Desde el pasado 20 de julio una bandera cubana ondea en Washington. Es una bandera real y simbólica, pues su asta se yergue en los jardines del edificio que albergó la embajada cubana en la capital norteamericana, reabierta 55 años después de su drástico cierre y muchos creemos que representa el fin de una historia y el comienzo de otra.

Pero dentro de muy pocos días una bandera norteamericana flotará sobre el cielo de La Habana. Será, igualmente, una tela con una presencia real y llena de valor simbólico ya que su sitio de izaje será el imponente y prepotente edificio de la antigua embajada norteamericana en la capital de la isla, frente al muy habanero muro del Malecón y al lado del sitio diseñado hace unos años para realizar las más duras protestas contra las políticas del imperialismo yankee. Para tal acontecimiento, con toda seguridad viajarán a Cuba, tras el secretario de Estado John Kerry, decenas de periodistas de todo el mundo dispuestos a reportar el acontecimiento que cierra un ciclo histórico marcado por la hostilidad, el enfrentamiento y la ofensa y parece abrir otro en el cual se impondrá la cordura del diálogo.

Mientras, los cubanos van celebrando a su manera el proceso iniciado el 17 de diciembre pasado cuando los presidentes Barack Obama y Raúl Castro sorprendieron al mundo con el anuncio de que sus gobiernos iniciaban un proceso de conversaciones para el restablecimiento de relaciones diplomáticas. Ahora, por primera vez en cinco décadas y media, alguna gente libera sus expectativas y hay quienes lo hacen de manera evidente: por La Habana circulan autos con pequeñas banderas norteamericanas prendidas de las antenas, hay balcones de los que pende la enseña de Estados Unidos y en un jardín de mi barrio alguien ha cruzado las dos banderas. ¿Un año atrás alguien se hubiera imaginado un espectáculo así? La respuesta es tan fácil que ni siquiera vale la pena intentarla… ¡Exhibir en público la bandera del enemigo!

La gente con que hablo en Cuba puede ver de maneras diferentes lo ocurrido hasta ahora e imaginar de maneras igualmente disímiles lo que podrá venir. Del optimismo romántico al pesimismo persistente corren expectativas de un futuro lleno de interrogantes y que muchos cubanos no pensaban ver: como si la relación de hostilidad en que se enfrascaron los dos países en los tiempos lejanos de la Guerra Fría fuera para nosotros un estado natural, inamovible, y hasta cómodo para algunos.

La fase del proceso que se cierra con el izaje de las respectivas banderas es trascendental, pero solo el primer acto necesario de lo que podrá ocurrir y ya está ocurriendo: desde la salida de Cuba de la lista norteamericana de países patrocinadores del terrorismo hasta el envío al Congreso, por parte de políticos norteamericanos de la petición del levantamiento de las restricciones para que sus compatriotas puedan viajar libremente a la isla vecina. Pero restablecimiento de relaciones no implicará normalización de relaciones hasta tanto sigan en vigor los instrumentos comerciales y financieros de la Ley de Embargo, que impide un posible flujo normal de transacciones monetarias y económicas entre los dos territorios.

No obstante, al amparo de conversaciones gubernamentales y a la sombra de las banderas desplegadas ya se mueven olas visibles y, con toda seguridad, corrientes subterráneas que los ciudadanos de a pie ni imaginamos pero que, en su momento, saldrán a la superficie. Por lo pronto, con una u otra licencia de viaje llegan a La Habana centenares de norteamericanos empeñados en iniciar la recuperación de un espacio mítico en la memoria de su país y, a la vez, de explorar un territorio que se presenta virgen en muchas actividades productivas y de servicio, un país necesitado de inversiones y capital foráneo para modernizar su infraestructura en función de un necesario desarrollo social y económico. Sin embargo, ¿cuánto facilitará el gobierno cubano una presumible presencia comercial norteamericana en Cuba? ¿Proteccionismo a ultranza o pragmatismo realista: cuál será la respuesta? ¿Negocios posibles por los resquicios que ya va teniendo el embargo?

Unas banderas izadas a uno y otro lado del Estrecho de la Florida son pues, apenas, el primer bloque de un puente de muchas vías que necesita ser reconstruido con enorme voluntad y realismo político. Para que el diálogo no se quede solo en palabras y para que las viejas expectativas de los cubanos de un presente mejor reciban de esta nueva relación el impulso que los más optimistas esperan y que los pesimistas piensan que no pasará de lo que vamos viendo: algún cambio político que se caía por su propio peso y unas banderas desplegadas al viento.

jram

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