Hoy nos reunimos con motivo del Día Internacional de la Mujer en el marco de los 101 años de EL UNIVERSAL.

Convivimos, una vez más, con las mujeres destacadas de nuestro país. Están entre nosotros deportistas de alto rendimiento, académicas de gran prestigio, funcionarias públicas de alta responsabilidad social, dirigentes de la iniciativa privada, luchadoras sociales y artistas indispensables para México.

Todas ustedes son ejemplo vivo de que el techo de cristal, ese que ha obstaculizado a las mujeres rumbo a la cima de la toma de decisiones, está desmoronándose.

Pero el hecho de que tengamos tantas líderes en todos los sectores de la vida nacional no quiere decir que debamos estar satisfechos con lo logrado. Todavía sigue siendo mucho más difícil para las mujeres ascender a las cúspides de cualquier ámbito político, social o profesional.

La razón es que la sociedad misma se resiste a cambiar sus costumbres y prejuicios.

Se insiste en catalogar las virtudes de las mujeres únicamente dentro de los rubros de la maternidad y de la compañía al hombre, siendo que no debería extrañarnos verlas alejadas de esas características y orientadas al éxito profesional.

En los 100 años de historia de EL UNIVERSAL esta casa editorial ha sido testigo de la enorme transformación del rol de la mujer en la sociedad mexicana.

El periódico dio espacio a reporteras, corresponsales y colaboradoras desde la primera década del siglo pasado, cuando la discusión del machismo estaba lejos de ser una prioridad para las instituciones nacionales.

Desde ese entonces hasta ahora El Gran diario de México se transformó también, pasó de ser el más importante periódico del país a convertirse ahora en el medio de comunicación con mayor presencia en internet, en impreso y en redes sociales.

Más de 20 millones de usuarios únicos al mes y más de 8 millones de seguidores en redes sociales nos otorgan una fuerza incomparable.

Sabemos que esa capacidad de difusión no sólo debe tener fines empresariales sino de construcción de ciudadanía. Es por eso que aprovecho este espacio para reiterar nuestro compromiso con la equidad entre hombres y mujeres.

Más de la mitad de la población en México son mujeres. Su contribución al desarrollo del país es palpable e innegable pues cada vez es mayor la diversificación de las actividades que realizan con mucho éxito.

En el mundo globalizado que tenemos el país no puede darse el lujo de obstruir el aporte a la cultura, la innovación y la creación de riqueza que representan las mujeres.

No es casualidad que las naciones más exitosas sean también quienes mayores avances registran en la equidad de género. Y no estamos hablando únicamente de crecimiento del producto interno bruto, sino también de los índices de desarrollo humano.

La excepción a esta última regla, sin embargo, es Estados Unidos, el país que estuvo a punto de tener a su primera mujer presidenta, es ahora rehén de un político abiertamente machista. El republicano Donald Trump se jactó de utilizar a las mujeres como objeto y, pese a ello, fue electo presidente de la mayor potencia mundial. No podemos dejar a las mujeres estadounidenses combatir solas conductas misóginas. Nos une desde México la aspiración a una Norteamérica unida, sin discriminación ni prejuicios.

Será importante para ello poner el ejemplo. Se acercan elecciones muy decisorias para nuestro país, en las cuales ya participan mujeres destacadas como quienes nos acompañan en estas mesas.

Debemos mostrar al mundo la constante innovación de México a través de contiendas electorales en igualdad, en las que sea imperceptible la tradicional desventaja de las candidatas frente a sus pares varones.

Tengan la seguridad de que en las páginas de EL UNIVERSAL el trato de todas las fuerzas políticas y sus aspirantes – sin  distingo de género, raza o condición social – será parejo y de denuncia para quien intente cuestionar la capacidad de las mujeres por el simple hecho de serlo.

Ellas amplían nuestra capacidad de crecimiento y oportunidad de avance.

En una encuesta publicada por EL UNIVERSAL el pasado 7 de marzo encontramos que ocho de cada 10 mujeres mexicanas cree que la violencia y el maltrato son problemas cotidianos, tanto en su vida de pareja como laboral.

Es un problema de regulación y de acción gubernamental, por supuesto, pero los gobiernos lo toleran porque los pueblos no se escandalizan ante esa realidad que debe ser superada.

Por lo tanto, para quienes sí son conscientes de ese horror, uno de los grandes retos del siglo xxi es separar los conceptos debilidad, obediencia y servidumbre de la palabra “mujer”.

No será fácil. De acuerdo con Naciones Unidas un tercio de las mujeres del mundo han padecido alguna clase de violencia física por parte de sus parejas.

En México esa cifra se eleva a tres cuartas partes de la población. Hay una sutil forma de perpetuación de la sumisión de las mujeres vía la cultura y la vida cotidiana que seguimos alimentando.

Es ahí donde las madres, padres, hermanos e hijos toman los referentes que los guían en su conducta.

Acertadamente se reclama en los foros y se denuncia en los medios la inoperancia de las instituciones y la insuficiencia de los programas sociales para darles la debida protección.

En el fondo, sin embargo, todo se reduce a las actividades comunes: al Ministerio Público que ve como algo normal que un esposo golpee a “su” mujer; a la vecina que no denuncia la violencia intrafamiliar porque cree que el maltrato es prerrogativa del marido; a los padres quienes enseñan a sus hijas que la femineidad es obediencia, todo eso debe ser cosa del pasado.

Las leyes aprobadas en años recientes para combatir la violencia contra las mujeres y para otorgarles más oportunidades de liderazgo son un inicio, pero solamente eso.

Sobre la base de la legislación y de los presupuestos debe construirse una estrategia de comunicación permanente, hacia la normalización de la diferencia entre hombres y mujeres que dé como resultado la unidad donde todos somos iguales.

En EL UNIVERSAL, esa es nuestra bandera!

Muchas gracias.

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