SANTA MARÍA XADANI.— Hace más de un año la tragedia golpeó a este hogar de jornaleros, con la inesperada muerte del padre de familia y las quemaduras de tercer grado que sufrió la hija menor en 50% de su cuerpo: dos desgracias en un día, que acentuaron su extrema pobreza.

La familia Hernández Jiménez, jornaleros agrícolas especializados en el corte de caña de azúcar, perdieron a su principal sostén, Lamberto Hernández Regalado, el 15 de febrero de 2015.

Lamberto murió arrollado cuando descansaba en la galera asignada a su familia por los directivos del ingenio San Rafael de Pucté, de Río Hondo, Quintana Roo. Un camión tiró la pared y mató a dos adultos y a un menor de edad. Para la familia Hernández Jiménez, ahí se acabó la zafra.

Ese día, para la pequeña Victoriana, hija de doña Rosa y Lamberto, también comenzó el viacrucis. Ella jugaba en un colchón cuando el camión arrolló la pared de la galera. Quedó debajo del torton y el aceite caliente del motor le quemó el cuerpo.

Rosa regresó a esta comunidad zapoteca a enterrar a su esposo con una única ayuda de 10 mil pesos que le dieron los directivos del ingenio, y Victoriana fue trasladada a un hospital de Estados Unidos, donde le salvaron la vida. Ahí estuvo cuatro meses.

La pequeña Victoriana escucha a su hermano mayor, Víctor Manuel, quien dice que ella seguirá con sus citas en el hospital especializado para atender quemaduras, de Galveston, en Texas, hasta que cumpla los 18 años de edad. Le faltan 10. “El problema que por el momento tenemos es que en septiembre vence la visa que cuesta seis mil pesos. También debo ir a Quintana Roo para que con el cambio del gobierno no nos quiten el apoyo de 100 dólares que da el DIF para pagar los gastos del hospital cada vez que tengamos cita”.

Doña Rosa lava el maíz en dos cubetas que convertirá en masa y después transformará en 200 crujientes totopos para vender. Por ratos suspende la actividad. Seca los ojos que se humedecen ante el recuerdo de la tragedia que la dejó viuda.

Esta comunidad zapoteca, ubicada a unos 257 kilómetros al sureste de la capital, conocida como la tierra del totopo, se caracteriza porque de noviembre a mayo, unos 300 hombres salen con todo y familia al corte de caña de azúcar a Nayarit, Veracruz y Quintana Roo.

“Nosotros ya no regresaremos al corte de caña. Ya no. Hemos preferido quedarnos aquí, mi mamá vende totopos. Espero que mi hermanita pierda el miedo y pueda regresar a terminar la primaria”, dijo Víctor Manuel, quien cambió el afilado machete por la pala y la cuchara de albañil.

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