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El 4 de mayo de 1983, Fernando Signorini emprendió el viaje a Barcelona “sin billete de regreso”. El destino le tenía preparado una colección de dioses del futbol, con quienes convivir y estar codo a codo: César Luis Menotti, Diego Armando Maradona y Lionel Messi. Nombres inmortales del balompié.

“Hay gente que tiene una suerte enorme en la vida. Hay otros que la merecen más y no. Yo, evidentemente la he tenido; por eso, habría que preguntarle al destino. No tengo respuestas para eso”, dice el hoy preparador físico de Coras Tepic.

Fue a Cataluña a ser parte del cuerpo técnico del “Flaco” con el cuadro culé. La razón: compartía la filosofía menottista: “Antes que nada, consideramos al futbol como una maravillosa excusa para ser feliz. Si no sirve para eso, sirve para muy poco. Además, creo que fundamentalmente hay que convencernos de que el futbol es un arma perfecta para la educación; de educar al chico hacia el hombre nuevo, que hoy casi la sociedad mundial reclama”, explica en entrevista exclusiva con EL UNIVERSAL.

En el Futbol Club Barcelona se encontró con “un duende que no pasa del metro 70”, llamado Diego Armando Maradona. El “Pelusa” lo hizo su compañero, al grado de elegirlo como su preparador físico personal para el Mundial México 1986, el cual conquistaría con la selección de Argentina. Signorini reconoció desde que había dos personas en el mítico jugador que inmortalizó el dorsal 10 para su país: el inocente y el que utilizaba drogas como medida de escape.

“Yo veía que Diego estaba subiendo a una altura para la que nadie lo había preparado. Y llegar a enfrentarse esa borrasca, los vientos furibundos de la fama iban a ser muy difíciles de soportar y que en realidad lo fueron. Pero él como tiene alguna arista de superhombre. Por momentos fue una vida insoportable, por más que digan que fue paradisiaca. Además, él tenía que cargar con la ilusión de 40 millones de argentinos que veían en él la posibilidad de salir de sus frustraciones, de su mediocridad y para tantos chicos que esperan de él como un Rey Mago, que les diera el mejor de los regalos, una sonrisa, con un gol fantástico como los que hizo en el [Estadio] Azteca”, recuerda.

Subió a la montaña donde estaba el astro para aconsejarle: “A veces tenía que estar por momentos en esa cima. No hay ser humano que pudiera resistir sin consecuencias todo lo que él pasó, máxime porque salió de una condición social precaria, humilde y nadie lo cuidó. Los poderes que querían hacer lo que ellos querían que fuera. Hago siempre una escisión entre Diego y Maradona. Maradona fue el producto de lo que él tuvo que ser. Diego es un chico encantador y alguien con quien siempre estaré ligado afectivo”.

Las adicciones fueron el escape, según el veterano preparador físico, para el astro: “La droga es una respuesta, una búsqueda o un arma que Diego utiliza para hacer frente a eso que de él se exigía, que la usa Maradona y no la usa Diego. Y que hizo pedazos a Maradona, pero a Diego en esencia no lo tocó, siguió siendo el mismo chico que conocí el 6 de junio de 1983 en el Camp Nou. También es una demostración de esta brutal perversidad del sistema, que desea y hace todo lo posible para que los jugadores sean lo que busca, que nacen en esas condiciones tan precarias y no los educan, porque si lo haces, piensan. Si piensan puede ser peligroso”.

A Messi, con quien Signorini compartió vestuario con la Albicelste en Sudáfrica 2010, el “sistema [con la crítica] le hace exactamente lo mismo, es tontería, seria no haber avanzado un milímetro. Lo que hay que hacer es protegerlos, su salud. Si los aprietas, caen en el abismo de la lesión”, denuncia. “Maradona y Messi nacieron para ser admirados, no para ser explicados”, dice.

La vida, su carácter de revolucionario, “pero no de las armas, sino de las ideas”, lo llevó a conocer al comandante Fidel Castro. Signorini lo considera un “crack”, capaz de hablar de los métodos de transplante de óvulos y de sorprenderse porque “Diego no miraba a la pelota cuando tiraba los penaltis”.

“Le presenté cuatro libros para dárselos a cuatro amigos argentinos que admiraban las revoluciones y a los revolucionarios y [Fidel] me preguntó, porque era un tipo tremedamente curioso. Era un oso, pero que inspiraba una ternura increíble. En ese momento me dijo:

‘¿Para quién es éste?’, le dije, ‘para César’, ‘¿cuál César?’, ‘para César Menotti’, ‘ah está bien’. ‘¿Y este otro?’ y yo le dije: ‘Para Caín’ y entonces cerró el libro y les dice a todos, estaba Diego, ‘no estaba su familia en una muy buena relación con la iglesia en el momento en que le eligieron el nombre’ y se rieron todos. Me cuestionó: ‘¿Usted de dónde es? le digo ‘de Lincoln’, ‘Ah, es el único yanqui que hubiera jugado en mi equipo’”, rememora.

La vida, después de Menotti, Maradona y Messi, lo ha traído a México. El motivo es que “un equipo es una idea y creo en esto. Si la plasmamos, los poderosos tienen que torcer el brazo, como le sucedió al América”, concluye.

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