Un olor a fruta madura invade el camino de la Ruta del café, de más de 35 kilómetros, que va de Tapachula, a terrenos a mil 500 metros sobre el nivel del mar, donde niños y adolescentes de Guatemala llegan a trabajar en las fincas, terrenos ejidales y pequeñas propiedades productoras del grano aromático.

Amanece, y sin probar bocado, los pequeños jornaleros se pierden en las veredas de los cafetales, ubicados en la escarpada carretera que conduce al volcán Tacaná, para concluir la jornada al momento que llega el ocaso en el Pacífico.

Llevan un cesto de carrizo o cubeta en las manos, donde caen los granos rojos y maduros de café que luego serán depositados en una cubierta de plástico para ser trasladados, en costales, a unos galerones cercanos a arroyos de agua cristalina donde despulparán la fruta.

Los menores indígenas caminan en fila sobre la carretera siempre acompañados por el padre y la madre, quienes todos los años cruzan la línea fronteriza para adentrarse a territorio mexicano para percibir hasta un peso con 50 centavos por cada kilo de café en cereza recolectado.

Muchos años antes de que los guatemaltecos llegaran a esta zona, eran los chamulas, tzeltales y tojolabales quienes hacían este trabajo, pero todo cambió cuando los chiapanecos tomaron camino hacia los Estados Unidos.

Sólo el recuerdo de los migrantes quedó en los pueblos llamados Chamulapita y Chamulapa.

Desde entonces los finqueros echaron mano de los jornaleros indígenas guatemaltecos que llegan de aldeas pobres de los departamentos de Quetzaltenango, Huehuetenango, San Marcos y El Quiché, donde no hay trabajo.

Tan pronto como inicia la cosecha de café en las comunidades del Soconusco, los grupos de indígenas kanjobales, ixiles, mames y kakchiqueles, se les ve recorrer esos sitios para comprar productos alimenticios en las tiendas o para buscar trabajo con los patrones.

Nicolás Juan, un indígena de Quetzaltenango, dice que los finqueros de El Edén, municipio de Tapachula, le pagaron por recolectar la caja de 100 kilos de café a 100 pesos, con comida incluida, que consiste en una ración de frijoles, tortillas y café; si rechazara los alimentos, percibiría hasta 150 pesos.

“En un día puedo juntar dos cajas”, confiesa el hombre, padre de cinco hijos, todos menores de 13 años.

A un constado de la carretera camina Hilario, un ejidatario de El Edén, con un costal con unos 40 kilos de café que carga con un mecapal, pero cerca de ahí, cuatro niños guatemaltecos y un adulto pesan el grano que recién recolectaron.

Turismo

La Ruta del café se ha convertido en una opción para el turismo nacional y extranjero, interesado en conocer el proceso de producción de la bebida.

Desde hace varios años fincas como Irlanda, Argovia, Hamburgo, La Chiripa y otras, abren sus puertas para que el visitante pueda descansar y comer.

Los costos para pernoctar en estos sitios oscilan entre 500 a 800 pesos por noche, mientras que un café capuchino o americano tiene un precio de 20 a 30 pesos.

La Ruta del café es promovida por la Secretaría de Turismo de Chiapas, para que los visitantes nacionales y extranjeros conozcan las fincas donde se produce el café de altura, que se ubican en las faldas del volcán Tacaná.

En esos lugares el visitante puede conocer las áreas de cultivo, despulpe y envasado del grano, mucho del es de calidad de exportación.

En algunos de estos sitios los propietarios ofrecen todas las variedades de café que se cultivan en la zona, además de ofertar platillos regionales y nacionales.

Lo que no se muestra al turismo, es que en el área hay decenas de niños y adolescentes que trabajan de sol a sol. Escudriñar cuántos niños y adolescentes trabajan en las fincas es una tarea donde sólo la policía puede investigar.

Al inicio de la cosecha, el 13 de noviembre, el Instituto Nacional de Migración (INM) y la Procuraduría de Justicia del Estado realizaron un operativo en la finca San Lorenzo, donde localizaron a 66 adultos y 10 niños guatemaltecos que percibían 1.50 pesos por cada kilo de café, por lo que la Fiscalía Especializada en Delitos Cometidos en Contra de Inmigrantes, inició una investigación.

Desde entonces no ha habido más acciones para contrarrestar el trabajo infantil, a pesar de que la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) pidió aplicar medidas para proteger a los menores de edad guatemalteco.

Los investigadores Laura Itzel Ramírez Ramos, Emma Zapata Martelo, Verónica Vázquez García, Dominga Austreberta Nazar Beutelspacher y Naima Cárcamo Toalá exponen que la actividad de los niños y adolescentes guatemaltecos en las fincas “no es considerada una violación a las leyes referentes al trabajo infantil por los dueños y administradores de las fincas”.

En el estudio Migración transfronteriza y trabajo infantil en el Soconusco, Chiapas, sostienen que son los jefes de familia “quienes les exigen a los hijos que trabajen para cubrir sus necesidades económicas”.

Al finalizar el año, concluye la cosecha de café en una región de Chiapas, pero en los dos siguientes meses continúa la recolección en zonas más altas.

Mateo, un hombre que vive cerca de San Francisco, sabe que sólo esos cuatro meses venderá los cestos de carrizo que fabrica, por lo que deberá esperar ocho meses para volver a comercializar sus productos con la llegada de los guatemaltecos para la nueva cosecha.

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