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El sacerdote Manuel Arias estuvo a punto de perder la vida en octubre de 2014 en un accidente automovilístico. Mientras circulaba por una de las avenidas principales de Oaxaca intentó frenar y perdió el control de su coche. Se impactó contra un camellón y dos vehículos más.

Todo parecía un accidente hasta que los mecánicos determinaron que la causa fue que le habían cortado las mangueras de los frenos y que el accidente fue provocado. Manuel Arias no levantó ninguna denuncia, intuía que se trataba de una amenaza y pensó que si hablaba podía ser más grave.

Este es un ejemplo de las intimidaciones que han recibido sacerdotes de Oaxaca y que atribuyen al arzobispo José Luis Chávez Botello, luego de que en 2009 denunciaron el caso de un párroco pederasta.

Manuel Arias, Apolonio Merino y Ángel Noguera, tres de los 10 sacerdotes que enfrentaron los casos de abuso sexual, han sido objeto de atentados y amenazas. Incluso el arzobispado los ha acusado de “dividir a la Iglesia” y les ha impuesto el calificativo de rebeldes.

En entrevista con EL UNIVERSAL, los sacerdotes señalaron como responsable al arzobispo de Oaxaca, a quien también acusan por encubrimiento.

“Nuestro objetivo desde un principio, por convicción personal, es que se conozca la verdad, que se aplique la justicia y que si hay responsables y encubridores, se les sancione de acuerdo con las leyes”, manifestó el sacerdote Merino.

“Díganle a Manuel que lo van a matar”

El 8 de noviembre de 2015, después de la misa en la parroquia de la Inmaculada de Juquila, Oaxaca, un hombre quería dar un donativo. Antes de recibirlo, el sacerdote Manuel Arias subió a un cuarto para quitarse la estola y el alba, “como a los 10 minutos gritaron: padre baje que lo pueden matar y ni cuenta se da”.

Arias, un hombre de estatura media, cabello cano, con estudios en Roma y Alemania y que ha trabajado en comunidades triquis y mixtecas bajó de la casa parroquial, el hombre del “donativo” salió corriendo de la iglesia y se subió a una camioneta con vidrios polarizados.

“La sacristana me dijo que el agresor le había confesado que él no quería hacerlo pero lo estaban obligando y de no cumplir el objetivo, asesinarían a su familia”, relata.

Eso sólo fue un aviso, el objetivo era entregar un mensaje: “dígale al tal Manuel que lo van a matar”.

Sentados en las bancas de la parroquia de Juquila, el sacerdote Manuel Arias confiesa: Cuando denuncié los casos de pederastia que cometió el padre Gerardo Silvestre Hernández, me señalaron como el instigador principal de un grupo opositor con celo de poder.

Sostiene que las intimidaciones vienen del arzobispado y son consecuencia de las denuncias que hizo por abuso sexual hace siete años. En este tiempo ha sido el sacerdote que más amenazas ha tenido: pintas y destrozos al interior de la iglesia y llamadas con “mentadas de madre”, entre otras agresiones.

El último hecho se dio el pasado 3 de marzo, cuando un grupo de policías armados y autoridades eclesiásticas violó los candados de la iglesia; entraron asegurando que el padre Manuel estaba enfermo y traían a su auxiliar.

En ese momento en el inmueble estaban una decena de personas e impidieron que se llevaran al padre. Desde entonces todos los días los feligreses montan una guardia nocturna para proteger al sacerdote y a su iglesia.

“Nos suspendieron por denunciar”

Ángel Noguera y Apolonio Merino fueron los primeros sacerdotes en conocer más de 40 casos de abuso sexual por parte del padre Gerardo. Sólo esos abusos se habían dado en una comunidad, antes de que al presunto pederasta lo re ubicaran en siete iglesias distintas de la Sierra Norte de Oaxaca.

“El padre llevaba a lugares solitarios a los adolescentes, los emborrachaba, y ya sucedían los actos”, declara Apolonio.

“Busqué al arzobispo y mi sorpresa fue que me regañó, porque no era mi misión de atender esos casos de pederastia, por eso me suspenden, por haber denunciado y escuchado esos abusos”, asegura.

Tras su suspensión, Apolonio ha recibido llamadas, “me dicen: bájale de huevos o te va a cargar. Una voz masculina me habla y asegura que tienen ubicados a mis familiares y cortan la llamada”.

— ¿Tiene miedo?

— Sí, si siento miedo porque quieren acabar conmigo.

Ángel Noguera también fue suspendido en julio de 2009, las amenazas en su contra son pocas pero, afirma, todas vienen del arzobispo de Oaxaca.

Noguera sabe que pudo haber callado, pero no se arrepiente de denunciar “el dolor de los niños”, alza la voz y cuenta que a la fecha no ha encontrado trabajo. “El derecho canónico dice que no debe haber clérigos vagos y yo soy uno de ellos por haber hablado, por la injusticia, por haber defendido a los niños”, precisa.

Los tres sacerdotes piden al arzobispo José Luis Chávez Botello que se arrepienta del encubrimiento.

“Que pida perdón, que reconozca que se equivocó, que busque resarcir los daños a los niños y familiares. Si ya suspendió a los sacerdotes, yo le pediría que me dejara en paz”, exige Manuel.

En 2013, familiares de una de las víctimas interpusieron una demanda con lo que lograron la detención del presunto párroco pederasta, Gerardo Silvestre Hernández; aun cuando fue encarcelado en la prisión de Tlaxiaco, Oaxaca, no ha recibido sentencia.

A pesar de que existe una sola denuncia, los sacerdotes estiman que hay cerca de 100 víctimas en la Sierra Norte de Oaxaca, zona de indígenas zapotecas. Los familiares nunca denunciaron por miedo. El propio Silvestre Hernández, antes de ser apresado, les decía que serían “castigados por Dios” y sobre ellos caería “una maldición”.

Las amenazas orillaron a los menores y a sus familiares a callar. El miedo a ser castigados por Dios y criticados por los habitantes de sus comunidades los alejó de las autoridades de justicia.

En 2009 el padre Manuel Arias logró videograbar el testimonio de tres víctimas que relatan cómo el padre Gerardo Silvestre Hernández los emborrachaba y les tocaba el pene.

EL UNIVERSAL consiguió una copia de estas declaraciones, pero a petición de las víctimas reservaremos su identidad y el lugar exacto en donde se cometieron los abusos. Para identificar a los jóvenes de la Sierra Norte de Oaxaca los llamaremos por otro nombre.

Quería que lo penetrara

Con una voz entrecortada, Jorge mira a la cámara, sus ojos van de un lado a otro tratando de recordar los hechos. Suspira, entrelaza sus manos, guarda silencio hasta que se decide a hablar.

“Fue en un día festivo, hubo una misa que terminó muy tarde, como a las doce y media de la noche. El padre Gerardo me ofreció dormir en la iglesia, yo acepté y nos quedamos en un cuarto con dos camas, él se acostó en una y yo en otra. Después de un rato el padre ya tenía unas intenciones sobre mí y se me encimó. Yo creo que quería que lo penetrara. Yo no sabía qué hacer pero afortunadamente no me pasó nada porque yo estaba con mi calzoncito”.

Vuelve a guardar silencio, aprieta sus labios, baja su mirada y sus piernas comienzan a temblar; después de unos segundos asegura que el sacerdote no le hizo nada y que sólo pasó una vez.

“No sé si hay más víctimas pero muchos compañeros acólitos se acercaban al padre, yo creo que en alguna ocasión les habrá pasado lo mismo que a mí o chance hasta peor”, cuenta.

Después de estos hechos Jorge acudió a la iglesia un par de ocasiones más. “Yo no hablaba por temor a que me criticara”, dice con una voz muy tenue.

“Nos acariciaba y chupaba el pene”

Víctor y Pedro son dos jóvenes zapotecas que estuvieron en distintas reuniones con el padre Gerardo. Igual que Jorge, se muestran nerviosos ante la cámara de video del padre Manuel que está registrando sus testimonios.

Todos los niños que ayudaban al sacerdote mientras él oficiaba la misa eran invitados a un cuarto de la iglesia. Les compraba cervezas y les ponía películas pornográficas. De acuerdo con los testimonios, uno por uno de los niños eran abusados sexualmente por el cura.

“En las películas aparecían dos hombres y el cura nos bailaba, después nos acariciaba, a mis compañeros les baja el cierre y les chupaba el pene”, recuerdan los jóvenes que ahora son mayores de edad.

Los recuerdos bombardean la mente de los jóvenes, entre ellos se cruzan las historias. Mientras Víctor cuenta que el padre aseguraba tener siete novios, Pedro revela que le dio un “puñetazo” en la espalda cuando quiso “chupar” su pene, “¡No que usted es padre y está haciendo estas chingaderas!”, le gritó.

Ellos jamás denunciaron, ¿qué iban a decir sus padres?, ¿cómo los verían sus amigos?, ¿quién creería en lo que vivieron?, se preguntaban a cada momento.

La sentencia que nunca llega

Gerardo Silvestre Hernández fue detenido en 2013 por corrupción de menores pero no ha recibido sentencia. De acuerdo con el Foro Oaxaqueño de la Niñez (Foni), una organización conformada por 18 asociaciones civiles, las autoridades pretenden que el caso se olvide.

“Ha sido difícil con este caso de abuso sexual de pederastia clerical debido a que se ha obstaculizado, se le ha dado largas. La pregunta sería: ¿cual es la finalidad de alargar un proceso? Que quede en el olvido, que la gente no le de seguimiento y pueda salir con una sentencia mínima o que ni siquiera se le sentencie”, se cuestiona Felipe Sánchez, vocero del Foni.

Lamenta que ni las autoridades de justicia ni quienes se encargan de defender los derechos humanos en el país, han brindado apoyo a las víctimas ni se han comprometido para garantizar la no repetición de este tipo de abusos.

“Para nosotros es totalmente grave por las consecuencias que este tipo de abusos sexuales dejan en la vida de un ser humano. Los daños son fuertísimos, físicos y sicológicos. Cuando queda impune un delito la consecuencia es que se vuelva a repetir, no se ve que haya justicia y eso es grave”, explica.

Los sacerdotes acosados interpusieron una denuncia contra quien resulte responsable de las amenazas e intimidaciones.

Desde el pasado 15 de marzo EL UNIVERSAL solicitó una entrevista con el arzobispo de Oaxaca, José Luis Chávez Botello; hasta la fecha esta casa editorial no ha recibido una respuesta.

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