel

Cuando Jennicet decidió interpelar a Obama, no lo hizo llevada por un simple impulso. Un largo historial de denuncias precede a su queja que, sin pensarlo, se convirtió en un grito que sería cubierto por los medios y que traería consecuencias que pocos hubieran esperado.

En noviembre de 2014, el equipo de investigación de la cadena Fusión, con financiamiento de la Fundación Ford, publicó un reporte que incluye estadísticas y testimonios de mujeres transgénero que han sido víctimas de abuso sexual en centros de detención para inmigrantes. Una de cada 500 personas detenidas en estos centros es transgénero; sin embargo, una de cada cinco denuncias de abuso sexual proviene de una de esas personas transgénero. Estos lugares operan bajo lineamientos que determinan el sitio al que debe ser dirigido cada interno, de acuerdo con la información contenida en su tarjeta de identificación. El problema es que los documentos con los que cuentan estas mujeres transgénero —muchas de ellas huyendo de la violencia de países centroamericanos o de México— no asientan su identidad actual.

La carencia de documentos se convierte en un problema que va más allá del tema migratorio: es la falta del reconocimiento de la propia identidad. Terminan alojadas en celdas con otros hombres, donde son víctimas de abuso, violencia física, sicológica, sexual e incluso tortura.

“Si no tienes documentos no puedes finalizar el proceso de construir tu identidad, es todo parte del mismo problema”, explica Jennicet. “Para cambiar tu nombre en EU tienes que tener un número de Seguro Social; si eres indocumentado, no lo tienes. Entonces no puedes cambiar tu nombre, tu única identificación es la que trae tu identidad de cuna, que no es con la que te identificas actualmente. Esto crea un conflicto legal y de seguridad. No puedes identificarte como la persona que estás expresando ser”.

En meses recientes se han multiplicado los reportes por parte de organizaciones de defensa de derechos civiles por tortura a las personas transgénero cuando denuncian abuso al interior de un centro de detención de migrantes. Está documentado que la práctica de confinamiento solitario sigue siendo un castigo que se aplica al interior de dichos espacios; algunas de las mujeres que han denunciado han recibido esta pena por periodos de hasta tres meses.

Un día después del episodio de Jennicet en la Casa Blanca, un grupo de 35 congresistas demócratas envió una carta al secretario de Seguridad Interna, Jeh Johnson, exigiendo la liberación de los inmigrantes transgénero detenidos en centros de inmigración para hombres, debido a que “estos individuos son extremadamente vulnerables al abuso, incluido el ataque sexual, mientras se encuentran en custodia”.

Tres días más tarde, el 29 de junio, la Oficina de Control de Inmigración y Aduanas (ICE) dio a conocer un memorándum con nuevos lineamientos que establecen, entre otras cosas, que las personas que se identifiquen como transgénero “serán alojadas en instalaciones de detención acordes a su identidad de género”.

Un paso adelante, un mundo de pendientes

Vistiendo shorts y una blusa de tirantes, Jennicet revisa los mensajes que no dejan de llegar a su teléfono. Apenas hace unos días regresó de Washington, y ahora se prepara para viajar a Chicago a un congreso LGBTQ. Al hablar sobre la forma en la que el tema que llevó a la Casa Blanca detonó una serie de acciones, Jennicet sonríe, pero no despega los pies de la tierra. “Si la gente está hablando del tema, haya sido la estrategia como haya sido, es un paso gigantesco. Pero hay mucho por lo cual seguir trabajando, seguir poniendo un rostro humano en el problema para que nos den un trato justo y digno”.

Entre los temas pendientes está el alto a las deportaciones y la lucha por lograr una reforma migratoria integral.

“Aún hay mucha división en el propio movimiento LGBTQ. Hay avances, pero quienes no contamos con documentos tenemos dificultades para encontrar estabilidad financiera, para tener acceso a un seguro de salud; en nuestro caso, además de ese seguro depende el acceso a medicamentos y hormonas que nos ayudan a la transformación de nuestro cuerpo de la manera en la que nos identificamos. Y cambiar las leyes no basta, en ocasiones los avances en la ley no se reflejan en el trato que te da la gente. Aún hay mucho por cambiar, y yo sigo aprendiendo”.

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