Ocurre en todas las comunidades humanas, desde las familias hasta los países, que ante un problema complejo se pase del desconcierto al mutuo reproche. Primero la sorpresa y después el típico comentario: -te dije que hubiésemos hecho esto y otro gallo cantaría. Algo así nos ocurre con el tema de los homicidios en México. Al finalizar el año el responsable de seguridad argumentaba, en este mismo diario, que a pesar de las estadísticas el contexto del final del 17 es muy diferente al que ocurrió al terminar el sexenio anterior en materia de homicidios. No es cuestión de extenderse demasiado en la caracterización del contexto, las cifras son contundentes. Volviendo al ejemplo de la familia si el niño tiene 39 de fiebre resulta inútil que el padre le diga la madre que si hubiesen llamado al doctor Domínguez el niño no tendría esa temperatura o bien que la madre insista en que la calentura es producto de una infección intestinal y no de una infección en la garganta. La lógica de comunicación en este caso funciona para que tranquilizar a cada una de sus partes, pero la discusión es estúpida e insensata. Lo mismo ocurre con estas explicaciones forzados de que la violencia que persiste en el país tiene orígenes diferentes a los anteriores. En resumidas cuentas es exactamente lo mismo, estamos hablando de homicidios, aunque para los gobiernos resulte conveniente tratar de cargar las culpas al anterior. La meningitis no distinguirá de quien fue la culpa.

Tenemos niveles de violencia homicida que no pueden más que inquietarnos. Es claro que el estado mexicano es incapaz en ciertas regiones de inhibir a los ciudadanos de matarse unos a otros, en primera instancia porque los niveles de impunidad permiten que un homicidio pueda quedar impune. Ojo. Hay muchas experiencias sociológicas que demuestran que homo sapiens puede banalizar determinadas conductas cuando no recibe una sanción simbólico o práctica de la comunidad la que pertenece. En nuestro país parece que matar no resulta tan aberrante como en otras comunidades. No es que tengamos nada particular como grupo humano diferenciado, simplemente que algunos de los tabúes, como respetar la vida humana, son vulnerados sin consecuencia. Es igual que si de la noche la mañana el más humano de los mitos, la práctica del incesto, empezará tolerarse en algunos grupos sociales y que por miedo o por morbo nos empezáramos acostumbrar a semejante abominación. La muerte nos acompaña como parte de nuestro paisaje y vemos que cada vez más frecuentemente se habla del tema como si fuese una epidemia pasajera que algún buen gobernante frenara.

Es evidente que el gobierno saliente ha fracasado en esta materia por razones que no son tan difíciles entender. La primera es que encargaron al responsable de la política interna (y precandidato fallido a la presidencia) la función de seguridad. Es palmario que esa decisión fue pésima. El próximo presidente deberá reconsiderar la creación de una secretaria de seguridad o del interior, como quiera llamarla, lejos muy lejos de la conducción política y más aún de proyectos personales que impiden concentrarse en el tema sustantivo. La segunda es que la tesis priista de alinear las capacidades de los gobiernos federal, locales y municipales por pura sintonía política falló clamorosamente. El secretario de gobernación estaba pendiente de su candidatura, los gobiernos estatales han sido uno malo y otro peor y los municipales no han tenido el espacio para desarrollar capacidades propias. No hay ninguna razón, pues, para mejorar si el empeño de todos los participantes era asegurarse de que su proyecto político o enriquecimiento personal fuera la prioridad. Y el tercero es que las estructuras criminales no han sufrido un golpe definitivo en su capacidad reproductiva. Es innegable que muchas de las cabezas de las organizaciones criminales fueron detenidas, recapturadas y extraditadas. Pero también es claro que ni el mercado de drogas se ha encogido ni tampoco se han logrado controlar las prisiones. Por supuesto que es imposible combatir delitos económicos cuando los propios gobiernos se han dedicado a traficar millones de pesos en efectivo para propósitos igualmente ilegales. En países donde el control del efectivo es acucioso, ningún gobierno manejaría el equivalente a 25 millones de pesos en efectivo para financiar una campaña política sin que esto tuviera consecuencias directas en su continuidad. Un obeso no puede administrar una clínica de control del peso.

Un año nuevo supone una oportunidad para ver el viejo problema con una nueva visión y ver las cosas con ánimo más constructivo, de otra manera un sexenio más se habrá perdido, como se ha perdido este en materia de seguridad.

Analista político.
@LeonardoCurzio

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