Texto: Pablo Barahona Kruger

San José.- Venezuela dejó de significar crisis para ejemplificar el desastre y así convertirse en la pieza latinoamericana de la muestra de Estados fallidos que se exhibe en el museo de la historia contemporánea. Sin duda, la “joya de la corona”, en dicha muestra.

La “pieza” venezolana será tenida como el monumento a la ironía de un país que, pese a las riquezas desmesuradas que le sembró el destino a sus pies, terminó como rotundo fracaso capitalista antes y absoluto ridículo socialista después. En ambos pasajes y de extremo a extremo, con una exclusión social rayana en la condena más absurda que pueda infligirle una clase política a su pueblo: 80% de pobreza y siguen sumando, casi sin vergüenza.

Venezuela es la mejor muestra, la más patente evidencia o la más inesquivable lección histórica, de que los extremos en política nunca son aconsejables.

Pero es que los venezolanos son extremistas en esencia. Para todo, incluida la alegría contagiosa, la iniciativa emprendedora, el arte creativo y el pensamiento profuso. Eso sí, con su contracara de encono biliar, corrupción legendaria, improvisación ominosa y toda una caterva de vicios culturales, que los tiene batiendo barro y perdigones, en vez de petróleo y esmeraldas.

Una de dos, o las dos: ¿Será que a esa Alma Llanera se le olvidó la planificación o más bien que a ese Bravo Pueblo le resbalaron los límites? Esos que dan razón a quienes pensamos que cuando los de arriba pierden la vergüenza, los de abajo pierden el respeto.

Volando sin las pesadas matrículas de quienes hoy compran el discurso trumpista, auspiciado por los ultraconservadores Iván Duque, Sebastián Piñera y Jair Bolsonaro—y claro está, sin olvidar a la cola a todos los demás pigmeos geopolíticos que conocemos por su gatopardismo emblemático, o de aquellos otros que vociferan maniqueamente valiéndose del manido recurso del imperialismo renovado y casi como manejándose “en automático” al mismo tiempo defienden el desastre del Socialismo XXI—, habremos de caer en cuenta de que una verdad catedralicia se eleva sobre los vestigios de esas rancias construcciones ideologizadas y maniqueas: si los venezolanos se metieron en esto, los venezolanos deben demostrar su mayoría de edad democrática, y salir de esto, tan solos como sea posible.

Juan Guaidó le es insuficiente como mascarón de proa a la oposición venezolana. ¿Por qué Leopoldo López no lo secunda y se rebela a su sentencia de muerte política? ¿Dónde están Henrique Capriles, Henry Ramos e incluso Antonio Ledezma?

En esencia, todos ellos tendrían que respondernos, al menos: ¿Por qué pretenden que la comunidad internacional se una sin reparar legítimamente en la dispersión partisana de la propia oposición venezolana?

Y no menos importante, que nos expliquen: ¿Qué sentido tiene el alineamiento con Estados Unidos y sus querubines de la derecha (Duque, Bolsonaro, Piñera y antes Enrique Peña Nieto), flagelándose gratuitamente con el mal aura de la administración Trump?

Pero, además, si bien sabían que Guaidó si acaso reinaría mientras Maduro siguiera gobernando (el ejército, la policía, las autoridades electorales y de justicia solo para empezar): ¿Por qué no cuidaron las formas mínimas, lanzándolo descuidadamente a autoproclamarse en media protesta callejera, sin que a la fecha lo revista robusta y formalmente la Asamblea Nacional conforme al ceremonial de Estado?

Y una pregunta no apta para venezolanos: ¿A quién se le ocurrió que fueran Estados Unidos, Perú, Chile, Colombia, Brasil y hasta hace poco México, los líderes “democráticos” que vinieran a impartir lecciones “urbi et orbi”, precisamente, de legitimidad democrática?

¿O es que nadie más levantó la mano y las demás cancillerías–léase presidencias—se han empequeñecido tanto, que ya ni asoman cuando se trata de asuntos serios en los que se apuesta a la crudeza efectista de la geopolítica moderna y está en juego nada menos que la estabilidad regional?

¿Debajo de cuál piedra estarán ahora los campeones de la democracia y los derechos humanos?

* Pablo Barahona Kruger. Costarricense, abogado constitucionalista, profesor de geopolítica y ex embajador de Costa Rica ante la OEA. pbarahona@ice.co.cr

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