En la que será mi última colaboración antes de la elección del próximo primero de julio, me parece obligado hacer una reflexión de cara a lo que será la jornada electoral más importante de la historia reciente de nuestro país. Como se ha dicho hasta la saciedad, no nos tocaron tiempos fáciles. Lo que está en juego en la próxima elección es nada más y nada menos que el futuro de nuestro querido México.

Es de todos sabido que el próximo primero de julio vamos a votar para elegir Presidente de la República, 500 diputados federales, 128 senadores, 8 gobernadores y al jefe de Gobierno de la Ciudad de México, además de un gran número de alcaldes y diputados locales en casi todos los estados de la República. Lo realmente importante no radica en el número de posiciones en disputa, sino en el rumbo que habremos de dar al país.

Hace apenas tres décadas, México no era una democracia. Las elecciones las organizaba el gobierno a través de la Secretaría de Gobernación y las calificaba el Congreso de la Unión, siempre dominado por un partido hegemónico. Opacidad y abuso habían engendrado una cultura de la desconfianza en los procesos electorales. Para muchos, los comicios eran una simulación en la que no valía la pena participar. Afortunadamente, México ha cambiado mucho y para bien. Hoy tenemos instituciones electorales independientes y profesionales que, junto con los ciudadanos, vigilan que se respete el voto. La tarea de la construcción de la democracia no ha terminado, pero hay confiabilidad y solidez técnica en la organización de los comicios. Ahora el voto cuenta y se cuenta con honradez.

Como fruto de la alternancia, en los últimos 18 años México ha emprendido grandes transformaciones exigidas por la ciudadanía, cambios necesarios y útiles en democracia; transformaciones que en el viejo régimen eran casi impensables. Esas transformaciones se han dado no por voluntad exclusiva o predominante de un partido político, sino como exigencia de una sociedad empeñada en construir un país mejor. Eso es lo que hoy está en juego.

En el proceso que estamos viviendo y que llega a su fin, los partidos y sus candidatos ya hicieron su parte. Es cierto que a juicio de la mayoría han quedado a deber. Esta campaña quedará marcada por la violencia (más de 110 asesinatos políticos), por ataques, descalificaciones y demandas que están a la orden del día. Todos hubiéramos preferido tener mayor oportunidad de valorar y contrastar las propuestas de los candidatos.

A partir de ahora, la mayor parte de la responsabilidad recae en los ciudadanos. La esencia de la democracia es que el ciudadano de a pie sea quien decida con su voto qué gobierno quiere y heredará. Decidir no es sencillo, hay que estar bien informado. Todos tenemos la responsabilidad, en la medida de lo posible, de conocer las propuestas de los candidatos, compararlas y contrastarlas; conocer sus trayectorias, saber qué hicieron o qué dejaron de hacer.

Todos los cargos en disputa son muy importantes, pero la elección de quien será el próximo Presidente de la República merece una atención especial. México requiere de un liderazgo nuevo, poseedor de una incuestionable actitud democrática, con madurez para dar continuidad a lo que funciona bien; con atrevimiento para entender nuevas realidades y emprender nuevos retos. Un liderazgo libre de lastres que lo inmovilicen y, sobre todo, con una profunda convicción ciudadana en el ejercicio del poder.

En la continuidad del fortalecimiento de nuestras instituciones y cultura democráticas, este primero de julio los ciudadanos tenemos el poder de sumar a esa democracia, ejerciendo uno de los derechos más valiosos de los mexicanos, el de sufragar. Hagámoslo, y que la decisión sea nuestra.

Abogado.
@jglezmorfin

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