Saint Louis, Missouri.— La campaña presidencial estadounidense hace mucho tiempo que se ha convertido en algo personal entre los dos candidatos.

El segundo debate entre Hillary Clinton y Donald Trump (que según CNN la demócrata ganó con 57% por 34% del republicano), celebrado la noche de ayer en St. Louis (Missouri), fue una prueba de ello. El magnate, en uno de los momentos más tensos, aseguró a su rival que la perseguiría penalmente y aseguró que, si él estuviera en la Casa Blanca, Clinton “estaría en la cárcel” por su escándalo de los correos electrónicos, una amenaza que no se recuerda en la historia política del país. El cara a cara fue amargo, pero dejó todo tal y como estaba.

Parecía que la guerra iba a ser dolorosísima desde el inicio: Hillary Clinton y Donald Trump no se dieron la mano en señal de saludo. Una declaración de intenciones, más de la demócrata que del republicano: cero concesiones.

Se esperaba mucho, especialmente tras la divulgación del video de Trump denigrando a las mujeres y el revuelo que causó. Un tema que el magnate justificó como una “conversación de vestuario” sin importancia: reiteró sus disculpas y evadió responder por ello. Clinton intentó atacarle dando por hecho que, tal y como se demostró, trata a las mujeres “igual que a los latinos, afroamericanos y musulmanes”.

Pero Trump, como había prometido, aprovechó para atacar los escándalos, acosos sexuales e infidelidades de un Bill Clinton presente en la sala; Hillary, con la lección aprendida, no entró al juego. Eso sí: se le vio tensa por ese aspecto y desde entonces perdió el control del escenario.

Dio la sensación que el caso de la grabación de Trump puede haberse enterrado y dejar de causar daño a la campaña. El republicano consiguió contener la sangría y superar una de las pruebas de fuego de todo su periplo hacia la Casa Blanca.

Ambos candidatos se centraron en no sufrir daños. Pareció como que los dos tenían preparados sus ataques, pero no tanto sus defensas. “No está preparado para ser el Comandante en Jefe”, repitió Clinton sobre su rival. “[Ella] tiene odio en el corazón”, rebatió Trump. “Mi campaña está basada en temas y no en insultos”, criticó la ex secretaria de Estado. “Clinton es sólo palabras”, respondió el magnate.

El republicano, con mucho margen de mejora tras el primer debate, fue efectivo en algunas de sus réplicas. La estrategia era clara: evadir preguntas incómodas que pudieran acabar completamente con sus aspiraciones presidenciales y hacerlo con respuestas incompletas o sin relación con la cuestión. Trump continuó con su lucha contra el mundo, con declaraciones llenas de falsedades, pero su posado más relajado fue más convincente que anteriormente. Al menos, mucho mejor de lo que se esperaba: su trabajo era más mantener su base que buscar seguidores y es probable que lo consiguiera.

Clinton, por su parte, intentó caer en una lucha cuerpo a cuerpo contra un candidato que se preveía desesperado. Quizá el formato del debate, confrontando directamente a los votantes, modificó el comportamiento de ambos: debían mostrarse empáticos, cercanos y excederse en la rudeza de su comportamiento era perder el debate.

Clinton, demasiado a la defensiva, dejó escapar una oportunidad de oro para terminar con una campaña republicana que llegaba tambaleante a la cita. Su falta de ambición o su miedo al error, a pesar de su mejor desenvoltura en la interacción con las preguntas, evitó que consiguiera la estocada final.

De nuevo, no hubo mención a uno de los temas centrales de la campaña: la inmigración. Ni a las tensiones raciales o la seguridad del país. Al final, la tensión desapareció con la última pregunta de la audiencia y la petición de que dijeran algo positivo de sus rivales. “Sus hijos, increíblemente capaces. Algo que dice mucho de Donald [Trump]”, comentó Clinton de su rival. “Que nunca abandona, nunca tira la toalla, es una luchadora”, alabó el magnate de la demócrata. Al terminar, se dieron fugazmente la mano. Próximo round, y último, el 19 de octubre en Las Vegas.

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