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A coro, alrededor de 5 mil protagonistas del Cambio Verdadero, como se dicen los militantes de Morena, cantan Las Mañanitas a Andrés Manuel López Obrador, quien es el único vestido de traje negro, camisa blanca, corbata del color emblemático de su partido, y su regalo será la estrategia para 2018.

Desde antes de que se fundara este partido ya tenía candidato presidencial, y la tercera será la primera ocasión en que vaya a las urnas y en carro propio.

“¡Pre-si-den-te!, ¡Pre-si-den-te!, ¡Pre-si-den-te!”, es la voz de fidelidad y cariño al líder. Y cada vez que lo menciona la primera oradora, la diputada Delfina Gómez Álvarez, esta gente que de donde vino es líder, le profesa su cariño. “¡Pre-si-den-te!, ¡Pre-si-den-te!, ¡Pre-si-den-te!”.

Le echan ganas, pero no son ni el recuerdo de aquellas huestes de campaña, todavía la segunda, cuando este hombre se agitaba y sacudía a las multitudes. Hoy es otra cosa. Es un Congreso Nacional, segundo extraordinario, con delegados que escuchan informes de cómo han conducido Morena.

Este genio de las tempestades está sereno. Al centro de un presídium de pocas sillas, sonreirá suave, poquito. Un gesto moderado ante el desbordado entusiasmo de los profetas que pregonan que va a ser Presidente de la República: Bertha Luján Uranga, presidenta del Consejo Nacional, y Yeidckol Polevnsky, secretaria general de Morena.

López Obrador escucha con gesto reflexivo informes que se presentan, incluido el del presidente de la Comisión de Honestidad y Justicia, Héctor Díaz Polanco, responsable de limpiar de corruptos y mañosos esta organización política.

“¡Nombres, nombres, nombres!”, urge la voz de los congresistas, cuando Díaz Polanco, un antropólogo, investigador del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), brinda su informe: 300 expedientes, 72 resoluciones, de las que 17 fueron de expulsión por corruptos, discriminadores, homofóbicos o acosadores sexuales. Había de eso en la viña de Morena, pero ya no. Hay hombres honestos y de buen corazón. El público no insiste en oír los nombres de los que no merecían ser militantes del Cambio Verdadero. “Es un honor estar con Obrador”, dicen.

Es un sábado de megapuente, muy frío. En trayectos de 24 horas y más incluso han venido delegados de Morena estados del país, se entiende que de los 31 y la Ciudad de México, pero Veracruz y sus jarochos ruidosos se llevan la tarde, opaca al bastión chilango, el mayor y al mismísimo Estado de México, del que debe ser próxima candidata a gobernadora la diputada Delfina Gómez, de acuerdo con los reportes de crecimiento exponencial de Morena que comenta Polevnsky.

Por cierto, es Delfina Gómez quien ha dado pie a que la gente cante Las Mañanitas —“Andrés, despierta, mira que ya amaneció”—, y que al mencionar al líder levanta polvaderas de estos miles de seguidores: “¡Obrador!, ¡Obrador!”.

Como los directores técnicos del futbol, el líder de Morena viste traje y su público anda enchamarrado, como el senador Manuel Bartlett, quien resiste la inclemencia del clima a la intemperie, en primera fila. Todos bajo un techo desmontable, en un campo de béisbol en el Deportivo Reynoso, en la populosa delegación Azcapotzalco.

El lugar está blindado. Tiene un dispositivo de seguridad estricto. Utiliza rejas metálicas al estilo del Estado Mayor Presidencial. La prensa está en una isla con rejas dobles, desde la que ven presídium y público, a larga distancia.

La anécdota la da Polevnsky. Se le va la voz. Un sorbo de agua y nada. Está a punto de dar nombres de traidores. Otro sorbito de agua, y nada. “¡Fuera! ¡Fuera!”, los corruptos y traidores, claman los lopezobradoristas que la escuchan.

La releva al micrófono Héctor Díaz, y regresa a terminar su informe, y explica que de aquel gran chorro de voz le queda la que tiene con un padecimiento de garganta, que hace un año debió haberse atendido. Que ha privilegiado “algo que vale más”: Morena. Levanta aplausos, y la sonrisa de complacencia de López Obrador, quien dará su máximo gesto del día, cuando aplauda de pie la consigna de lograr la libertad de José Manuel Mireles.

Acaba la jornada. Van a comer. López Obrador baja solo del presídium. Parece que hay instrucciones de no seguirlo. Sale por la parte de atrás, sin séquito. Camina hacia una carpa-comedor. Solo. Está en la ruta de 2018, lo suyo.

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