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El 28 de agosto fue un día triste para millones en el mundo. Se fue El Divo de Juárez, el compositor, el cantante, el ser humano, el que en cada concierto los hacía reír, bailar, descargarse contra un viejo amor y entonar versos para uno nuevo. Desde ahí, al menos en México, no se paró de escuchar su música en semanas.

Antes que las versiones oficiales sobre los homenajes llegaran, los ciudadanos se organizaron.

Una misa en Garibaldi, noches de mariachi en su honor y una estatua que fue bendecida y estuvo llena de flores, cartas, veladoras y esperanza de quienes confesaban que su música los inspiró. Esa misma energía la utilizaban al corear en voz alta las letras que sin pensarlo se sabían de pies a cabeza. Luego, Ciudad Juárez, primer lugar a donde las cenizas de Juan Gabriel llegaron el sábado 3 de septiembre y el cual para los habitantes de la ciudad fronteriza era lógico que fuera el elegido para que descansaran en su casa ubicada en la Avenida 16 de septiembre, que a pocas horas de darse a conocer la noticia ya recibía miles de muestras de cariño a su alrededor.

Más de 80 mil personas se reunieron ese día sin importar el sol, algunos de ellos fueron más allá y se postraron el tiempo necesario en el puente fronterizo que conecta con El Paso, Texas, de donde provenía una carroza fúnebre que llegó a las 17:50 escoltada por 13 motocicletas de la policía estatal.

Rosas rojas llevaba en la parte de arriba su transporte, y una ventana en donde se veía la caja de los restos. Los gritos de amor no pararon. En esa ocasión globos blancos fueron lanzados desde el albergue Semjase, que fue el punto por el que pasó la carroza antes de dirigirse a la casa que Alberto Aguilera compró después de que su mamá fuera la ama de llaves.

Una ceremonia privada, una misa pública y un homenaje musical fue lo que se ofreció. Y los corazones hablaron ya que siempre habían historias nuevas: el que lo conoció en el Noa Noa, los que lo vieron en sus primeros shows: desde la señora que vendía gorditas hasta los que se sentaron a esperar su llegada sabían algo de él, siempre humilde, decían.

Mientras, la Ciudad de México se estaba preparando para su oportunidad. Antes de que iniciara el homenaje organizado al cantante en el Palacio de Bellas Artes, al que asistió una cantidad récord de personas que superó a las 700 mil, se hacían reuniones en las afueras de las instalaciones ya no para llorar: era una celebración de su legado y de su vida.

Durante 29 horas que estuvieron presentes sus cenizas (llegaron el lunes 5 de septiembre a las 16:45 horas y se fueron a las 21:30 horas del martes 6 de septiembre) despertó adoración y devoción. En las afueras un ambiente festivo por el escenario que se colocó en donde no paraban de sonar sus canciones.

de las despedidas, la más sentida fue la de su mariachi Mi Tierra. El momento en el que lo rodearon con minutos de silencio y luego de aplausos, se quedaron en la historia como momentos de tristeza y nostalgia por lo que no volverá a ser.

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