El rostro del sacerdote José Martín Hernández Martínez no llama a la alegría; sus movimientos son tensos y la mirada parece desbordada por acontecimientos de los que aún no se recupera: fue obligado a renunciar a su parroquia, a distanciarse de amigos que había ganado en Huitzilan de Serdán, población de la sierra norte poblana donde, dice a EL UNIVERSAL, “reina el autoritarismo, la corrupción y la violencia”, además del flagelo aceptado por la Secretaría de Desarrollo Social: “pobreza moderada, de 38%, y extrema, de 53%”.

Cuando Hernández llegó a finales de 2012 a Huitzilan, para hacerse cargo de la parroquia de Santiago Apóstol, su primer reto fue aprender macehuatl, la lengua del pueblo. No le resultó difícil, debido a su experiencia previa de 10 años en comunidades indígenas de Puebla y del Estado de México, y su doble origen autóctono: su madre fue indígena ñähñuh y su padre campesino de esa misma serranía.

Pero su segunda meta le resultó fallida: convivir con su vecino, el edil priísta Manuel Hernández Pasión, así como con Adalid Córdoba Muñiz, representante de Antorcha Campesina, organización política que desde 1984 tiene a esa plaza como uno de sus mayores bastiones de poder en el país.

Su temperamento, hosco ante el poder; su decisión de oficiar misa en lengua indígena, sus anhelos de cambiar el entorno de pobreza e ignorancia que lo rodeaba, así como las críticas que desde el púlpito y en otros foros emitía frente a los abusos contra la población indígena que, a su juicio, practicaba Antorcha en la región, desencadenaron presiones de la autoridad municipal y la eclesiástica.

Un regaño telefónico del arzobispo de Puebla, Víctor Sánchez Espinoza, le hizo presentir a Hernández que sus días como párroco de Huitzilan estaban contados: “¿No te das cuenta que te estás enfrentando con una organización muy poderosa? Te prohíbo dar declaraciones a la prensa. Si quieres, dalas, pero te atienes a las consecuencias. Dedícate a tu ministerio. Tienes mi respaldo, pero ya cállate”.

Hernández dice haber sufrido una enorme decepción tras la reprimenda, pero decidió ignorar lo que le pareció una intimidación.

“Pensé: este hombre vive metido en una burbuja de cristal, muy lejos de la realidad. ¿Le tiene miedo a los problemas? ¿Le tiene miedo a la libertad? ¿Le tiene miedo al futuro? Le debo respeto y obediencia, pero ese espíritu de miedo con que me habla no viene de Dios. Para un sacerdote con convicciones, resulta muy difícil vivir el ministerio a plenitud, pues se siente jaloneado por dos lealtades: quedar bien con la institución eclesiástica que representa o con el pueblo de Dios, que también representa”.

—¿Intentó convencerlo? —se le pregunta.

—Quise replicarle, y sólo me repitió varias veces: “Tú dedícate a tu ministerio”. Pero aquello significaba hacer de mi parroquia una estación de servicios religiosos; como si se tratara de una tiendita de cosas sagradas, decirle a la gente lo que le gusta oír, aunque no le ayudara a afrontar la vida de manera responsable.

Y fue así que en una carta enviada al arzobispo, Hernández le dijo que no callaría:

“…quisiera compartirle mis reflexiones: el pueblo de Huitzilan de Serdán es un pueblo secuestrado por los antorchistas. Si ese ‘no te metas con ellos’, quiere decir: no te involucres, no tenga cuidado: Dios me libre de enredarme con esa organización de criminales, que detrás de la bandera de la supuesta ideología marxista-leninista ha amasado cuantiosa fortuna fomentando la ignorancia en los indígenas.

“…me va usted a perdonar, o me quitará las facultades ministeriales para ejercer dentro de su territorio, porque si yo oigo y veo graves atropellos contra la dignidad de las personas, acudiré adonde sea necesario, a presentar las denuncias correspondientes (...) No es que yo les busque pleito, simplemente quiero vivir mi ministerio a plenitud. ¿Qué pastor guarda silencio cuando el lobo devora a sus ovejas, o hace compadrazgo con el lobo?”.

Hernández siempre estuvo consciente del poderío del grupo al que se enfrentaba, y sabía que el arzobispado enviaría a otro sacerdote a hacerle competencia, como ocurrió a principios de 2015. Pero hasta el día de su renuncia, en julio de ese año, no modificó su discurso “incómodo”.

“Si me va a costar el ministerio, que me cueste. La pobreza en Huitzilan es una amarga realidad (...) Antorcha dice estar luchando contra la pobreza, pero en la realidad está lucrando con la pobreza”.

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