Instituido por la Asamblea General de la ONU en 1999, el 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.

Por demás relevante para México y para el mundo dada la magnitud ascendente de esta problemática en muchos países, incluido el nuestro, esta fecha fue elegida en memoria del brutal asesinato, en 1960, de las tres hermanas Mirabal, activistas políticas de la República Dominicana.

Y tras casi 20 años de existir esta conmemoración que busca visibilizar y combatir un problema que aqueja a más de la mitad de la humanidad y llega a cobrar miles de vidas cada año, no mucho se ha avanzado en su erradicación. De acuerdo con Naciones Unidas, en la actualidad la violencia contra mujeres y niñas es una de las violaciones a los derechos humanos más extendidas, persistentes y devastadoras en el mundo.

En nuestro país el panorama no es menos desalentador. Cada semana conocemos algún nuevo caso de desaparición, trata, secuestro o feminicidio. Por no hablar de las pequeñas acciones cotidianas en el hogar, las calles o el trabajo que todos hemos presenciado. Es urgente detener esta tendencia, y está visto que los métodos empleados hasta ahora no han servido.

Por violencia contra la mujer se entiende toda aquella acción, actitud, reglamentación, ley, estereotipo, lenguaje, uso o costumbre que ataque, atente, menosprecie, discrimine o afecte directa o indirectamente la integridad, dignidad, patrimonio o a la persona misma, sólo por el hecho de tratarse de un ser humano del sexo femenino.

Violencia contra la mujer es la desigualdad que entre los géneros persiste en todo el mundo, que a su vez es consecuencia de otro tipo de violencia de género, la discriminación, aún hoy profundamente enraizada en las sociedades. Asimismo, los son todas las actitudes y cánones sociales patriarcales y las normas que de éstos derivan —un ejemplo revelador, según la ONU, en todo el mundo apenas la mitad de las mujeres de entre 15 y 49 años (52%) que viven en pareja toman sus propias decisiones en materia de sexualidad—.

Poner el foco en este tipo de usos, para modificarlos, es sólo un primer paso, los gobiernos deben trabajar más arduamente en hacer conscientes a sus poblaciones —vía la educación— de la victimización de la que son participes, a veces sin saberlo.

Claramente, las medidas en pos de una mayor inclusión, liderazgo y protección de las mujeres siguen siendo insuficientes y en algunos lugares incluso se han producido retrocesos. Recordemos que eliminar todo tipo de violencia contra las mujeres, la mitad de la población del orbe, es el Objetivo de Desarrollo Sostenible número 5 de la Agenda 2030. Seamos todos partícipes y no cejemos en esta lucha.

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