Las listas de senadores plurinominales generaron bastante ruido una vez más. Suelen aparecer ahí varios impresentables de todos los partidos. Y si en un partido por ser nuevo no hay suficientes de ésos, se importan de otros lados para cumplir el requisito. También aparecen hijos, esposas o favoritos de políticos aún encumbrados, tengan o no méritos para ocupar esos asientos. Sobre las listas del PAN, el gobernador Javier Corral se inconformó con el procedimiento, alegando incumplimiento de los estatutos e imposición vertical. Y Gustavo Madero impugnará algunos de los nominados, en particular a Miguel Ángel Mancera, pues dice que se violenta la ley. Ruido dentro del Frente que desde luego mina aún más la de por sí vulnerable figura de su candidato Ricardo Anaya, quien enfrenta el embate del gobierno y su partido en acusaciones penales. Independientemente de si están fundamentadas o no, pueden tener un fuerte efecto electoral.

En Morena aparecen políticos de otros partidos, algunos del PRD, que no sorprende, pues ese partido se está rápidamente reciclando en Morena y probablemente quedará un cascarón después de las elecciones. El PRI va por ese mismo camino (sobre todo si gana López Obrador), pero tomará más tiempo. También generó ruido el encarte de Napoleón Gómez Urrutia, acusado de desviar millones de dólares al sindicato minero. En Morena apelan a que no hay sentencia condenatoria y que una mera acusación no es sinónimo de culpabilidad (si bien en México lo contrario es también cierto: ser exonerado legalmente no implica inocencia). Muchos se preguntan qué gana López Obrador con ello: ¿los 280 mil votos de los mineros que aún son leales a Napoleón (pues los demás sí creen que los robó)? ¿Financiamiento millonario a la campaña? No está claro.

Y también apareció en las listas el ex presidente del PAN, Germán Martínez Cázares, furibundo detractor de la izquierda y uno de los operadores de lo que López Obrador consideró el fraude de 2006. Martínez encontró ahora su camino de Damasco (de Tabasco, aclaran algunos), convirtiéndose en el nuevo san Pablo del obradorismo. Si antes defendió con ahínco las reformas estructurales de Peña Nieto, hoy asegura que el cambio exige su derogación. Sobre la reforma energética decía: “Privatizar no es entregar gratuitamente ni ofrendar sin costos ni gravámenes al capital privado la exploración, producción o refinación del petróleo… Los bramidos antirreformadores de López Obrador ya se escucharon. Buscará resucitar y construir otra candidatura presidencial sobre las ruinas de Pemex (Jun/2013)”. Candidatura que hoy apoya. Y a los miembros de la CNTE, aliada central de AMLO, los llamaba “liosos traidores a la democracia… nostálgicos del cardenismo que urdió el fraude electoral contra Almazán”. Y acusaba a Cuauhtémoc Cárdenas de Judas de la democracia por apoyar a la CNTE: “El sábado pasado abrazó a los maestros disidentes en lugar de criticarlos; buscó aplausos fáciles como cualquier histrión populista. Se ‘lopezobradorizó’ (Sep/2013)”. Paradójicamente, es ahora el crítico el que se “lopezobradoriza”. La conversión ideológica de Martínez Cázares podría considerarse una auténtica victoria cultural de Morena, como la que Castillo Peraza atribuía al PAN en su momento (pues de seguro en esa transformación nada tuvo que ver la senaduría de marras).

El caso es que bien podríamos prescindir de las senadurías plurinominales, pues alteran la representación de los estados (a diferencia de las diputaciones, que representan a población). Bastaría con tres senadores por entidad para tener una representación equitativa, bajo la fórmula de dos de mayoría y una primera minoría, o incluso distribuyendo esos tres senadores por proporcionalidad de votos, pero no en una demarcación nacional, sino estatal, para no afectar la representación de estados. Así, si en una entidad hay equitativa distribución de votos entre tres partidos, tocaría una senaduría a cada uno de ellos.

Analista político. @JACrespo1

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