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Felipe Flores Velázquez, ex secretario de Seguridad Pública de Iguala, jugó un papel central la noche del 26 de septiembre de 2014 en la que desaparecieron 43 estudiantes de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos.

La Procuraduría General de la República (PGR) declaró en octubre del año pasado que Flores Velázquez podría estar muerto. Desde el 29 de septiembre de 2014 —es decir, tres días después de la persecución y el secuestro de los normalistas en calles de Iguala— el rastro del funcionario se había desvanecido.

La última mañana en que se le vio fue cuando el entonces presidente municipal de Iguala, José Luis Abarca Velázquez, lo convocó a una reunión en la que participaron sus colaboradores más íntimos.

Al salir, atendió las preguntas de un reportero, despachó algunas horas en su oficina y luego se esfumó. No se supo de él en 25 meses.

Según el expediente del caso, Flores Velázquez es primo del ex alcalde, quien en octubre de 2012 lo convirtió en la máxima autoridad policiaca.

Según declaró después Sidronio Casarrubias Salgado, uno de los líderes de Guerreros Unidos, “el arreglo era con Abarca y su primo Felipe Flores”. Las declaraciones de policías municipales señalaron que Flores era el contacto entre la organización criminal y la administración encabezada por José Luis Abarca y su esposa, María de los Ángeles Pineda Villa.

Desde el momento en que tomó a su cargo la investigación, la PGR puso bajo vigilancia a amigos y familiares del ex jefe policiaco; sin embargo, los investigadores no lograron detectar movimientos sospechosos: llegaron a creer que Flores había sido eliminado a manos de sus cómplices o bien por indicaciones de Guerreros Unidos.

Según funcionarios de alto nivel que participaron en la investigación, la vigilancia continuó a pesar de todo, porque familiares de Flores no dieron nunca muestras de luto o zozobra.

Antes de fugarse en octubre de 2014, Flores Velázquez fue llamado a declarar por la Fiscalía General del Estado de Guerrero. De acuerdo con su relato, había pasado buena parte de la noche del 26 de septiembre en sus oficinas y sólo escuchó “gritos y carreras”; más tarde, dijo, le llegaron reportes de secuestros de autobuses y tiroteos en diversos puntos de la ciudad, “y al acudir las patrullas a verificar los hechos, eran llamadas de falsa alarma”.

Aseguró que la única información que se le proporcionó estuvo relacionada con un autobús accidentado, “sin mayores datos de los hechos”.

Afirmó que le comunicaron, de madrugada, que habían detenido a un grupo de jóvenes a quienes llevaron con el oficial de barandilla José Bernabé García, “pero que esos se habían ido y que de hecho no habían entrado a barandillas”.

Aunque parecía revelar muy poco, la declaración de Flores Velázquez resultó crucial, pues el jefe policiaco afirmó que desde las 21:45 hasta cerca de las dos de la mañana estuvo en comunicación con el alcalde Abarca, quien aseguraba que aquella noche se había ido a dormir sin escuchar nada y sin que nadie le reportara nada.

Esto cavó la tumba del alcalde.

—Que nos diga el compareciente si derivado de estos hechos existen personas desaparecidas —le preguntó a Flores el Ministerio Público.

—No tengo conocimiento —dijo.

Poco después huyó.

Cuatro días después, el fiscal de Guerrero Iñaky Blanco recabó los testimonios de dos servidores públicos del ayuntamiento de Iguala, quienes coincidieron en manifestar que el ex jefe policiaco ordenó la detención de los estudiantes de Ayotzinapa. Dijeron que escucharon dicha instrucción cuando la daba vía radio”.

Flores protegía, según el expediente, intereses de Guerreros Unidos en el municipio; para ello había formado un grupo de reacción inmediata conocido como Los Bélicos: era la policía encargada de “los otros trabajos”, los que consistían en detener y entregar a sicarios del grupo criminal a miembros de las organizaciones rivales que intentaban entrar en Iguala.

Felipe Flores Velázquez fue uno de los que coordinó el operativo de esa noche. Era el policía de mayor rango en Iguala. Él puede explicar el móvil de la agresión, aclarar por qué se cambió la primera decisión —de llevar a los estudiantes a la comandancia— por la otra: desaparecerlos.

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