La violencia ocurrida ayer en Puerto Escondido, Oaxaca, donde presuntos integrantes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) se enfrentaron a simpatizantes del candidato de la coalición Todos por México, José Antonio Meade, quien acudió a esa localidad como parte de su campaña —y donde también resultaron heridos reporteros de varios medios—, es una advertencia más de lo caldeados que actualmente están los ánimos sociales y, por ello mismo, del riesgo latente que hoy existe de que en las campañas se susciten más hechos violentos como éste.

Algo que en definitiva a nadie beneficia, pero a lo que tampoco ayudan en lo absoluto los discursos de todos los candidatos, que hasta hoy se sustentan en la confrontación, la descalificación y el ataque hacia sus competidores, y no en verdaderas propuestas de gobierno que den solución a las innumerables problemáticas sociales que México padece.

Lo alarmante es que    éste no es el primer episodio de este tipo en lo que va del proceso electoral de 2018. Recordemos la agresión que sufrieron en la delegación Coyoacán, el pasado 3 de enero y en similares circunstancias, simpatizantes y la propia candidata de Morena a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, durante un acto proselitista, violencia en aquella ocasión perpetrada por presuntos integrantes o simpatizantes del PRD.

Aunque, afortunadamente, producto de ambos incidentes sólo hubo heridos, no deberíamos esperar a que en posibles episodios futuros de este tipo se lleguen a perder vidas humanas. Algo así sería un golpe fatal para nuestra ya de por sí endeble democracia. Y no se trata de responsabilizar de estos incidentes a tal candidato o partido sino, solamente, hacer un llamado a la civilidad a todas las fuerzas políticas y a la ciudadanía misma. Al fin del día hechos como éstos hablan —mal en este caso— de nuestra cultura política, de nuestro nivel de intolerancia y del debate que tenemos como sociedad.

Es natural que las campañas políticas despierten pasiones, pero nada nunca justifica el uso de la violencia. En este sentido, bien harían los candidatos a cualquier puesto de elección en tomar consciencia de que las campañas, que deberían servir de escaparate para plataformas de gobierno, debates, intercambio civilizado de ideas, y en suma para conocer de cerca y verdaderamente a los candidatos, cada día se transfiguran más en algo parecido a un ring de box en el que el objetivo es tumbar, pareciera que literalmente, al oponente.

Los mexicanos nos hallamos inmersos en el proceso electoral más fascinante, grande e importante de nuestra historia. Exijamos un verdadero debate de ideas y desterremos de lleno a la violencia.

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