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Cada vez que Christian Alfonso cumple años, su padre le compra un pastel, a pesar de que han transcurrido dos años sin que su hijo esté presente. Christian es uno de los 43 estudiantes desaparecidos de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos.

“Cada 9 de agosto yo le corto un pedazo de pastel y lo coloco al lado de su foto, sin veladoras alrededor ni nada parecido. Mi hijo está vivo, por tanto no quiero veladoras a su alrededor. No hay nada que velar. No es un altar ”, asegura Clemente Rodríguez, uno de los 43 padres de familia de Ayotzinapa.

Él se expresa en tiempo presente, no en pasado. “‘Dondequiera que estés, ¡muchas felicidades, hijo!’, es lo que siempre le digo”.

El último cumpleaños que festejaron fue cuando Christian tenía 19 años, hoy tendría, tiene 21. Don Clemente pide que no utilicemos el tiempo pasado para referirnos a su hijo. “Hay que cuidar los tiempos”, explica.

“Yo siento que mi hijo está vivo. Lo sueño mucho. Sus hermanas también lo sueñan. Mis vecinos también. Sueño que vamos juntos a la tienda a comprar algo y que esta pesadilla ya terminó”, narra Clemente mientras circunda con sus dedos un tatuaje que lleva en su brazo izquierdo. El tatuaje se lo hizo recientemente. Es un cuento corto que lleva en su piel. “Es la historia de una mariposa que busca a una tortuga desde el cielo y vuela. En el centro del tatuaje me reencuentro con mi hijo y termina la búsqueda. Es un poco la historia de lo que hemos vivido”, explica a EL UNIVERSAL mientras muestra la foto de su hijo impresa en un cartel.

“Cuando vamos en el camión por esos caminos largos en la carretera, junto con los otros padres y madres de familia de Ayotzinapa, tengo ganas de ponerme los zapatos de mi hijo y recorrer las montañas hasta encontrarlo. Que él me guíe. Que me lleve hasta él. Que me indique el camino con sus zapatos. Quizá los estemos buscando donde no están. No sé. Aunque la delincuencia esté ahí atrás de los cerros, tengo el valor para ir a buscarlo, acampar y seguir; no me importa lo que me pueda pasar. El mundo es grande, puedo recorrerlo hasta encontrarlo, porque hay puntos geográficos donde el Ejército no quiere entrar, como la sierra de Atoyac, Guerrero. Ahí los campesinos siembra amapola. En Tixtla, Guerrero, también hay muchas desapariciones y asesinatos”.

Describe lo que ha ocurrido como un martirio: “Quedamos marcados para el resto de nuestras vidas. Sicológicamente estamos afectados. Son dos años. No sé que más hacer. La gente se ha ido retirando, el movimiento a veces se apaga. Al principio teníamos al mundo entero mirando hacia nosotros, pero hoy uno se da cuenta que la gente se va retirando. ¿Qué va a ocurrir si nos quedamos solos?”, pregunta Clemente mientras recuerda que un maestro de baile aún guarda en su cartera un billete de 200 pesos que Christian le dio para que le comprara un sombrero. “El maestro lo está esperando para que lo compren juntos”.

“ A él le gustaba mucho la danza. Yo guardo conmigo una tabla de 30 X 30 que él tenía en la casa para no tronar el piso con la zapateada, cuando ensayaba (...) Mi hijo era un buen niño. Era tierno. Nunca fue un hombre grosero. También guardo su celular. Pero el número fue dado de baja”, cuenta.

Cuando Clemente llega a su casa y duerme con su esposa, lo hace siempre a unos metros de la puerta, por si Christian llega: “Aunque él sabe que tenemos un cordón escondido en la cerradura y que sólo tiene que jalarlo para entrar. Todo sigue igual para cuando él regrese. Yo quería que mi hijo estudiara, para que estuviera bien preparado, que tuviera buena ropa y zapatos”.

Hace unos días, don Clemente se atrevió a ver un video de su hijo bailando, que se grabó en un celular unos días antes de lo ocurrido en Iguala.

“Mis hijas Fabiola y Maribel, de 18 y 15 años, y mi esposa Luz María ya lo habían visto, pero yo no me atrevía a hacerlo. Era demasiada realidad. Era muy doloroso. Aún logro verlo completo. Es cierto, mi esposa, mis hijas, ya no somos los mismos, nos quedó el coraje, la rabia por dentro, la impotencia de no encontrar a Christian. Mis hijas no querían estudiar más, pero yo les prometí que si seguían con sus estudios yo encontraría a su hermano, y en eso estoy, en eso sigo”, dice.

Recién ocurrido los hechos, le ofrecieron una indemnización de un millón de pesos que la familia Rodríguez Telumbre decidió no aceptar. “El gobierno nos iba a dar 30 mil pesos mensuales. Pero nosotros nunca vamos a recibir dinero. Quedamos en no recibir nada. Yo seguiré adelante, luchando. Quiero que la gente me vea con la frente en alto, porque mi hijo está vivo.

“Yo denuncié y culpé al [ex gobernador] Ángel Aguirre por lo ocurrido, dije que su gobierno había dado la orden para la desaparición de los muchachos. Me han amenazado, me han dicho ‘bájale porque tu vida está en peligro’. Ya sé... siempre vamos a tener miedo. Ese no se quita. Yo seguiré gritando por los 43, por Christian, en los foros, en las marchas ”, concluye enfático.

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