Aprendió a consumir cristal y marihuana antes que a leer y escribir. Tenía seis años cuando probó las drogas por primera vez junto a uno de sus tíos de 10 años de edad. Óscar jugaba a las escondidillas en la calle como otros niños, es cierto, pero aprovechaba esa soledad para encender cigarros de marihuana en los terrenos baldíos.

En la primaria se “iba de pinta” para fumar cristal que calentaba con ayuda de un foco. Las maestras comenzaron a notar su recurrente ausencia, falta de rendimiento académico y baja de peso. Una mañana lo notaron intoxicado y lo reportaron a la dirección.

Como Óscar existen en México 110 mil niños y jóvenes entre los seis y 18 años, que fueron atendidos durante 2014 en centros de Integración Juvenil (CIJ) en las 116 unidades que existen en el país.

Un 68% de las y los menores detenidos en los consejos tutelares afirmaron ser consumidores habituales de sustancias adictivas. En primer lugar está la marihuana, con 35%; el alcohol, con 29.8%; y el tercer sitio lo ocupa el tabaco, con 27.3%.

En la escuela detectaron que había un problema y llamaron a la abuela, que fue la encargada de su crianza. La de Óscar fue una madre soltera de 17 años que dio a luz.

El menor creció bajo el entendido de que su abuela era su madre. A los ocho años de edad se enteraría de la realidad: su verdadera mamá se había hecho pasar por su hermana para evitar los rumores y las descalificaciones en el pueblo por su embarazo, fue entonces cuando se integró a la pandilla de sus tíos mayores. A su padre nunca lo conoció. Los líderes de la banda le fijaron condiciones para incorporarse: saber pelear con los niños de otros barrios, rifársela, robar, consumir y vender, “estar en ese jale”.

“Se convirtió en la ‘mascota’ de un grupo de jóvenes y parientes que delinquían, compraban drogas, consumían y traficaban en una comunidad cercana a Chapala, Jalisco”, explica Marco Fernando Espinoza, sicólogo especializado de la Unidad de Hospitalización para niños y adolescentes, en Zapotlán El Grande, en el que atienden a Óscar.

Dealer a los 8 años de edad

Comenzó a comprar marihuana y cristal a los ocho años de edad, con la excusa de que “la mota, el churro, la yerba, el gallo”, como él los llama, eran para sus tíos.

Se la vendían en la tienda de la esquina. La llevaba a ciertos domicilios con los que Óscar comenzó a familiarizarse. Se convirtió en dealer. Ya no llegaba a casa de la abuela y comenzó a salirse de control. A veces ayudaba a su abuelo en el campo, de ahí obtenía dinero y compraba droga para poder seguir con el “juego del consumo”.

Con el tiempo, ambas, madre y abuela, buscaron ayuda en los centros de Integración Juvenil, (CIJ) Unidad de Hospitalización Juvenil de Zapotlán, Jalisco, que da atención a niños y adolescentes con graves problemas de consumo de drogas y en condiciones de alta vulnerabilidad social.

El primer internamiento de Óscar, a los ocho años, cuando estaba en tercero de primaria, se dio en octubre de 2012: “Llegó muy delgado, sin hambre, con serios trastornos de conducta: depresión, gran rebeldía ante la figura de autoridad, trastorno disocial de la personalidad y negativista desafiante en general”, explica el siquiatra de la institución. Madre y abuela también comenzaron a recibir terapia. Durante el primer ingreso, el niño permaneció nueve meses en internamiento.

Al final de este periodo regresó a su casa, pero recayó en el consumo de la marihuana. La familia buscó ayuda de nuevo. En esta etapa, en el segundo ingreso, Óscar comenzó a integrarse de mejor manera a las actividades educativas en una escuela cercana a la Unidad de Hospitalización. El siquiatra decidió iniciar un tratamiento con metilfenidato para el trastorno de déficit de atención con hiperactividad.

Ante su buena adaptación al tratamiento se recomendó a la madre que Óscar abandonara la comunidad en la que vivía y procurara un lugar más cercano al centro de tratamiento y a la escuela primaria de la misma localidad a la que el menor se estaba adaptando.

El cambio no ocurrió. Continuó en su comunidad y dos meses después volvió a resultar positivo en su test de antidoping a marihuana.

Es entonces cuando Óscar se integró por tercera ocasión a la Unidad de Hospitalización, pero esta vez su madre decidió cambiarse de localidad para que el niño viviera cerca de su escuela y del centro de tratamiento.

Él dice estar mejor y pide quedarse en Zapotlán. Hoy, Óscar no consume ninguna droga. Tiene 10 años. Ha encontrado en el fútbol una pasión. Continúa en la misma escuela y también en monitoreo y cuidados postratamiento de manera muy cercana. “Es una de las enfermeras del Centro de Hospitalización la que lo lleva a la escuela todos los días. Óscar dice que su escuela le gusta mucho, ahí es un líder en las dominaditas del balón”, agrega el doctor Espinoza.

“Yo antes estaba haciendo cosas malas, robaba y no iba a la escuela, no tenía hambre, yo vivía con mi abuelita y luego hicieron una fiesta y había alcohol y me tomé una cerveza, y luego como a los seis años fumé marihuana, yo la conseguía, iba para allá a comprar. Yo le iba a ayudar a mi abuelito y con eso la compraba, pero ahora, lo que más me gusta hacer, es jugar futbol”, dice Óscar a EL UNIVERSAL mientras camina por la calle de su casa, adonde ya vive con su madre. Va pateando una piedrita sin perderla de vista como si se tratara de un pequeño balón. Otros son ahora sus juegos y aparentemente su destino.

“La marihuana me daba tentación”

Carlos tiene 12 años. Comenzó a consumir alcohol a los ocho junto con su hermano de 26 años, que ya fumaba marihuana. Es el segundo hijo de cinco, en una familia monoparental, pues su padre vive con otras personas.

Su papá también consume sustancias. Convive ocasionalmente con él, quien es “irresponsable respecto a la manutención y educación de sus hijos”, comenta Andriana Cárdenas, terapeuta del menor. Carlos vive en Tonalá, Jalisco, “en un ambiente de consumo de drogas ilegales y de alcohol. Fue diagnosticado con trastorno por déficit de atención con hiperactividad, que dificulta que pueda asistir a la escuela. Cuando vivía con su madre sólo iba 15 días a la escuela y después dejaba de asistir.

Inició sus estudios de primaria de manera tardía, a los 9 años. Fue expulsado continuamente por problemas de conducta. A su corta edad consume inhalantes y Tonsol, que es un solvente usado por los zapateros para ablandar el hule y luego pegarlo, más potente que el thinner.

Su hermano, el de 26 años, se involucró en un homicidio y entró a la cárcel. Es entonces cuando el hermano y la madre de Carlos decidieron pedir ayuda en los centros de Integración Juvenil para que el menor no siguiera el mismo camino.

Carlos está cumpliendo seis meses de que ingresó al Centro de Hospitalización. “Se ha integrado al programa del Instituto Nacional para la Educación de los Adultos (INEA), y si bien llegó con rezago escolar, en seis meses ha logrado avances importantes, pues es un niño con muchas habilidades e inteligencia”, explica la doctora Cárdenas.

“Veía a mis amigos fumar la marihuana y me daba tentación. Yo fumaba cigarro y marihuana también. Se siente chido, mareado…, pero mi mamá supo y me dijo: ‘Te voy a llevar a internarte porque andas mal’. Iba gente a mi casa y le decían a mi mamá que caí en las drogas. La marihuana me la daban mis amigos, ellos fumaban. Yo no estuve en la escuela. Era muy rebelde y me corrían. Era bien vago”, platica Carlos.

El objetivo de la institución en Zapotlán, Jalisco, es alejarlo de las drogas y lograr que salga con el certificado de primaria en un promedio de seis meses, que tenga un futuro diferente.

Los amigos que invitan

Jesús tiene 11 años y está internado en la Unidad de Hospitalización de Zapotlán. Con 10 años no sabía leer ni tampoco escribir; fue al ingresar al centro cuando comenzó a estudiar.

“Me salía a la calle, me iba y no venía a mi casa. Me iba al cerro… a veces íbamos a drogarnos. Fumábamos marihuana. Me la daban unos amigos y me sentía a gusto cuando la fumaba. Ya no me enojaba como antes, cuando fumaba andaba feliz. Mis amigos la traían y nos la fumábamos. Yo llegaba a mi casa con los ojos rojos. Un día mi mamá me cachó. Aquí en el Centro de Integración Juvenil ya aprendí a leer y escribir, me faltan tres libros para acabar y ya me voy. Cuando salga de aquí voy a estudiar la secundaria para poder trabajar en el ingenio”, dice.

José tiene 14 años y 10 hermanos. Nunca conoció a su padre. Dice que llegó a pedir ayuda a la Unidad porque “yo ya era un drogadicto. Mis compañeros me invitaban a fumar a la calle. Yo me preguntaba: ¿qué será eso del toncho, de la mota? Yo trabajaba en una panadería haciendo birotes, ganaba 480 pesos a la semana. Con eso me alcanzaba para comprar el toncho y la mota que costaban entre 25 y 30 pesos.

“Yo la quería fumar poco, pero me hice un vicioso. La conseguía en una tiendita cerca de mi casa. Esa tienda vendía pura droga. No les importaba que yo fuera menor de edad porque mi tía es de la plaza y a ella la conocían. Ser de la plaza significa ser narcotraficante, donde se hacen las drogas. Ella, mi tía ayudaba a los narcotraficantes, a los patrones, a traer la droga, a llevarla y a vender. Yo estaba siempre ahí con ellos, con ella, ahí en la tiendita.

“Primero me drogaba antes de entrar a la escuela, luego me salía y seguía consumiendo, luego hacía la tarea y me iba por mi líquido, por mi cristal. Ahora que salga de aquí, de mi rehabilitación, si me invitan drogas ya no les voy a hablar, no los voy a pelar ni nada. Esos no son amigos. Obvio que me van a decir que si quiero droga, pero mejor no les hago caso. En esta vida no hay amigos. Cuando salga de aquí yo ya no voy a usar drogas ni nada”.

“Vivir chido sin drogas”

Manuel Isaac de 15 años, comenzó su consumo cuando tenía 10 años. “Yo robaba y me drogaba. Mi mamá ya no me daba dinero y tuve que ingeniármelas. Comencé a robarla a ella, le robaba sus joyas, la dejé sin cilindro de gas, sin estufa, sin nada, le hice mucho daño a mi jefa. Yo me drogaba con marihuana, pastillas, cristal, toncho, … lo que me vendieran. Yo no podía comprarla por ser menor de edad, le decía a mis cuates que me tiraran un paro, y ya... loqueábamos. ¡Me puse bien loco!

“Yo empecé a ver que a mi madre ya no le importaba que yo me drogara. Hasta que un día, mucho tiempo después, me preguntó si yo iba a seguir así, drogándome. Me llevaron dos veces a La Curva (un lugar al que ibas a dar por posesión de drogas). Me llevaban ahí y me dejaban entre siete y ocho horas. Me agarraron como cinco veces. Al Tutelar para Menores nunca he caído. Fue mi madre quien me internó en el Centro de Integración Juvenil. Aquí llevo cuatro meses.

“Quiero dejar de ser niño malo”

Lo que quiero es dejar de ser un niño malo. Yo hacía cosas malas que un niño de mi edad no hace. Ahora estoy estudiando aquí. He aprobado ocho módulos de 12. Yo ahora digo que hay que vivir la vida chido, ya sin drogas. Es mejor sin drogas.

Julio tiene 13 años. “Yo inicié el consumo por tentación. Me invitó un amigo. Lo primero que probé fue el tabaco a los ocho años. Luego la cerveza y de ahí pasé a la marihuana. Después seguí con el cristal.

“Me robé un celular para poder seguir consumiendo. Alguien me vio, me siguieron y ahí frente a mi mamá me dijeron que tenía que devolver lo que me había robado. Con la droga me sentía bien, a veces alucinado, pero ahora me siento mejor sin el consumo.

Julio estuvo en un anexo, en ese lugar vivió violencia y castigos. “Es un chavo que no expresa violencia y manifiesta mucho interés por los juegos infantiles. Es a través de estos que ha comenzado a fantasear, a proyectar, como debe hacerlo un niño de su edad”, comenta Salvador Ramírez , su terapeuta.

Debido a su condición de pobreza y falta de cuidados parentales estudió únicamente hasta cuarto de primaria. “Hoy manifiesta una buena adherencia al tratamiento que está recibiendo contra las adicciones. Nuestra intervención fue oportuna”, explica el especialista.

Familias disfuncionales  

Ángel Prado, director general adjunto de Operación y Patronatos de Centros de Integración Juvenil, explica que el problema con los niños y el consumo de sustancias ilegales es que el cerebro no termina de formarse sino hasta los 21 años de edad, y es por ello que ellos carecen en mayor medida de capacidad para frenar sus impulsos.

Esto provoca a su vez que sean mucho más vulnerables al desarrollo de la dependencia hasta convertirse en consumidores a temprana edad, por este hecho, “cuanto más temprano sea la intervención para erradicar el consumo, tendremos mejores resultados, de ahí la importancia de la Unidad de Especialización en Zapotlán, Jalisco, enfocada a niños”, comenta Ángel Prado.

DIF y CIJ inician acciones en 2006

En 2006, el DIF Jalisco y los centros de Integración Juvenil acuerdan iniciar un programa de atención focal a niños entre ocho y 14 años de edad consumidores de sustancias en vulnerabilidad social. Es así como surge la única institución a nivel nacional que atiende a menores con problemas de adicciones, con un tratamiento integral.

Marco Fernando Espinoza, sicólogo del centro de tratamiento, explica que “nuestra población objetivo son niños entre los ocho y los 14 años, sólo varones, pues la prevalencia en los hombres en conflicto con consumo es mayor que la de mujeres. Los niños que atendemos tienen trastornos por diversas sustancias, básicamente ante la marihuana y los inhalantes.

“Desde el punto de vista sicopatológico, muchos de los niños que atendemos presentan condiciones de marginalidad social, pandillerismo, trastornos con déficit de atención e hiperactividad, negativista desafiante, disocial, problemas muy asociados con la rebeldía y con las reglas, y deserción escolar; recibimos niños de todos los estados del país.

“Yo inicio mi trabajo en los centros de Integración Juvenil en 2002 y la prevalencia de atención hacia la población infantil ha ido en aumento. Cada vez hay más consumidores niños. Se ha reducido la edad de inicio del consumo por parte de los usuarios. Tenemos pacientes que han iniciado su ingesta de alcohol y a fumar marihuana a partir de los seis años. La pobreza, la vulnerabilidad social, la marginación, las dificultades familiares para el cuidado de los niños poco atendidos, son factores determinantes en el consumo de todas estas sustancias por parte de los menores”, explica el especialista sobre los factores que inciden en este fenómeno.

La Encuesta Nacional de Adicciones reporta que la marihuana es una de las sustancias preferidas por la población. De hecho, ha ocupado los primeros lugares de preferencia desde una medición hecha en 1988.

Datos de la encuesta indican que los adolescentes entre 12 y 17 años tienen más probabilidad de usar drogas cuando están expuestos a la oportunidad de hacerlo, que quienes ya han alcanzado la mayoría de edad. Además, presentan 69 veces más probabilidad de usar la marihuana cuando se las ofrecen regalada, que sus compañeros que no han estado expuestos.

Más de 100 niños en lista de espera

Para la doctora Norma Corona, directora de Hospitalización de la unidad de Zapotlán El Grande, hacen falta más centros como el que ella dirige, pues hay más de 100 niños en lista de espera, cuyas familias están desesperadas porque sus hijos sean atendidos ante los serios problemas de adicciones que presentan.

“Cada día se está incrementado más el consumo de sustancias ilícitas en niños y adolescentes. De acuerdo a la experiencia que hemos tenido aquí, la mayoría de nuestros pacientes vienen de familias disfuncionales, desintegradas, con violencia intrafamiliar y esto contribuye a que estos niños consuman. Muchos menores abandonan la escuela y por buscar un mayor ingreso económico se desvían hacia el mundo de la delincuencia organizada.

“Entre más temprana sea nuestra intervención, los niños podrán integrarse nuevamente a la sociedad sin llegar a niveles delictivos graves. Hemos tenido niños internos con antecedentes legales que han salido bien de sus tratamientos y se han reintegrado a la sociedad; la mayoría de las madres de los niños internos trabajan para poder subsistir.

“A los niños se les recibe para que el primer filtro sea el siquiatra que hace el diagnóstico, posteriormente se asigna un terapeuta, se le hace un diagnóstico integral, que se integra de una encuesta sicológica, un estudio social y una historia clínica médica, se va viendo su evolución cada semana en sus terapias individuales y grupales. El tratamiento es individualizado. Pueden estar aquí entre tres y nueve meses”, detalla la directora.

La escuela es un factor determinante para que puedan continuar en las instalaciones. Cada uno de ellos debe continuar estudiando.

“Cuando el niño ingresa con nosotros les pedimos que nos traigan comprobante de último grado de estudios, este nos ayuda a reintegrarlo a la escuela, al grado que estaba cursando. Vamos logrando, de manera individual, que el niño presente sus exámenes para obtener un certificado de primaria o secundaria”, comenta Corona.

Para muchos de ellos es conveniente que regresen al ambiente en el que vivían y consumían una vez que han concluido sus estudios de primaria y secundaria. Esto les da estructura, disciplina, herramientas para su futuro. Los nuevos hábitos de estudios, de alimentación, la disciplina que reciben en el centro les brinda otro marco de vida que antes no conocían”, concluye la especialista.

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