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Huixiopa, Sin.— En la entrada de la comunidad se lee sobre una pared un mensaje: Bienvenidos a Huixopa. ¡Un gobierno de resultados! La frase tiene encima un grafiti más realista: “Pura gente de [El Chapo] Guzmán #701”.

Es el número con el que identifican al comando que opera en esa región para el Cártel de Sinaloa. Hasta tiene sus corridos, aunque están prohibidos, como muchos delitos que se cometen en el Triángulo Dorado, donde las rancherías como Badiraguato son pueblos surrealistas.

Los conflictos entre los herederos del Cártel del Pacífico y los Beltrán Leyva han hecho que ahora sean pueblos fantasma. Los criminales han obligado a la gente a abandonar sus casas, puesto que en cualquier momento entran grupos armados a saquear las viviendas y tiendas, a veces a matar.

“Los de Huixiopa fueron a La Tuna, donde vivía la mamá de El Chapo, mataron gente y quemaron casas. A la mamá de El Chapo le avisaron y alcanzó a irse, dicen que en una avioneta, pero iban por ella, no iban a saquear su casa. Son problemas entre ellos de hace muchos años, ahora los de La Tuna fueron a Huixiopa a vengarse”, explica un oficial del Ejército.

Para contrarrestar la violencia que se registró en los últimos meses en los pueblos de la Sierra Madre Occidental y en Culiacán, la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) despliega el operativo Labor Social, pero las comunidades están abandonadas.

“Nuestra misión es proporcionar servicios básicos en la comunidad de Huixopa. Hemos tenido buena respuesta, incluso hoy tenemos una asistencia de más de 120 personas requiriendo nuestros servicios. Adicionalmente a éstos, creamos un clima de seguridad para que la población retorne a sus casas, ya que la mayoría estaban abandonadas”, subraya el comandante Alfredo Báez, encargado del operativo.

El 12 de septiembre de 2016, personas armadas y vestidas como militares, como las que atacaron a los soldados hace unos días, arribaron a Huixiopa a bordo de unas 20 camionetas, dicen los testigos; revisaron casa por casa, interrogaron a los pobladores, golpearon a los hombres y robaron ropa y comida, lo que les servía. Es un pueblo donde no hay iglesia ni policía, pero sí narcos.

Las casas no tienen drenaje, hay fosas sépticas; no hay agua potable ni señal de celular o internet, pero varias tienen antenas de televisión satelital. No hay calles, sólo un camino de terracería une a las viviendas por donde pasan de vez en cuando camionetas 4X4, de reciente modelo, algunas sin placas.

Para llegar ahí hay que tomar una desviación en la carretera a Badiraguato. Es un camino polvoso de unos 25 kilómetros de terracería que se recorre en dos horas y media, casi cinco horas desde Culiacán.

En Huixiopa viven alrededor de 350 familias, pero hace cuatro días cuando llegaron los elementos de la Novena Región Militar sólo había tres. Fueron desplazados por el miedo y se escondieron en el monte o las cañadas. Cuando llegó la Sedena para aplicar el plan de ayuda empezaron a regresar poco a poco.

“Tenemos miedo por la gente que entró. No me gusta decir… Los Pintos”, explica Lucía, una mujer de la tercera edad para referirse a un cártel del narcotráfico. “A nosotros no nos molestaron, sí entraron ahí al rancho, nos catearon las casitas y todo, pero no nos quitaron nada. Nosotros estábamos en la casa, en Revolcadero [un pueblo vecino]. Uno de ellos entró a mi casita: ‘¿tiene miedo?’. ‘Pos sí’, le dije. ‘¿De qué tiene miedo?’. ‘De usted, está armado’, le contesté”.

Huixiopa es un pueblo grande. La gente dice que se dedica al cultivo de frijol y maíz para autoconsumo, tiene algunas reses y puercos que ahora andan sueltos. Un perro sin una oreja lame las envolturas de las golosinas que hay tiradas. Varios campesinos se dedican al cultivo de droga, cuentan los militares. En la sierra no hay mucho que hacer y así se vive desde hace décadas.

Además de la primaria, a la que asisten 85 niños, está la telesecundaria donde estudian 25 alumnos y también hay un Colegio de Bachilleres al que van 15 adolescentes, pero las tres escuelas están abandonadas desde hace un mes, cuando llegó “la maña”, como les dicen a los narcos. Las maestras que viajaban de otros lugares dejaron de ir.

“Tenemos un grave problema, vinieron a decirnos que se fuera la gente porque, no sé… querían que se quedara solo el pueblo. Mujeres y niños y personas mayores, muchos pudieron salir, otros no. Aquí nos la hemos llevado en el monte, escondiéndonos, comiendo lo que se pueda”, explica Alex, quien habla a condición de que sea anónimo.

“Vinieron a correr a la gente del pueblo, vinieron a decir que se saliera todo mundo… tenemos miedo, el sentimiento general es temor”, relata Alex, quien habla con voz triste.

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