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L a pobreza está en cada rincón del cuarto construido con láminas en un terreno ajeno. Con 114 pesos diarios que gana su esposo, Elizabeth Toribio Arquin dice que hace lo que puede para vivir y mantener a sus tres hijas.

La mujer suspira antes de comenzar a contar su historia en La Paz, este rincón turístico del país a donde llegó hace dos años buscando una oportunidad de salir adelante con su esposo y sus hijas de 10, 15 y 17 años de edad.

Elizabeth nació en Acapulco, Guerrero, y salió de su tierra con apenas 15 años para formar parte de las listas interminables de ciudadanos migrantes que pretenden construir una mejor vida en el noroeste del país.

Cuando era adolescente salió junto a su novio para internarse en los campos agrícolas de los estados de Sonora, Sinaloa y Baja California, donde estuvieron hasta hace dos años. Así se le fueron 15 años, entre ciclos de siembras y cosechas.

“Nos venimos para acá porque allá no podíamos tener nada. Dije voy a ir a ver a La Paz, pero me encontré con que es igual o peor”, comenta.

La mujer, de tez morena y mirada triste, de 33 años, se dice cansada, pero no pierde la esperanza de que un día lleguen los apoyos de los programas sociales a su familia, en la colonia Las Flores, al norte de La Paz.

En terreno ajeno. Admite que de entrada llegaron a invadir un terreno porque no podían pagar renta.

“Es la verdad. Pero no somos ladrones, no queremos las cosas a la mala. Hemos preguntado mucho quiénes son los dueños, porque queremos pagarlo en partes, pero no nos dice nadie. Hemos ido hasta el Ayuntamiento”, comenta.

Narra que no han sido pocas las veces que ha solicitado un apoyo para vivienda, incluso lo hizo en la contingencia tras el huracán Odile. Quizá ,refiere, corrió con “mala suerte”, pues justo el día que levantaron el censo, ella no se encontraba en la colonia y la gente de Sedesol no volvió.

Pero no se dio por vencida. Platica que desde hace casi un año ha estado acudiendo a las oficinas de la delegación para ver si logra apoyos de cualquier tipo, incluyendo, dice, poder cambiarse a la tarjeta Sin Hambre; sin embargo, la respuesta es la misma: “no salió sorteada”.

Su esposo trabaja en una bloquera y recibe 800 pesos semanales que son insuficientes para mantener a cinco personas y ahora también un nieto de seis meses, que ocupa pañales y leche. Es vástago de su hija mayor, de 17 años. Pero no es todo. Una preocupación mayor se ha agregado a la familia, pues su hija de apenas 15 años, ahora también lo está. Elizabeth Toribio lamenta la situación, pero con todo, asegura, “no quiero que dejen la escuela”.

Dos de sus hijas tienen beca de Oportunidades, de 800 y mil 600 pesos cada dos meses, pero admite que cuando llegan, lo que más se ocupa es comida. No hay para más.

En el próximo ciclo escolar, dice que irá a hablar para que le den tiempo de reunir todo lo que se ocupa. Ambas chicas irán a la preparatoria y la menor, a sexto de primaria. “Los uniformes de la prepa son caros, los útiles, la inscripción, todo”, agrega.

A pesar de ello, afirma que no pierde la fe, es optimista y agradece por estar con su familia.

Reencuentro con su padre. Su padre, Aurelio Toribio, interrumpe para narrar la historia de su reencuentro. Su esposa, y sus otros dos hijos volvieron a ver a Elizabeth hace tres años. Habían perdido comunicación desde que salió de Acapulco. Al poco tiempo la familia abandonó también el puerto para buscarla.

Luego de andar en varios campos agrícolas, finalmente dieron con ella. Pero la situación, agrega ahora el padre, es muy dura. Él tiene que ayudarla, pero al mismo tiempo tiene cinco nietos más por los cuales ver.

Elizabeth tiene su propia familia, pero Aurelio, con su empleo de velador, en el que gana 180 pesos diarios, debe seguir viendo por nueve personas más en total, con hijas y nietos. Todos ellos duermen en un cuarto de cinco por cinco metros. La historia es similar. El apoyo de vivienda no se ha logrado y señala con desesperación las etiquetas de Sedesol en la lámina de su cuarto.

“Aquí han venido una y otra vez, y nos dicen que ya van a volver para hacer la casita, pero nunca regresan. Nomás ponen la etiqueta y se van”.

Aun así, el hombre dice que pese a los problemas, lo importante es que están juntos.

“Tenemos amor y los frijolitos no nos faltan…”.

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