Por José Vales

Buenos Aires.— Fue la visibilidad de su gestión al frente de la cancillería uruguaya durante el gobierno de José Mujica la que le permitió a Luis Almagro llegar a la Secretaría General de la OEA.

A los 52 años, este abogado y diplomático de carrera, padre de siete hijos, asegura haberse autoimpuesto la tarea, a partir del martes cuando asuma el cargo, de “transformar al organismo” y dotarlo de “credibilidad”.

Dos tareas más que arduas para un organismo que viene vapuleado, política y financieramente, desde hace décadas. Algo que a Almagro poco le importa si se tiene en cuenta que al frente de la cancillería de uno de los países más pequeños de Latinoamérica, debió pilotar iniciativas de trascendencia internacional.

Desde la llegada de los ex reclusos de Guantánamo a Uruguay —que para muchos observadores fue lo que le abrió directamente las puertas a la sucesión de José Miguel Insulza, sin oposiciones—, hasta recibir a las familias sirias que escapaban del conflicto en Medio Oriente.

Militante del Frente Amplio, Almagro fue electo senador en las últimas elecciones pero no asumirá su banca. Desde hace días se encuentra en Washington, organizando su mudanza junto a su segunda esposa, la también diplomática sudafricana Marianne Birkholtz, una ex funcionaria del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente.

Nacido en Cerro Chato, departamento de Paysandú, Almagro se desempeñó como secretario en las embajadas en Alemania e Irán y fue embajador en la República Popular China, antes de llegar a la cancillería.

Hombre de confianza del ex presidente Mujica, siempre guardó tiempo de su agenda diplomática para dedicárselo a la política. Militante del Movimiento de Participación Popular (MPP, Tupamaros Frente Amplio) desde 1999, vegetariano convencido y ex velocista aficionado, mira la vida futbolística desde el Club Nacional, aunque le gustan más las largas charlas con amigos y el tiempo en familia.

Antes de sumarse al MPP había militado en el Partido Nacional y trabajó cerca del ex canciller Álvaro Ramos, durante el gobierno de Luis Lacalle (1990-1996). Durante su gestión en la cancillería uruguaya, siempre puso el acento en las políticas de derechos humanos, algo que según quienes lo conocen bien, volverá a llevar como marca a su gestión en la OEA. En su óptica, la OEA del futuro ya no puede ser sólo regional e interamericana “sino global”, lo que genera más dudas según los especialistas.

“No vengo a solucionar crisis, vengo a consolidar la OEA”, afirmó al ser designado, en marzo pasado. En 2014 la revista Foreign Policy lo eligió “Pensador global”, siendo uno de los 10 tomadores de decisiones de la región seleccionados por dicha publicación. Almagro, quien además de español habla inglés y francés, llega a la OEA tras haber recibido 33 de los 34 votos y con un vasto conocimiento de la realidad sudamericana, donde radicará su fuerte a la hora de intentar dotar al organismo de una agenda visible, aunque es consciente de que nada será fácil, teniendo en cuenta que llega a una OEA que, desde hace décadas, viene buscando su lugar en el mundo.

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