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En lo más alto de la montaña, mientras hurgaba entre los matorrales en busca de hongos comestibles, el campesino escuchó a lo lejos un grito desesperado de ayuda. “Auxiliooooo”, alcanzó a oír, incrédulo.

Era lo más espeso del Cerro Colorado, una región selvática e indígena del municipio de San Pedro Soteapan, donde regularmente acostumbraba recorrer veredas para cultivar hongos y llevarlos a su humilde casa.

Ese hombre de la localidad caminó en dirección a los sonidos que imploraban ser escuchados y detectó que salían de la tierra.

En la parte baja de un montículo de tierra, con dos costales de gravilla y unas maderas encima, el grito de “auxiliooo” se hacía más fuerte. Eran las 14:00:00 horas, el campesino observó al fondo y vio a un muchacho bañado en lodo. Decidió volver al pueblo Cerro Colorado para llamar refuerzos, porque la oscuridad nunca es buena compañera y menos, cuando se trata de una posible tragedia.

El número 066 de emergencias recibió la notificación. Cuatro elementos de la Policía Municipal de San Pedro Soteapan, a bordo de la patrulla 05, se enfilaron a la comunidad; un grupo de campesinos los esperaban para guiarlos. Por brechas atiborradas de plantas húmedas, y cubriéndose de la lluvia, a mil 800 metros del camino vecinal, detectaron el montículo de tierra. Todo fue removido con sumo cuidado, pero presurosos.

Los oficiales encontraron a un hombre metido en un hoyo de un metro de diámetro y 80 centímetros de hondo. Estaba sentado sobre un cubo lleno de concreto, con los pies metidos en lodo y agua que había producido la lluvia.

Una instantánea retrató la condición del muchacho de 25 años de edad, quien no solamente fue enterrado. Además le colocaron cadenas en cada uno de sus pies, con su respectivo candado; y un grillete en el cuello.

Acabó en ese lugar dos días antes. Era el jueves cerca de las 21:00 horas cuando tres muchachos ingresaron por él a su domicilio, en un rancho del municipio contiguo de Acayucan. Uno portaba una pistola tipo revolver con cañón largo, el otro una escopeta y el tercero, quien daba las órdenes, un machete en mano.

Sometieron a una de sus hermanas y lo doblegaron. Le obligaron a caminar a lado de sus captores hasta la comunidad de Pitalillo, en el mismo municipio de Acayucan, una de las regiones ganaderas más importantes del sur de Veracruz y del país, azotada por secuestros, robo de ganado y transporte público, y una lucha entre cárteles de la droga.

Le vendaron los ojos y lo treparon en una motocicleta. En la oscuridad, lo bajaron y lo internaron en la maleza donde permaneció dos días sin alimento, el agua de la lluvia le permitía saciar su sed, pero al mismo tiempo inundaba su prisión subterránea.

La noche estaba encima. Pasadas las 19:00 horas llegó a la comandancia de la Policía Municipal y un médico particular lo valoró físicamente. Su estado de salud, a pesar de las condiciones en que se encontraba, era bueno.

Con la autorización del Inspector de Seguridad Pública, Ángel Cervantes Hernández, la víctima llamó a sus padres. Uno de ellos, arribó al lugar cerca de las 23:00 horas y en presencia de agentes de la Secretaría de Marina, Fuerza Civil y Policía Estatal se hizo la entrega.

Nunca hubo denuncia penal por su secuestro. Y aunque todos los oficiales deberían haber presentado a la víctima ante el Ministerio Público jamás lo hicieron, por lo que aún no forma parte de las estadísticas oficiales sobre secuestros en Veracruz, delito que el año pasado sumó 97 casos.

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