La semana pasada fuimos convocados por el INE a debatir sobre el debate. Parece mentira que la democracia mexicana siga suspirando por sus efímeras glorias de los 90. Algo está dramáticamente mal en el país cuando en la conciencia general permanece aquello de que el mejor debate entre candidatos que hemos tenido fue el que protagonizaron Zedillo, Cárdenas y Fernández de Cevallos. El resto ha tendido a disolverse en la memoria en las anécdotas de una edecán vistosa y protagónica y la estatura de Labastida. La pregunta que subyace es por qué no hemos conseguido tener debates atractivos e interesantes entre candidatos. A mi juicio, la respuesta es que no se han alineado los incentivos para que esto ocurra empezando por un contexto de exigencia para los candidatos. La mayor parte de ellos pueden evadir la presión pública de debatir con sus oponentes porque sus porras están predispuestas a protegerlos, son verdaderas hordas de defensores los que protegen a sus abanderados y solapan que no hagan un ejercicio de razón pública. En cierto sentido son agitadores de palmas o auténticas porristas con minifalda a las que les da igual si se está dando un buen partido en el campo o no, para ellas el tema es agitar banderas y poner buena cara.

La exigencia social es baja. No imagino a los votantes del PRI exigiendo sus aspirantes ofrecer una explicación concreta de la secuencia de latrocinios que en diversos gobiernos estatales se han acreditado sin lavarse las manos, como si todo fuese una decisión personal y no un eslabón de un sistema que tolera, convive y auspicia la corrupción. Tampoco veo a los votantes de AMLO exigirle una argumentación seria sobre lo que piensa hacer en materia de seguridad, tema en el que fracasó clamorosamente cuando fue jefe de gobierno. Tampoco lo veo presionado por sus bases para argumentar y desarrollar su ocurrencia de mover las secretarias a distintas entidades. Por supuesto tampoco veo al señor Anaya ofreciendo a los integrantes del frente un foro equitativo para debatir por qué debe ser uno y no otro el candidato. Las bases arropan, no exigen. Los partidos políticos mexicanos no tienen incentivos colectivos, es decir, verdaderas ideas que defender y por eso actúan como porras mucho más que como una militancia democrática. La debilidad teórica de los políticos mexicanos los ha llevado (y ese es el segundo obstáculo al que quiero referirme) a sentirse mucho más cómodos en comerciales de televisión y radio que en debates abierto, no controlados. Son maestros del spot y por eso, a pesar de que en público dicen abominarlos, hacen todo lo posible porque ese modelo de comunicación social basado en el spot permanezca. Es su espacio vital y la mayor parte de ellos no podría sobrevivir sin sus frases hechas en producción televisiva. En el PRI nunca habido tradición de debate. En el PAN un poco más, pero hoy es un partido dominado por negociaciones cupulares. Y la izquierda, que tenía una larga tradición de debate teórico ideológico, ahora vive bajo el yugo del culto a la personalidad de su líder mediático, maestro del spot. Hace unos días me preguntaba si se podía imaginar un debate entre Marcos y AMLO. Televisivamente sería fascinante, pero no veo al tabasqueño discutiendo con el guerrillero como tampoco veo al guerrillero comerse los lugares comunes de AMLO sobre el plumaje inmaculado y el pantano sin regurgitar.

Con poca exigencia y poca voluntad de los políticos no hay forma de que caminen los debates. Han puesto sobre la mesa todas las reglas posibles para acartonar y limitar los debates. Los que hemos tenido oportunidad de conducir alguno sabemos que todos los partidos están más preocupados por los tiros de cámara y por garantizar que no habrá ninguna sorpresa para su abanderado, que en prepararlo para que tenga un brillante desempeño. Después ya conocemos el guión: el INE no sabe organizar bien los debates. Pero es claro que son ellos los que no quieren flexibilizar las reglas y someterse al escrutinio público como un genuino político democrático lo habría.

Además de lo descrito, se debe agregar otro asunto, no menor y usualmente poco comentado. Los grandes medios no están interesados en promover esto. Se dicen molestos por la spotización , pero en el fondo lo que realmente incómoda no es el modelo, sino que no se pague por ello; es más, lo que los irrita profundamente es que antes se pagaba por ello y además les permitía a muchos concesionarios jugar al estratega político (en algunos casos con consecuencias ruinosas para las causas que querían defender). Hoy se sienten relegados. Si los grandes medios pusieran como condición a los políticos que sus apariciones en televisión y el radio se alternaran con periódicos debates, las cosas cambiarían. Pero los medios siguen muy enojados con el actual modelo que comunicación política y han desplegado una retórica que se nutre a si misma en el sentido de que los debates están prohibidos. No es verdad, pero igual que los partidos políticos se esconden en culpar al INE, a los medios les ha venido bien esta idea de que no hay debates porque no lo quieren en Viaducto Tlalpan.


Analista político.
@LeonardoCurzio

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