Con sus películas, el director canadiense David Cronenberg no sólo se ha situado, en la mayoría de los casos, fuera de las esferas de la obviedad y del cine comercial. También lo ha hecho fuera del dominio del Hollywood más recalcitrante, y cuando ha sido parte de su círculo, ha impuesto distancias con su marca: La mosca, por ejemplo, es una película con capital de Hollywood.

Pero su “otro” cine tiene el tono e ideas de un cerebro curioso y pensante que no se rinde ante las imposiciones ridículas que pueden imperar en una fábrica de éxitos de recaudación.

“No tengo nada contra Hollywood”, dice, de entrada, este canadiense canoso y carismático realizador que mantiene su política de no saludar con un apretón de manos. Es sabido que teme agarrarse algún contagio y esa manía por lo biológico forma parte de su cine con perturbadores clásicos como Videodrome (1983) yMortalmente parecidos (1988).

Ha hecho 21 películas. La más reciente, Polvo de estrellas, fue la primera rodada en Hollywood.

“La película no es solo sobre Hollywood, no es solamente sobre el negocio del cine. Tú puedes ambientar esto en Silicon Valley, en Wall Street, en cualquier lugar donde la gente esté desesperada por la ambición. No se trata de un ataque contra Hollywood”, explica el realizador.

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