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Además de un bigote de alambre, El Indio tenía unos pómulos de acero, unos ojos mínimos y un cumplido para Myriam: “Eres el prototipo perfecto de la mujer mexicana”. Él, un consagrado actor y director de cine que cosechaba fama internacional, y ella, una joven profesionista de labios discretos, solían coincidir en el bar Dragón Rojo, al sur de la Ciudad de México.

En los días más calientes de la Guerra Fría, él se convirtió en blanco de espías por sus viajes a países que estaban detrás de la cortina de hierro, y ella se casó con el agente encargado de informar al gobierno mexicano sobre los pasos del actor.

La historia de Emilio Fernández Romo y Myriam Camacho está unida en el palacio negro de Lecumberri, al interior de la Caja 185 de los archivos de la extinta Dirección Federal de Seguridad (DFS), el principal organismo de espionaje mexicano del siglo XX.

Desde 1979, la Secretaría de Gobernación —a través de la DFS— tuvo en sus manos información sobre los viajes realizados por Emilio El Indio Fernández a La Habana, Cuba, y a Moscú, Rusia, ambas naciones gobernadas en ese entonces por regímenes comunistas encabezados por Fidel Castro y Leonid Brézhnev, respectivamente.

Antes de ser espiado, Emilio conoció en los años 60 a Myriam, en un restaurante de la avenida Insurgentes, mientras filmaba una película sobre la Revolución Mexicana. “El Indio siempre se ponía frente a la mesa donde yo estaba y alzaba la copa para brindar conmigo”, narra Myriam en una entrevista con EL UNIVERSAL.

Myriam Camacho, “el prototipo perfecto de la mujer mexicana”, era empleada de una compañía norteamericana. Tenía el cabello largo, rizos esponjosos y clavículas saltonas que hacían relieve entre la piel y formaban un triángulo en el que se sostenía un cuello ancho pero delicado. Sus cejas —gruesas, negras y con forma arqueada, como de gaviota lejana— coronaban unos ojos rasgados y oscuros, una nariz grande, dientes blancos, parejos, y un lunar azaroso, perdido en el lienzo de sus mejillas.

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El Dragón Rojo. Ella recuerda con emoción las conversaciones con El Indio en el Dragón Rojo. “Su manera de hablar era muy especial, pausada, pensaba muy bien lo que iba a decir o a preguntar. Le fascinaba el mezcal, decía que tenía olor a barro”.

Para 1978, un año antes de que los agentes de la DFS comenzaran a escribir reportes sobre El Indio, éste hizo una crítica en España contra los “advenedizos” de la Revolución Mexicana que, en sus propias palabras, eran “individuos que sin haber escuchado un tiro se adjudicaron un título”.

A diferencia de Emilio Fernández, quien se unió desde los 10 años a las tropas de Francisco Villa y fue fundador de la Escuela Nacional de Aeronáutica, la mayoría de los funcionarios de José López Portillo no se curtió entre la pólvora, incluido Miguel Nazar Haro, policía de origen libanés a quien le dirigían los oficios secretos sobre El Indio.

El primero de esos documentos fue elaborado en 1979 por los agentes Rafael Suárez Aparicio, quien además estuvo encargado de vigilar a periodistas; Héctor Bravo Vargas, señalado por la Comisión de la Verdad del Estado de Guerrero como uno de los autores intelectuales de la guerra sucia en esa región y por Luis Humberto de las Fuentes Santoscoy, primo de un ex gobernador de Coahuila. En el informe, con folio 16-VIII-79, los espías dan cuenta del aterrizaje en el Aeropuerto Internacional Benito Juárez de El Indio, quien llegó en el vuelo 341 de la compañía Aeroflot a las 9:40 horas, procedente de Moscú y La Habana.

Los lazos del actor con Cuba tienen una raíz importante porque ahí conoció a Gladys Fernández, su primera esposa y madre de su hija Adela, de quien se separó poco tiempo después. Para 1979, el gobierno emanado de la Revolución Cubana ya estaba consolidado y Fidel Castro se preparaba para acudir a su maratónico discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas.

Pero las relaciones de El Indio con los gobiernos cubanos se remontan hasta los años de Fulgencio Batista, quien obsequió dos gallos al actor que luego inmortalizó el pintor Luis Stempler en un cuadro que se encuentra en el comedor de la casa de Fernández Romo, en memoria de las aves que fueron cocinadas en mole por Columba Domínguez, su segunda esposa.

En el siguiente informe, elaborado apenas dos semanas después del anterior y firmado personalmente por Nazar Haro, se establece que El Indio viajó a bordo del mismo avión que la delegación soviética de los juegos de la Universiada México 79, en el vuelo 341 de una compañía rusa que arribó a tierras mexicanas a las 11:30 horas del 30 de agosto de 1979.

En la habitación de Fernández Romo aún se conserva una fotografía de esos viajes a la Unión Soviética que —según Julieta González, cronista de la casa de El Indio— realizó para visitar a su amiga, la crotalista Sonia Amelio. En los legajos de la DFS y de la Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales se encuentran múltiples registros del espionaje a otros artistas relacionados al comunismo o críticos del gobierno, como Luis Buñuel o Diego Rivera; también hay documentos del marcaje personal realizado a periodistas, guerrilleros e intelectuales.

Sin embargo, El Indio Fernándezquien hospedó alguna vez a la actriz Marilyn Monroe en su casa—, no fue precisamente un opositor, al contrario, se alejó de las posiciones críticas porque le acarrearon problemas, según Julieta González.

“Diego Rivera y Frida Kahlo iban a ser padrinos de primera comunión de Adela Fernández y la iglesia no se los permitió por ser comunistas. Él ya no quiso tener más relación con eso”, asegura.

Lo que sí era Emilio: un encantador. Y un hombre sencillo, según Myriam Camacho. “Yo le caía muy bien y le gustaba mucho. Era un hombre extraordinariamente sencillo, a pesar de la fama que tenía. Le gustaban las cosas autóctonas. Esa fue la manera en que yo lo conocí. Me hizo la invitación para entrar al cine y yo le dije que no. Yo ya trabajaba en una compañía americana y me sentía muy bien, no sentía el gusanito del cine”, agrega.

El Indio estaba conectado con Cuba por su galantería y su vanidad, pues ahí era donde compraba su loción Habanita, una mezcla de vainilla con gardenia, según narró su hija Adela en una entrevista televisiva. Además —dijo Adela—, el actor usaba calcetines de seda, crema de cacao para los pies y tenía 400 pares de zapatos que eran boleados en la banqueta de su casa todos los jueves.

En 1981, un grupo variopinto partió en un vuelo desde la capital mexicana con destino a La Habana y Moscú, según otro de los expediente de la DFS, con folio 4-VII-81.

Entre los pasajeros se encontraba el cineasta de origen ruso Sergio Olhovich Greene, un empresario, una periodista, cinco académicos, un ejecutivo de la televisión, el consejero comercial de la embajada rusa, una funcionaria sueca y Emilio Fernández.

El agente asignado por la DFS para espiar en el aeropuerto fue Luis Humberto de las Fuentes Santoscoy, el mismo que firmó el primero de los reportes sobre El Indio, y quien también estuvo encargado de vigilar la llegada de personajes como Richard Nixon, el Sha de Irán y la madre Teresa de Calcuta.

De las Fuentes Santoscoy, designado también por la DFS para observar el orden en los reclusorios durante otro tiempo, era un agente eficaz.

Se apostó en la entrada del edificio de apartamentos que habitaba para observar a una mujer. No se acercó a ella la primera vez, ni la segunda.

Con discreción, esperó como hacen los espías. Las horas corrieron. Un día esperó el arribo del automóvil de ella, se aproximó, abrió la puerta y atacó: “Señorita, ¿sería usted tan amable de aceptarme una invitación a tomar un café...?”.

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El espía a quien amó. “La perfecta mujer mexicana” también había seducido al espía.

Pese a los encantos de El Indio, fue Myriam Camacho quien terminó casada con el agente De las Fuentes Santoscoy después de varios días más en los que el funcionario de la DFS le envió recados a hurtadillas para cortejarla a través de su empleada doméstica. Myriam tiene recuerdos nítidos de los días en el Dragón Rojo con El Indio, relata en entrevista, pero nunca se los platicó a su esposo.

Tampoco él le habló a ella sobre las tareas de vigilancia que llevó a cabo sobre el actor. “De la forma en que él trabajaba yo no tenía nada absolutamente que ver. Inclusive había ocasiones en que faltaba dos o tres días y yo no podía ni preguntar en dónde estaba, ni él se podía comunicar conmigo”.

Su matrimonio vio transcurrir el tiempo por varios años, hasta que El Almirante —como llamaba Myriam al agente De las Fuentes Santoscoy— murió en 2006, luego de pasar sus últimos años como detective privado en Chiapas.

De acuerdo con la cronista Julieta González, el gobierno sí tuvo razones para espiar a El Indio Fernández, dadas sus relaciones con presidentes y actores de talla internacional. Él, asegura González, era consciente de que tenía enemigos y acostumbraba a sentarse viendo a la puerta de frente, alerta, con sus pistolas en los costados.

Emilio El Indio Fernández murió en 1986 y antes de ser reducido a cenizas, 27 años después del deceso, echó sus últimos tres balazos al interior de un horno crematorio, pues cuenta la leyenda que lo enterraron armado, como siempre vivió. Y a nadie se le ocurrió quitarle las balas de la ropa antes de introducirlo a ese infierno de 800 grados centígrados.

Myriam Camacho mantiene vivas las historias del Almirante, su amor durante 29 años, y de El Indio, el prototipo perfecto del macho mexicano que, brindando con ella y platicándole de sus días como revolucionario anteriores a la fama, intentó conquistarla en el Dragón Rojo sin saber que los espías lo vigilaban detrás de la puerta.

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