Nada nos libera tanto como la tecnología. Nada nos esclaviza tanto como la tecnología.

Naief Yehya

Nos han encomendado, estimado lector y cibernauta, que respondamos a una inquietante pregunta: “¿Cómo afecta en los jóvenes la exposición a la violencia que circula sin descanso en las populares redes sociodigitales?”.

Seguramente compartes la angustiante preocupación que envuelve tal interrogante ante el creciente clima de violencia e impunidad, hay que subrayarlo, en el que sobrevive nuestra maltrecha sociedad. A esta preocupación que ahora nos quita el sueño le antecede un viejo y polémico debate sobre la relación medios y violencia.

Que si cierto tipo de periódicos, filmes, narcocorridos y videojuegos promueven la violencia en sus audiencias; que si sólo son un reflejo de nuestra triste realidad. Que si sólo influye a cierto tipo de personas (los más indefensos y proclives). Que ante la tentación de la censura, mejor apelamos a la libertad y al criterio (que en muchos casos es endeble o nulo) de nuestro receptor.

Finalmente, que la gente consuma el contenido que le venga en gana.

Sin embargo, las redes sociales digitales, además de ser atractivos escenarios virtuales para la interacción social, se han convertido en omnipresentes e influyentes medios de comunicación de muchos hacia todos sin las restricciones de tiempo y espacio. Son esas portentosas características las que han reabierto el debate, porque la violencia ha encontrado un entorno que magnifica y realimenta su perniciosa presencia.

Por ejemplo, el bullying que todos en nuestra etapa escolar atestiguamos, padecimos o practicamos ha migrado del salón de clases y del patio del recreo a YouTube, Facebook, Instagram y WhatsApp. Desgraciadamente, el acoso escolar siempre ha existido, pero ahora es más visible, más público y en algunos casos viral, ¡qué bueno que se denuncie con videos y fotos la agresión!; el problema es que esa cruel evidencia se hace “popular” entre los adolescentes. La agresión que era cometida en un rincón de la escuela y atestiguada por unos cuantos, ahora no sólo la puede ver (y volver a mirar cuantas veces quiera) literalmente todo el mundo, sino además compartirla y darle like. Ante la imperiosa necesidad de llamar la atención y también ser “populares”, los adolescentes se animan (y autojustifican) a cometer y difundir agresiones cada vez más violentas.

Pero el asunto no para aquí. Los jóvenes y también los adultos hemos encontrado particularmente en las redes sociales digitales y en general en el ciberespacio un lugar para acceder, consumir, recomendar, producir, distribuir, guardar y compartir contenidos e interacciones violentas. Un espacio virtual, pero no virtuoso; intangible, pero con consecuencias muy reales, para socializar la violencia con libertad, pero sin responsabilidad; es decir, con libertinaje.

Videos, memes, blogs, foros, comunidades en línea, juegos, aplicaciones y demás artilugios integran el rico ecosistema donde deambulan mensajes de grupos terroristas, criminales, racistas e intolerantes que confunden, engañan e intimidan, pero sobre todo, captan la atención de una generación hiperconectada que no suelta el móvil ni para dormir.

Imaginen lo que piensan y sienten estos jóvenes que han presenciado o sufrido una agresión en la escuela, en la familia o en el trabajo; un asalto en la calle o en el transporte público. Bombardeados con noticias, tuits e imágenes de sucesos violentos, con publicaciones en sus muros sobre riñas, ataques y desencuentros. Lo que piensan y sienten es que la violencia es algo cotidiano. O como me dijo un chico: “Es nuestro pan de cada día”.

Realmente lo más inquietante no es que los jóvenes asuman la violencia como algo normal en sus vidas, sino que se sientan indefensos ante ella. Esta impotencia se transforma en apatía, nada les asombra, sus sentidos se entumecen y endurecen. Pero también los obliga a enfrentarla, de manera paradójica, con violencia que despliegan en sus redes sociales: mira lo que he publicado, los sitios que visito, así que conmigo no se metan porque también soy o puedo ser violento.

Es la respuesta de los jóvenes ante la violencia, ¿por que gobierno y sociedad les hemos fallado?, lo que impulsa, alimenta y sobredimensiona esta malévola espiral, que parte imparable del mundo físico al virtual para retornar con vigor e impactar de nuevo en nuestra vidas en un círculo interminable.

Profesor investigador en la Escuela de Comunicación de la Universidad Panamericana. Titular del Seminario de Comunidades Virtuales y Coordinador del Observatorio de Medios Digitales.Twitter: @jlopezaguirre

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