Los muros de Roma se transformaron el pasado fin de semana en el último campo de batalla en la guerra de la Iglesia. Las inmediaciones del Vaticano amanecieron empapeladas con carteles contra el papa Francisco.

Los carteles retrataban a un airado Jorge Mario Bergoglio junto el texto: “France, has intervenido congregaciones, has destituido a sacerdotes, has decapitado la Orden de Malta y a los Franciscanos de la Inmaculada, has ignorado a cardenales... ¿Dónde está tu misericordia?”.

El Ayuntamiento de Roma los retiró, mientras los medios italianos atribuyeron la campaña al sector más conservador de la curia, molesto por las reformas emprendidas por Bergoglio desde que llegó al papado en el año 2013.

“Desde Pío IX no se veía tanta falta de respeto a un Papa por parte de la curia y los cardenales”, explica el periodista Juan G. Bedoya, histórico experto en religión del diario El País. “Hay tres razones que explican la oposición a Bergoglio”, enumera: “En primer lugar, la Iglesia de Roma acepta mal a alguien que llega de fuera, del ‘fin del mundo’, como dice el mismo Bergoglio; en segundo lugar, él es jesuita, y los jesuitas están, para bien o para mal, siempre en los conflictos; además, el papa Francisco se mueve en el filo de la navaja doctrinal, porque es de esos personajes en mitad de la escalera que nunca se sabe si suben o bajan; por último, no deja de ser un peronista y le gustan los grandes discursos contra la pobreza”.

Bergoglio ha sido atacado tanto por su propuesta de abrir la Iglesia al mundo moderno como por la flexibilidad doctrinal que promulga. “La eucaristía no es un premio para los perfectos, sino un alimento para los débiles” es una de sus declaraciones más representativas. La exhortación apostólica Amoris laetitia (La alegría del amor) sigue ese precepto, y ha enfurecido a los cardenales más conservadores, especialmente al proponer que los católicos divorciados y vueltos a casar por lo civil, pueden comulgar.

En respuesta, el pasado noviembre, los purpurados Burke, Caffarra, Meisner y Brändmuller expresaron su preocupación en una carta abierta a Francisco, en la cual lo acusan de generar confusión en asuntos clave para la doctrina.

El cardenal Gerhard Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y gran rival teológico de Francisco, evitó condenar la rebelión.

“Con esos rivales tan poderosos puede parecer que Francisco está solo, pero no es así. La mayoría de los cardenales lo apoyan”, explica Bedoya. “La Iglesia sabe que estaba en un momento de bajísima credibilidad. El discurso de Francisco le está viniendo muy bien y el papado ha recuperado prestigio. Sin embargo, los cardenales opositores no lo ven. Para ellos el mundo sigue siendo suyo, y cualquier concesión es una herejía”.

Pero el potencial divisivo de estas actuaciones queda claro. Lo demuestra el cruce de ataques respecto al episodio de los carteles: las publicaciones del ala abierta de la Iglesia lo condenan, mientras las más conservadoras lo han enarbolado como una muestra de las tensiones que está introduciendo en el catolicismo el estilo de Francisco.

Otro ejemplo se encuentra en uno de los episodios que pudo inspirar la propia guerra de los carteles. Francisco ordenó recientemente que el Vaticano interviniera la Orden de Malta. Esta orden se formó en el siglo XI por cruzados, y hoy la componen laicos de familias nobles que se dedican a labores humanitarias, pero que además constituye un Estado soberano con territorio en Roma, moneda y relaciones diplomáticas con otras 106 naciones. Las razones de la intervención papal fueron las rivalidades entre las facciones más abiertas y regresivas de la orden. El Papa, en un movimiento inaudito, destituyó al conservador gran maestre, Albrecht Boeselager, por desobedecerlo y tomar medidas contra su segundo próximo al papado. Días después, Roma amaneció empapelada.

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