Las cuatro décadas que van de finales de los años 20 a finales de los 60 fueron una época de abundantes materiales de caricaturistas, pero prácticamente desapareció el humor político.

Fueron años de censura y de control de medios. En 1965, Eduardo del Río, Rius, participó en la página editorial y en la Revista de la Semana, pero duró pocas semanas. Doce años después, en 1977 como editor e ilustrador de una página infantil —que duró cerca de un año— contó que fue censurado por realizar un número dedicado a la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (ahora Rusia).

Gracias a los movimientos populares que se gestaban, pero fundamentalmente el movimiento estudiantil y las presiones políticas por abrir espacios en un gobierno cada vez más represivo, el país comenzó a cambiar a partir de la lucha por la democratización que emprendieron muchos sectores de la sociedad y, por supuesto, los periodistas, en especial los caricaturistas.

En 1965 EL UNIVERSAL convocó a un nuevo concurso de caricaturas y, como en la década de los veinte, el éxito fue arrollador. Entre los participantes estuvieron artistas que se consolidarían como Carlos Dzib, genial creador de humor negro, Antonio Cardoso, historietista, autor de Torbellino, un clásico del comic, o Luis G. Almada.

El primer lugar de ese concurso fue Bulmaro Castellanos, Magú, quien desde entonces ha mantenido un estilo propio, con una calidad fuera de duda y un trazo desenfadado; el segundo lugar, Roberto Torres (Roto), quien desapareció del panorama, no así Sergio Iracheta, que obtuvo el tercer sitio, y se mantuvo durante más de dos décadas en páginas editoriales y en la sección deportiva.

A partir del último cuarto del siglo XX, el país se transformó. La crisis económica, la ruptura del desarrollo estabilizador, la debacle del sistema político fue tal que ni siquiera logró la participación con un candidato presidencial de la oposición, en 1976, y dio como resultado la apertura con la reforma política.

La prensa, también vivió un espacio de mayor libertad y la caricatura volvió por sus fueros. Entre las dos últimas décadas del siglo XX se vivió una nueva explosión de humor. Prácticamente había caricaturistas en todas las secciones del periódico, además de los estelares: Helioflores y Rogelio Naranjo.

En la revista Hemeroscopio. Boletín hemerográfico de EL UNIVERSAL, en julio de 1995, da cuenta de diecinueve caricaturistas (sin contar todos aquellos colaboradores eventuales que había).

Importantes autores participaban en ese estallido de humor: premios nacionales como Rubén González, de Querétaro, Omar Díaz, de Morelos, y Efrén Maldonado; cuatro personajes que en algún momento dirigieron la Sociedad Mexicana de Caricaturistas y el Museo de la Caricatura como Kemchs, Ramón, Apebas y Trizas; caricaturistas como Salazar Berber, creador de las mascotas de los equipos de futbol, y muchos jóvenes que destacarían en los siguientes años como Chubasco, Mateo Villa, Alán, Luy, Eko, Castre, Castruita, Romero, Aarón, Nerilicón (que son nombrados en Hemeroscopio), pero hay muchos más que dejaron su obra plasmada en estas páginas, entre ellos, tres mujeres: Guadalupe Rosas, Cristina Martínez del Campo y Cecilia Pego.

En esos años Paco Ignacio Taibo I dirigió la sección cultural y tuvo como invitados a un numeroso ejército de jóvenes que la ilustraban y además aparecía El gato culto, un personaje fundamental, que fue dibujado, en principio, por Efrén y después por el mismo Taibo.

El siglo XXI, el siglo del periódico decano en México, muestra en sus páginas diarias a lo mejor de la caricatura nacional.

Además de Ángel Boligán, famoso en el mundo por su calidad e innumerables premios, de Luis Carreño, que ha recuperado el retrato en caricatura y cuya presencia se ha vuelto esencial, y de Arturo Kemchs, que por muchos años ha estado en el diario y en la promoción de la caricatura, desde hace cuatro décadas participan dos de los grandes artistas del humor gráfico: Helioflores y Rogelio Naranjo, una presencia que da identidad a las páginas editoriales y la han convertido en una lectura imprescindible.

Helioflores empezó a colaborar en EL UNIVERSAL en los años sesenta; su obra —y de una generación de humoristas gráficos— hizo añicos el presidencialismo mexicano. Sus retratos de lo absurdo del poder fueron mermando el autoritarismo que, al final de siglo, sucumbió ante el empuje y expresión de malestar de la sociedad y que fue capturado y transformado en su obra, con soluciones estéticas que parten de una contemplación capaz de transitar por todas las épocas del arte universal. Mirar su caricatura es pensar y, contradictoriamente, gozar con esa crítica del absurdo del poder. Sus trazos son un testimonio de nuestra tragicomedia, a la par que la manera de romper con un sistema autoritario e ilógico a través del absurdo. Pero dicho todo esto o más bien trazado, estas figuras, tan goyescas, son una gran obra de arte.

Naranjo comenzó a colaborar en los años setenta y su obra ya es parte de la historia de este centenario diario; junto a Audiffred y a Helioflores conforma el trío más emblemático. Desde su arribo a estas páginas, no ha tenido cortapisas para mostrar un estilo que, como Cabral o Abel Quezada muchos jóvenes sueñan imitar. Sus puntos y rayas, sus trazos figurativos, su experimentación permanente han logrado retratar, lo irracional de la política nacional y ya forma parte de la iconografía nacional.

Sus retratos, obras maestras del arte mexicano, imágenes de la perversidad, la impunidad y la arrogancia; pero también, rostros anónimos con niños o adultos cadavéricos que son la efigie perfecta de un pueblo que sigue esperando un mundo mejor.

La lectura de cien años de caricatura en EL UNIVERSAL permite mostrar un aspecto central de nuestra historia nacional. Por estas páginas transitaron, y transitan, lo más representativo de la caricatura. Conocer su historia nos permite entender lo que somos, pues el humor es algo muy serio.

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