San Sebastián.— Las herriko tabernas (tabernas del pueblo) eran hace años el símbolo de la influencia social de ETA. Estos establecimientos recaudaban dinero para la banda y hacían propaganda del terrorismo con impunidad. Hasta que en 2002 una sentencia de la Audiencia Nacional ordenó su cierre, aún a medio camino por retrasos judiciales.

En la entrada de la herriko taberna Herria, en la calle Juan de Bilbao de San Sebastián, un cartel anuncia de la amenaza legal de clausura “por difundir la cultura vasca” que va desangrando poco a poco los 100 establecimientos que quedan en el País Vasco. Sobre la barra cuelgan fotos en homenaje de presos de ETA, y en una alcancía verde se recolecta dinero para ayudar a la causa. En el bar suena rock en euskera, y el pintxo (pincho) y el zurito (medio vaso) de cerveza están más baratos que en cualquier otro rincón de la cosmopolita San Sebastián, una ciudad tan rica que hay tiendas que venden fundas de diseño para tablas de surf.

Aunque muchos ciudadanos que sufrieron las extorsiones y la violencia se sientan ofendidas por ellas, las herriko tabernas se han convertido en una curiosidad, un museo de un pasado que muchos jóvenes vascos desconocen (así lo afirman investigaciones académicas) y un recuerdo decadente de los tiempos de gloria de ETA. Cinco años después del último asesinato de la banda, en el País Vasco apenas quedan rastros de la actividad de una banda que mató a más de 850 personas.

El País Vasco vota hoy su gobierno regional. En este clima de reconciliación (o de olvido, según los críticos), la izquierda independentista de EH Bildu —heredera del brazo político de ETA que ahora se considera pacifista— se arriesga a perder su segunda posición ante la ascendente izquierda española de Podemos, que le roba cada vez más votos. La victoria parece asegurada para el Partido Nacionalista Vasco, con respaldos posibles del Partido Socialista o el Partido Popular.

A la espera de las urnas, las calles siguen empapeladas con carteles electorales de Arnaldo Otegi, candidato formal de EH, a pesar de que el Tribunal Constitucional confirmó que está inhabilitado para un cargo público. Otegi es la figura más controvertida del País Vasco: ha pasado por la cárcel tras liderar la rama política de ETA, pero gran parte de la sociedad le otorga el mérito de haber sido un negociador vital para el fin del terrorismo.

El País Vasco, gracias a su fuerza industrial, ha resistido mejor que el resto del país la crisis económica. Su paro es de 12%, frente al 21% de España. Es un oasis de bienestar y eso apuntaló la paz. Un antiguo periodista que vivió el fin de la violencia explica la evolución: “En el edificio donde trabajo, el bar lo llevan dos personas con familiares de ETA en la cárcel. Allí toma café gente del Partido Popular, el Partido Nacionalista, y cada vez es más difícil identificar a alguien por la ideología. Antes eran sociedades paralelas. Esto no lo reconocería nadie que vivió la violencia: parece Suecia”.

ETA aún no entregó las armas, pero su tiempo parece pasado. En el festival internacional de cine de San Sebastián, símbolo de la prosperidad de la ciudad, esta semana se proyectó el documental “El fin de ETA”. En él, Alfredo Pérez Rubalcaba, ex ministro socialista del Interior, habla por primera vez sobre el proceso gracias al que los terroristas decretaron en 2011 el “cese definitivo” de la violencia. “Creo que es el mejor final”, dice, “pero por las víctimas hay que construir un relato de lo que pasó en Euskadi, y lo que pasó fue que la democracia ganó y ETA perdió”.

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