De nueva cuenta, pero no por ello menos sorprendente dado lo ofensivo de sus palabras, el mundo entero se encuentra indignado por las despectivas afirmaciones del presidente del todavía el país más poderoso del mundo, EU, Donald Trump, en este caso sobre los migrantes de El Salvador y Haití, “países de mierda” dice el magnate, tras escuchar una propuesta de restaurar un programa de protección migratoria para estas dos naciones y otras africanas.

Bien dicen que la forma de hablar, las palabras elegidas, son reflejo de la forma de pensar de quien las emite. Y ahora que el magnate, seguramente sin querer, en un arranque por demás espontáneo pero con los efectos conocidos, fue demasiado lejos con su lengua, queda una vez más constatado su acérrimo racismo como uno de los rasgos definitorios de su carácter e ideología. Algo nada menor que supone un riesgo para estas comunidades, y a tomarse en cuenta como refuerzo a los argumentos que para cada vez más personas en el vecino país desacreditan a Trump para el cargo que hoy ocupa.

El problema no es sólo que alguien como Trump —ya de sobra conocido en todo el mundo—, en su calidad de individuo, sea quien emita estos reprobables juicios, sino que al hacerlo, por su investidura, privilegiada y expuesta posición, propaga una narrativa que normaliza e incluso reivindica la segregación, la discriminación y, en definitiva, fomenta o parece autorizar casi abiertamente abusos a derechos humanos de migrantes, algo inaceptable porque hace que se confundan posturas personales con posibles políticas de Estado.

No se hable ya de cómo estos episodios han ido degradando la tan disputada hegemonía de Estados Unidos en el mundo. Paradójicamente, Trump, en su hipócrita y simplista afán de “hacer a América grande otra vez”, está minando enormes porciones de la respetabilidad una vez presumida por EU. El lerdo mandatario no se detiene a pensar ni en lo insostenible de sus dichos, ni en los tremendos efectos de los mismos al tratarse, al fin y al cabo y por incomprensible que pueda ser, del líder de millones de ciudadanos.

La irresponsabilidad —¿o perversidad?— del mandatario estadounidense es descomunal. Sin importarle las mínimas formas, a diario sorprende con sus desvaríos e imprecaciones contra México, Irán, el Islam, Obama, Hillary Clinton, CNN o de sus adversarios demócratas, por mencionar algunos ejemplos.

Pero cuando como presidente Trump ataca a los migrantes, “se da un balazo en el pie” al ignorar la composición enormemente diversa del pueblo estadounidense y el gran aporte que en todo caso han tenido y tienen los migrantes en su país, que por lo demás, podrían tomar revancha en las próximas elecciones.

Hoy ha quedado demolido cualquier resto de autoridad moral que, sólo por su cargo, aún pudiera tener este personaje.

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