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En ese patio, el de Honor de Palacio Nacional, nicho del poder político desde los tiempos de Moctezuma, o sea, desde que la historia de México fluye, Enrique Peña Nieto firma el decreto de la reforma política de la Ciudad de México. Levanta la carpeta con el documento, como quien alza y muestra a un recién nacido. La gente aplaude la culminación de un largo camino de esfuerzos, Miguel Ángel Mancera desborda satisfacción y sonríe como nunca, y en su transporte de felicidad pregunta: “¿Se nota mucho?”

Son testigos del momento los representantes del Congreso, el diputado Jesús Zambrano (PRD), el senador Roberto Gil Zuarth; el presidente de la Suprema Corte, Luis María Aguilar Morales, y así, junto con el jefe del Ejecutivo federal, los tres Poderes de la Unión están presentes.

Se encuentran aquí el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong; el presidente de la Conago, el gobernador del Estado de México, Eruviel Ávila.

A Miguel Mancera lo acompaña Porfirio Muñoz Ledo, el talento perseverante en la reforma del Estado, diseño que incluye la erección de la Ciudad de México, rareza mexicana en pleno siglo XXI, que se concreta medio milenio después. Tierra difícil para los consensos.

Está el gabinete local, encabezado por Patricia Mercado, cuyos integrantes han entrado a Palacio Nacional con la denominación “Distrito Federal”, por última vez en la vida.

El director general de EL UNIVERSAL, Juan Francisco Ealy Lanz Duret, asiste como invitado especial a la ceremonia, en la cual cada uno de los participantes destaca que se trata de un momento histórico que marca el final de una etapa y el nacimiento de una era de libertades.

Tarde fría. El mercurio del termómetro desciende conforme transcurren los discursos de Roberto Gil, Jesús Zambrano y Enrique Peña Nieto, quien afirma que hace frío en este evento en el que promulga una reforma “que nos lleve a un clima de calidez de derechos para la sociedad de esta ciudad, de la que todos nos sentimos orgullosos”.

Hábil para plasmar su rúbrica de pie y a mano alzada, el Presidente trae la experiencia de las promulgaciones de 13 grandes decretos que salieron de la canasta del Pacto por México. La reforma de la Ciudad de México la incluyó el PRD, la comprometió Peña y la impulsó Mancera. A las 13:29 horas, el Presidente de la República plasma su firma en el decreto.

La reforma más pospuesta del país es presentada en sociedad con la ausencia de los jefes de gobierno de su tiempo de izquierda —Cuauhtémoc Cárdenas, Rosario Robles, Andrés Manuel López Obrador, Alejandro Encinas y Marcelo Ebrard—, y de las fuerzas impulsoras sólo llegan el presidente del PRD, Agustín Basave, y el coordinador de los diputados del PRI, César Camacho, operador de Peña Nieto en el Pacto por México.

En la sede de la reunión cuatro fotografías decoran el patio: una vista aérea del Castillo de Chapultepec, primer asiento de los aztecas; una panorámica dominada por el World Trade Center de la colonia Nápoles; el monumento a la Independencia que, como todo aquí, tiene su propia historia, como la caída del Ángel, símbolo de la metrópoli, en el sismo de 1957, y la cúpula del Palacio de Bellas Artes.

Presentan en sociedad a la Ciudad de México un chiapaneco, Roberto Gil; un sonorense, Jesús Zambrano, y un mexiquense, Enrique Peña Nieto; sólo el jefe de gobierno es citadino.

Mancera, pleno, exclama: “Es un logro de la gente y deseo que sea el augurio de muchas cosas buenas. ¡Adiós, Distrito Federal! ¡Bienvenida, Ciudad de México!”

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