Debo decir, de entrada, que la perspectiva de que el TLCAN deje de ser un marco para reglamentar el comercio en América del Norte no está directamente relacionada con alguna particularidad de la política comercial del gobierno mexicano, como han pretendido algunos actores políticos que incluso han sugerido que el proceso de negociación y su eventual ratificación se lleve a cabo con una nueva administración. Me parece claro que Trump y su equipo tienen una (muy arraigada) concepción del comercio internacional y eso los ha llevado a descarrilar el TPP primero y ahora, en plena negociación norteamericana, a poner todos los obstáculos o clausulas inverosímiles para torpedear el proceso. No están engañando a nadie, desde el primer momento dijeron que su preferencia era firmar nuevos acuerdos bilaterales. Si no cambian demasiado las cosas en los Estados Unidos, ese es el resultado más probable que podemos esperar. Ahora bien, si esto fuese cierto, México se encuentra nuevamente en una circunstancia delicada por el nerviosismo que el ocaso del tratado pueda generar y en el mejor de los casos una larga lista de inversiones diferidas hasta que se despeje el frente externo y también el interno. Nos imaginábamos desde mediados del año pasado que algo así podía ocurrir y nuestras debilidades siguen al descubierto y para sorpresa de muchos no se ha dado un tratamiento sistemático y creíble para reducirlas.

La primera es el principio de unidad nacional para tratar la relación con Estados Unidos en su conjunto. Es verdad que un grupo de senadores de diversos partidos ha acompañado la negociación comercial, pero el apoyo del principal opositor (AMLO) a la delegación mexicana no ha sido contundente. Los americanos saben que el gobierno de Peña agoniza y no hay en México una postura políticamente respaldada por todo el espectro político.

La segunda es que el principio de abordar de manera integral la relación no ha sido creíble. México no está en condiciones de forzar, con otros capítulos de la relación, la negociación en el ámbito comercial. Es más, desde una óptica realista se supone que la parte fuerte de México para condicionar la postura americana era justamente la interdependencia comercial. Ahora que está por concluir la cuarta ronda vemos que esa fortaleza no parece hacer mella en los negociadores norteamericanos que en cada nueva ronda plantean condiciones inaceptables. Digámoslo sin paños calientes: México no tiene la fuerza relativa para presionar la negociación comercial amenazando con reducir su compromiso en el ámbito de la seguridad. Salvo el capítulo de la defensa y la cooperación con Centroamérica, no existe una fortaleza decisiva para hacer ver a nuestros vecinos que su actitud en lo comercial puede ser contraproducente en otros sectores. La actual administración no ha tenido una política cercana en materia de seguridad con los Estados Unidos. Todo se ha hecho regañadientes desde el 2012 y en consecuencia no es creíble que podamos presionar con un cambio en el tratamiento del combate al narcotráfico. Tampoco tenemos muchos instrumentos para asustar a los vecinos con una salida masiva de migrantes mexicanos que alterasen los mercados laborales de aquel país. Aún con Trump los migrantes prefieren permanecer en Estados Unidos que volver a su país de origen. Es de la parte más amarga de nuestra situación.

La tercera es que una de las ventajas competitivas del país se convierte en un elemento de presión. Me refiero al tema salarial que vuelve a golpear la credibilidad de un México vibrante que es capaz de competir e innovar con instrumentos modernos y no basado en los bajos salarios que reciben los trabajadores. Se podrá argumentar todo lo que se quiere favor de México, pero no deja de ser cierto. Y lo dicen americanos canadienses, pero también se dice en México: los salarios que se pagan territorio nacional son absolutamente inadmisibles.

Nos encontramos entonces con debilidades en el ámbito político, social y de seguridad que no han sido atendidas a la luz de la nueva realidad que vive el país por el desafío que nos viene del norte. Yo entiendo que la élite política siga sin querer a AMLO, lo que no puedo entender es que cuando tienes una amenaza externa tan clara para tus intereses nacionales no intentes, por todas las vías, convocar al puntero en las encuestas a los Pinos y tratar de fijar una postura compartida al más alto nivel. Tampoco entiendo porque no se haya hecho un esfuerzo consistente por ganar credibilidad en el terreno que la seguridad y la procuración de justicia; seguimos enredados en una discusión (un poco bizantina) de cómo debemos nombrar al nuevo fiscal, en vez de constatar la casi universal impunidad que se ve en el país. Finalmente me resulta inexplicable que no se haya mandado el mensaje de elevar salarios de manera inmediata y manifestar así un propósito de enmienda creíble. Queremos seguir haciendo lo mismo y obtener resultados diferentes.

Me parece que el resultado de estas negociaciones nos deja claro que tenemos un muy eficiente equipo de negociadores comerciales, pero la plataforma política desde la que negocian es extraordinariamente precaria. Enfrentan a un poder dominado por el prejuicio y el atavismo en materia comercial y para poder derrotar en la mesa de negociación a un grupo como el trumpista hacen falta algo más que habilidades comerciales. Necesitamos un mensaje político creíble, potente y respaldado por todas las fuerzas políticas de que los negociadores no están solos.

Analista político

@LeonardoCurzio

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