Esta semana todos tuvimos un tema en la cabeza y las conversaciones del día a día: Venezuela, ¿estamos viendo el fin de Nicolás Maduro? ¿Hay dos presidentes? Y, a nivel local ¿Está el gobierno federal apoyando a una dictadura? Las respuestas a cada una de estas preguntas son mucho más complejas que un sí o un no.

No es noticia nueva el repudio de una buena parte de las democracias de Occidente hacia Maduro; la decisión de llevarlo más allá, hasta el punto de desconocerlo, sí es un nuevo nivel en la crisis de legitimidad que tiene un personaje que, en efecto, ha llevado al país hasta la carencia y el éxodo. Si bien el reconocimiento de Estados Unidos a la proclamación de Juan Guaidó como presidente encargado fortaleció a la oposición, lo sucedido esta semana habla mucho más sobre cómo se están dividiendo los poderes a nivel global, que de la posibilidad de definir una fecha real de cambio de régimen en Venezuela.

Para la oposición venezolana este escenario es sin lugar a dudas una oportunidad de incrementar la presión, producto de la visibilidad pública, y de intentar de nueva cuenta sacar a Maduro del poder. Guaidó tiene el carisma, el apoyo popular y el beneplácito de un buen número de mandatarios; sin embargo, hay varias premisas a tomar en cuenta. La más importante es: ¿Quién tiene capacidad real de fungir como presidente de un territorio, el que tiene reconocimiento internacional o el que controla al ejército?

En otro momento, pienso en la década de los 70’s y 80’s, tener el apoyo de Estados Unidos hubiera hecho una diferencia más significativa: muy probablemente los países europeos no habrían titubeado en emitir su respaldo e incluso hubiese garantizado la presencia de efectivos militares norteamericanos hasta dirimir el conflicto. Este era el modus operandi típico de la Guerra Fría, apelando a la “zona de influencia”. La realidad hoy es que, aunque en redes sociales se leía que “todo el mundo está respaldando el cambio”, el reconocimiento a la presidencia emergente se ha concentrado principalmente en países latinoamericanos; la Unión Europea, México y Uruguay han reaccionado con mayor cautela, apelando a la mediación, mientras que Maduro ha recibido el apoyo directo y claro de dos actores clave: Rusia y China. Resalto la declaración del gobierno ruso de responder con apoyo militar ante cualquier intervención, no sólo porque me recuerda los escenarios de Guerra Fría, sino porque es el principal freno para Estados Unidos de actuar de forma más concreta.

Esto, de la mano del respaldo de las fuerzas armadas, hace que Maduro se sienta presionado, sí, pero no obligado a ceder el poder, y es también la razón por la que Guaidó no puede garantizar la seguridad de quienes protestan en las calles, los diplomáticos norteamericanos o incluso la propia asamblea. Muestra de ello es la decisión de sacar a las familias del cuerpo diplomático estadounidense y a todo aquel que no sea considerado “colaborador necesario”.

¿Qué seguiría? Veo dos opciones: que el respaldo internacional se desdibuje, producto de las prioridades en la agenda de cada país, sumado a la evaluación de un posible enfrentamiento con Rusia, o bien un ultimátum para llevar a cabo nuevas elecciones y la decisión de ahorcar económicamente a Venezuela, es decir que EU deje de comprar petróleo, los países de la Unión Europea también cierren la llave y esperar un cambio de señal por parte del ejército producto de la carestía.

Ambos escenarios presentan retos importantes para la población venezolana: es muy probable que estemos presenciando la etapa final del régimen de Maduro, cierto; sin embargo, puede ser un proceso largo. El verdadero jugador con capacidad de cambiar los tiempos es el ejército, las cúpulas lo saben y entienden la holgura para negociar. Lamentablemente, de momento no parece que tengan prisa.

Internacionalista y socia en Meraki México

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